SAN CRISTÓBAL DE LAS CASAS.– Diez veces le cambiaron el nombre; finalmente decidieron llamarla San Cristóbal de las Casas, en honor al santo patrono de los viajeros y a Fray Bartolomé, primer obispo que luchó incansablemente para abolir la esclavitud de los indígenas.
Y estoy aquí, recorriendo por primera vez la ciudad y el pueblo mágico, donde tzotziles y tzeltales (etnias de la región), mochileros, artistas y cualquier tipo de turista se deja atrapar por el encanto de Sancris, como lo llaman con cariño.
En mi lista de lugares a visitar tengo el Centro de Textiles del Mundo Maya, a un costado del ex convento de Santo Domingo de Guzmán, en el barrio El Cerrillo. Ahí conozco a Eustaquia Ruiz, la mejor artesana de textiles chiapanecos y guía de este museo que conserva la mayor colección de textiles de toda América latina.
Su explicación es una cátedra. Aprendo sobre los elementos que hay en cada huipil: portarlo significa estar parado en medio del universo; las líneas en zigzag y los rombos son Quetzalcóatl; los sapos representan al señor de la tierra y la lluvia, y el buitre es la muerte. También descubro que el rojo y el blanco son los colores que distinguen los textiles chiapanecos de otras regiones de México y de otros países, como en el caso de Guatemala, donde son más coloridos.
Ahí mismo se encuentra la tienda de la Asociación de Tejedoras Sna Jolobil. No voy a regatear por un rebozo de 800 pesos (60 dólares), eso y más vale el trabajo de horas, días y meses. Sí, afuera hay puestos que los venden a mitad de precio, pero son piratas.
Sabores y texturas
Regreso al centro y antes de perderme un par de horas en el Andador Turístico Guadalupano hago una parada frente a la catedral. Es imposible no reconocerla, su fachada amarilla con motivos vegetales en argamasa, realizados por manos indígenas, está en todas las postales.
En el andador están los restaurantes, las tiendas de diseño y ámbar al que se le atribuyen poderes mágicos, los barcitos con pox (bebida maya que calienta el corazón, dicen), y es también donde los indígenas, la mayoría niños y ancianos, se le abalanzan a uno para vender pulseritas, collares y llaveros del Comandante Marcos.
En mi intento de fuga al llévelo, de a 10, encuentro La Tertulia, una cafetería que practica el café pendiente. La dinámica es ordenar una bebida o un platillo y dejar pagado otro para quien lo necesite y no lo pueda costear. Dejo mi aportación después de unas enchiladas de mole coleto con su ración de queso chiapaneco y un tascalate de agua, hecho a base de maíz, cacao, achiote y canela.
A unos metros está La Surreal, una mezcalería artesanal con destilados de todo el país y hacen degustaciones desde 60 pesos (5 dólares). Prefiero el local de enfrente, el del pox. Sólo puedo con un trago, esa bebida sí que sacude el cerebro y calienta el corazón.
Me salgo de las calles turísticas para llegar a Leñateros (Flavio A. Paniagua, 54), un taller de papel hecho a mano operado por artistas mayas. El taller no sólo recicla, también imprime y encuaderna libros en lenguas autóctonas, desde 1975. Por 10 pesos (poco menos de un dólar) puedo conocer el proceso de elaboración y al final gastar unos pesos más en libretas y pliegos de papel.
El resto de la tarde la dedico para visitar los museos del jade y ámbar.
Sancris hay que disfrutarla también de noche, cuando abren los barcitos del andador Miguel Hidalgo. El 500 Noches es uno de ellos, tiene el techo decorado con canciones de Joaquín Sabina y tocan trova en vivo.
Como no hay lugar avanzo hasta El Cau, una recomendación que encuentro en Foursquare. Tapas españolas y unas cuantas copas de vino son mi cierre con broche de oro. Puedo marcharme al hotel, merezco un descanso.
Como una novia
Estar en Chiapas y no conocer sus bellezas naturales sería un pecado. Decido irme a Comitán de Domínguez, el Pueblo Mágico donde está el complejo de cascadas El Chiflón, a dos horas de San Cristóbal, aproximadamente.
Una sinfónica de chicharras ameniza la caminata hasta la taquilla del centro ecoturístico. Lo mejor es llegar temprano para no enfrentarse al calor sofocante de mediodía y evitar las tropas de turistas.
Inicio el ascenso por el sendero que va serpenteando las imponentes cascadas alimentadas por el río San Vicente y, prácticamente, abrazadas por una selva verde y frondosa.
La primera se llama El Suspiro. La cortina de agua se desploma a 25 metros de altura, formando pozas de aguas turquesa donde se puede nadar. Son tan puras que me da remordimiento remojar los dedos de los pies.
Entre cada cascada hay miradores para aplicar el selfie, que tan de moda está.
La siguiente en aparecer es Ala de Ángel, de unos 60 metros. Levanto la vista y veo el Velo de Novia, la más grande, la bella.
La emoción de estar frente a ella hace que se me olviden los mil escalones que llevan a observar sus 120 metros.
El sonido del agua cayendo es ensordecedor. Llego hasta el mirador y recibo el baño de su brisa que me deja toda empapada. Vale la pena.
Hay una tirolesa de dos estaciones que cruza sobre el impresionante cañón y frente al Velo de Novia. Por 150 pesos (US$ 12) me deslizo sobre un paisaje de cañaverales y bosque tropical. La imagen queda tatuada en mi memoria.
Lagunas encantadas
El capricho más bello de la naturaleza me queda a dos horas de distancia, desde el centro de Comitán. El transporte colectivo me lleva a las llamadas lagunas de Montebello (en realidad son lagos), una cadena de 59 cuerpos de agua de diferentes tonalidades de azul.
La zona tiene dos caminos, la primera parada es en la zona conocida como Parque Nacional Lagunas de Montebello. Ni siquiera termino de bajar del colectivo cuando ya estoy rodeada de niños que ofrecen la explicación y el verso con su nombre.
Por 20 pesos (US$ 1,5) me dicen las características de cinco lagos: Esmeralda, Encantada, Bosque Azul, Ensueño y Agua Tinta.
Esos boquetes son uvalas, antiguos cenotes que la erosión de la roca caliza y los derrumbes han unido.
En ninguno se puede nadar porque se contaminaría la fuente de agua potable y porque las corrientes de agua fría y caliente podrían acalambrar las piernas.
Espero la combi que me lleva al otro camino protegido por ejidatarios. En esa ruta están los lagos Pojoj, Cinco Lagos, Dos Lagunas y Tziscao, este último es el de mayor tamaño, en la frontera con Guatemala.
En cada lugar, el color del agua es diferente, desde el azul turquesa hasta el violeta. El contraste se debe al tipo de suelo que puede ser de barro o arena. Los rayos del sol también entran en el juego que hipnotiza a cualquiera.
Cinco Lagos tiene un mirador a 80 metros de altura para ver cómo se juntan tres lagos y cómo una montaña separa a otros dos. Se pueden navegar en balsas hechas de pino que soportan hasta ocho personas.
El día no alcanza para recorrer todos los lagos, pero así tengo el pretexto para regresar pronto a Chiapas. Emprendo el viaje de regreso a Comitán, no sin antes visitar el Parador Santa María, una hacienda del siglo XIX que fue remozada para convertirla en hotel, museo de arte sacro y restaurante.ß
Datos útiles
Cómo llegar. San Cristóbal de Las Casas está a 920 km hacia el sudoeste del D.F. La aerolínea mexicana Interjet ofrece vuelos de ida y vuelta desde el D.F. por 185 dólares, con impuestos incluidos. www.interjet.com.mx
Dónde dormir. En San Cristóbal: Hotel Posada Real de Chiapas tiene habitaciones desde US$ 75 por noche, desayuno incluido. www.hpreal.com.mx
En Comitán de Domínguez: Hotel Casa Delina. Cuenta con sólo ocho habitaciones de diseño. Noches desde mil US$ 15. www.hotelcasadelina.com
Paseos. El Chiflón. Acceso: 2,30 dólares por persona. Cuenta con cabañas. Abre de 8 a 17.30. www.chiflon.com.mx
Lagunas de Montebello. El transporte colectivo desde Comitán te lleva por 2,30 dólares.
Más información. www.turismochiapas.gob.mx
Viridiana Ramírez