PEKIN (The New York Times).- La Gran Muralla china estaba allí arriba, sobre las copas de los árboles, oculta a la vista mientras remontábamos, detrás de nuestro guía, Yan Xinqiang, un sendero angosto lleno de surcos hacia un tramo apartado conocido como la Muralla Salvaje.
Habíamos hecho un viaje de casi tres horas desde Pekín, hacia el Norte, y habíamos dejado el vehículo en una pequeña aldea y caminado cuesta arriba durante más de una hora hasta que, finalmente, subimos a la espina dorsal de la Gran Muralla.
La vista era imponente, pero hay un problema grave y notable: la Gran Muralla se está desmoronando. En las horas siguientes, Yan, un entusiasta de la Muralla, nos mostró sitios en los que se habían robado ladrillos o piedras. En muchas partes, árboles pequeños y arbustos traspasaron la base de la muralla. En otro lugar, el piso había desaparecido: una escalera de metal oxidada, puesta allí para algún descenso probablemente fatal, pendía precariamente en el vacío.
Y Jiankou es sólo uno de los tantos lugares afectados; en el tramo de Jinshanling, algunas torres de observación, incluso una llamada Yao Gou Lou, se caen a pedazos.
Pero la Gran Muralla no sólo se desmorona, está desapareciendo. Según un informe reciente, casi la mitad de los 6400 km estimados de la muralla concluida durante la dinastía Ming ya no existe.
También sufre constantes abusos. Hace poco, a una empresa se le cobró una multa de alrededor de 50.000 dólares por construir un camino a través de un tramo de la muralla de la era Ming, en Mongolia Interior. El año último la policía desbarató a un grupo de juerguistas chinos que hacían desmanes en la Muralla, cerca de Pekín.
El gobierno chino está muy preocupado, y las primeras medidas nacionales para proteger la muralla entraron en vigencia a partir del 1º de diciembre último. Todo aquel que pintarrajee el muro con graffiti, quite ladrillos u organice eventos en lugares no abiertos al turismo, tendrá que pagar multas muy altas y deberá enfrentar cargos penales.
El problema más serio e ineludible de la Muralla es su creciente popularidad. En el ámbito nacional, se estima que 13 millones de turistas la visitaron el año último, más del doble de los seis millones de hace una década, según la Sociedad de la Gran Muralla, una asociación de entusiastas, sin fines de lucro. "Ahora que la gente tiene un mejor pasar, no se contenta con los lugares turísticos -comentó Dong Yaohui, director de la Sociedad de la Gran Muralla-. Quieren acampar cerca de la Muralla Salvaje."
Hace aproximadamente una década muy pocos conocían Jiankou, más allá de los agricultores del lugar. Alquilamos una camioneta y avanzamos lentamente en medio del tránsito por la ciudad de Huairou antes de tomar un camino de montaña. La ruta fue una revelación, ya que muchos agricultores aún andan en carros tirados por mulas: había muy pocos hoteles y restaurantes en un cañadón boscoso; un grupo de pequeños chalets en alquiler emergían en una ladera verde, y nos cruzábamos con vehículos lustrosos con gente que iba a su casa de fin de semana.
Entradas agotadas
Hicimos varios kilómetros más hasta Xijia, una aldea que constituye una especie de entrada a Jiankou. Junto a un portón de metal había un agricultor, vestido con un chaleco de campesino, que cobraba el equivalente de unos pocos dólares en concepto de entrada. Acá no había restaurantes: los campesinos vendían frutos secos, galletas y bebidas desde el acoplado de un camión.
En un momento nos encontramos con una mujer del lugar, Yang Xiuming, de 50 años, que trabajaba como guía de un grupo pequeño de turistas. Su aldea, Hejia, se extendía debajo de la Muralla, y nos comentó que el turismo había permitido que los agricultores de la zona vendieran entradas. Otros aldeanos ganaban dinero trabajando como guías, mientras que algunos habían transformado sus viviendas en pequeños restaurantes.
Lo mismo se repite en otros lugares de la Muralla porque el derecho de cobrar entrada y obtener otras ganancias se ha convertido en algo por lo que los aldeanos están dispuestos a luchar. Funcionarios de condados vecinos de Pekín y la provincia lindera de Hebei se pelearon por los derechos del cuidado de un tramo de muralla de 1000 metros. Ninguno bregaba por restaurar el tramo en disputa, sino por el derecho a cobrar entrada.
El deterioro, hasta cierto punto, era inevitable, ya que la construcción de la muralla terminó con el fin de la dinastía Ming en 1644. La obra de los Ming fue la última de 16 murallas construidas por diferentes dinastías: un recordatorio de que no existe una sola Gran Muralla, sino una sucesión de muros. Estas murallas, según una estimación, ocuparían una extensión de 50.000 km si aún estuvieran en pie.
Una línea que se esfuma
Hoy, las nuevas disposiciones nacionales forman parte de un intento del gobierno para mejorar la protección. Los funcionarios admiten que aún no saben con certeza qué tramos de la muralla se conservan intactos desde sus orígenes en el Oeste, en la provincia de Gansu, hasta su extremo este, en la ciudad de Shanhaiguan, donde toca el Mar de Bohai. El año último, un grupo de expertos lanzó un proyecto a largo plazo para determinar la longitud y la ubicación de la muralla usando satélites y otras tecnologías.
Aunque por el momento, los protectores de la muralla más fervientes son personas como Yan, que hace excursiones frecuentes a distintas partes de la Muralla y fotografía torres que se desmoronan como prueba para usar ante las autoridades para que éstas se muevan. "Dicen que no es mucho lo que pueden hacer porque no tienen dinero suficiente -comentó Yan-. Su actitud es ésa hasta tanto nosotros tengamos algunas partes destinadas al turismo que podamos proteger, eso es suficiente."
Seguimos a Yan durante horas mientras nos guiaba por el piso de la muralla con la agilidad de una cabra. Después fuimos a la casa de fin de semana de William Lindesay, un británico entusiasta, experto en la Muralla y director general de la Organización Internacional de Amigos de la Gran Muralla.
Cuando era chico, Lindesay abrió un atlas y vio con admiración que el cartógrafo había incluido una línea irregular para indicar la ruta de la Muralla. Y a partir de ese momento nunca perdió su fascinación por ella: la recorrió de punta a punta y escribió un libro sobre el tema.
Pero, igual que Yan, ahora dedica la mayor parte de su tiempo en procurar que se centre la atención en la condición delicada de la Muralla. Aún se muestra seguro de que gran parte de la Muralla puede salvarse, pero observa con tristeza que muchos mapas actuales ya no la incluyen, tal vez porque gran parte de ella desapareció.
Jim Yardley
Traducción: Andrea Arko
El costado salvaje y tentador
Los principales atractivos fuera de Pekín siguen siendo Badaling y Mutianyu, cada una con largos tramos restaurados. Badaling, lugar predilecto para fotografiarse de los presidentes extranjeros, recibió más de 4,5 millones de visitantes el año último. La vista es majestuosa y, salvo el tráfico, el viaje es tan fácil que se puede comprar una remera que diga: Subí a la Gran Muralla sin transpirar ni una sola gota. Sin embargo, un número creciente de turistas chinos busca una experiencia distinta en la Muralla Salvaje.
El apetito por nuevos destinos y vivencias al aire libre está transformando las afueras de Pekín, que según una encuesta tienen alrededor de 600 km de muralla. La Gran Muralla, construida para impedir el avance de los mongoles y otros merodeadores, se ve hoy asediada por los yuppies.
Los peores daños, en la época de Mao
En la primera mitad del siglo XX, la Gran Muralla sufrió daños durante la prolongada guerra contra Japón, igual que durante la guerra civil china. Pero el ascenso al poder del Partido Comunista, en 1949, marcó un período de gran deterioro.
Mao consideraba que la Gran Muralla, igual que muchas otras reliquias históricas, eran remanentes del pasado feudal de China, y pensaba que no se justificaba su restauración. Se alentaba a los agricultores a que usaran sus ladrillos para construir viviendas. En las afueras de Pekín se creó una reserva completa de ladrillos y piedras tomados de la muralla.
"La peor destrucción tuvo lugar entre la década del cincuenta y los años setenta -aseveró Dong Yaohui, representante de la Sociedad de la Gran Muralla-. No hubo ningún tipo de protección. Y el gobierno alentó a la gente a llevarse los ladrillos. No sabían nada del turismo. Creían que la Gran Muralla era algo totalmente inútil."