

CASTRO.- Hay lugares que más pertenecen a las fábulas que al mundo. Y Chiloé, donde las carretas tiradas por bueyes siguen siendo un medio de transporte corriente, donde la gente, cuando se muda, carga su casa en una balsa y donde los mitos conviven con la realidad, es indiscutiblemente uno de esos sitios.
"Cuentan los viejos que en noches como ésta, cuando la lluvia cae sin hacer ruido, el barco de los náufragos sale a navegar por los canales." Así comienza su relato don Cosme, la cara iluminada por la luz incandescente de unas velas. don Cosme -que es bastante viejo- vive en Achao, pueblo costero en una de las innumerables islas que, junto con la Isla Grande, componen el archipiélago de Chiloé. Su casa, hoy devenida hospedaje familiar, mira al mar interior, el inmenso golfo que separa las islas del continente.
Todas las noches, después de la cena, los hospedados se reúnen en la sala para escuchar alguna de las historias que don Cosme ha recopilado del extenso acervo mitológico chilota. "Este barco, el Caleuche, recoge a los marineros que han perecido en algún naufragio. Todos ellos están muertos, pero no lo saben. Y hay que cuidarse: el que ve pasar al Caleuche sucumbe a su encantamiento y se va con el barco."
Lugar de gaviotas
Don Cosme abandona el relato mítico para sumergirse en la historia. Durante el siglo XVII los jesuitas desempeñaron un papel muy importante en las islas, la que consideraban el bastión más austral de la cristiandad. Los vestigios de su labor evangelizadora se advierten hoy muy claramente en el alto fervor religioso de los habitantes y en la gran cantidad de iglesias -aproximadamente ciento cincuenta, casi todas ellas construidas íntegramente en madera- que se encuentran desperdigadas por los pueblos o en costas abandonadas, como si fueran faros.
La Isla Grande de Chiloé -que en lengua indígena significa lugar de gaviotas - es atravesada de Norte a Sur por la cordillera de la Costa, una formación montañosa muy antigua que no supera los mil metros de altura, pero que es capaz de retener los vientos húmedos que provienen del Pacífico. Por esta razón, la costa oeste posee una vegetación exuberante y un alto porcentaje de lluvias mientras que la costa del mar interior tiene un microclima propio, más cálido y seco.
Hay en la isla tres ciudades principales. La más septentrional -y la más cercana al continente- es Ancud, donde se pueden apreciar las casas de tejuelas de madera de alerce que son la divisa arquitectónica de Chiloé. Antigua capital de la isla y base de operaciones de los españoles durante la Colonia, conserva en una de sus costas el fuerte San Antonio, construido en 1770.
En el centro de la isla se encuentra Castro, la actual capital de Chiloé. Fundada en 1567, es una ciudad adormecida en un ritmo pueblerino donde el hombre le ha ganado terreno al mar construyendo palafitos, casas de madera sostenidas por pilotes que quedan sumergidos bajo el agua cuando sube la marea.
El puerto más austral de la isla es Quellón, famoso por su curanto y sus mujeres. Dicen los isleños que no hay mujer en todo Chile que pueda igualar la belleza de las quelloninas (y responden los hombres de tierra firme: "Ese es otro mito chilota"). Tras un mar de horizontes velados se ven los volcanes Michimahuida y Corcovado, que descansan en la cordillera de los Andes.
Pero los atractivos más grandes de Chiloé no están en las ciudades, sino en sus pequeños pueblos perdidos entre bosques y praderas, en sus rías de aguas calmas resguardadas por acantilados, en sus extensas playas deshabitadas donde mora el silencio.
Paraíso del caminante y del ciclista, los caminos de la isla se pierden por rincones solitarios donde el tiempo parece transcurrir muy lentamente, o acaso haberse detenido por completo. Refugio del que anda solo y de los afectos a la melancolía, hay en cada casa de Chiloé una puerta abierta para el que la quiera abrir, un saludo de bienvenida y un abrazo fraterno.
Con una copita de Licor de Oro en la mano, ese elixir de suero de leche que saben preparar en las islas, don Cosme se acerca a la ventana que da al mar silente y oscuro, echa una mirada furtiva y corre rápidamente la pesada persiana de madera. "Por las dudas", sonríe y termina el trago.
Datos útiles
Cómo llegar: hay pasajes aéreos a Santiago, Chile, desde 250 dólares (ida y vuelta, impuestos incluidos). Desde allí hay que viajar a Puerto Montt, la ciudad continental más cercana a Chiloé. El pasaje aéreo cuesta 160 dólares, y en ómnibus entre 15 y 45 dólares (ida). Desde allí parten varios ómnibus diarios hacia la isla. El viaje cuesta entre 4 y 12 dólares (ida, incluye el cruce en ferry).
Alojamiento: el alojamiento más económico y uno de los más populares en la isla lo brindan los hospedajes o casas de familia, que cuestan entre 4 y 10 dólares por persona por una habitación con baño compartido y desayuno. Los residenciales -con baño privado- valen entre 15 y 30 dólares por persona. En Castro, Ancud, Chonchi y Quellón hay algunos hoteles de categoría que cuestan entre 60 y 100 dólares la habitación doble.
Gastronomía: entre los platos típicos se encuentran los milcaos, preparado de papa y carne-, el curanto -especie de puchero que combina carne, vegetales y mariscos-, la centolla y una gran variedad de frutos de mar (choros, cholgas, machas, locos, etcétera.).
Artesanías: en todas las ciudades funcionan ferias artesanales que venden productos regionales. Ancud se caracteriza por sus chimeneas de piedra talladas a mano, Castro por la cestería y las mantas, Quellón por los ponchos, y Dalcahue, la más importante, por los tejidos, los utensillos de madera y las alfombras.
Alejo Schatzky
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