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Chocolate patagónico y aventura neozelandesa




Queenstown, en la Isla Sur de Nueva Zelanda, es muy famosa como destino de turismo aventura. Para muestra basta un salto de más de 40 metros: allí se inventó, a mediados de los 80, nada menos que el bungee jumping, insospechado hit de exportación neozelandés.
Pero esa es otra historia. Porque para los argentinos Alejandro Giménez y Lorena Giallonardo, mudarse de Florencio Varela a esta pequeña ciudad, de 16 mil habitantes, sorprendentemente parecida a San Martín de los Andes o Villa La Angostura o a un Bariloche más compacto, fue también una aventura y tuvo su cuota de vértigo, aunque nada que ver con la experiencia de lanzarse desde un puente atado con una soga del tobillo o la cintura.
Y eso que a Giménez no le faltaba entrenamiento en cuestión de emociones fuertes. En la Argentina había trabajado como instructor de vuelo en aladelta, en Fly Ranch Buenos Aires, en el kilómetro 65 de la ruta 2. Pero cuando aterrizaron con Lorena en Queenstown, en aquel 2002 (tan propenso para que muchos argentinos se aventuraran en tierras lejanas), la dirección del viento cambió drásticamente.
"Al llegar, el lugar me resultó tan parecido a la Patagonia que me llamó la atención que no se vendiera chocolate artesanal, al estilo de Bariloche –recuerda Giménez, de 46 años y con un hijo, Félix–. Ahí surgió la idea del negocio."
El negocio hoy es Patagonia Chocolates, incipiente cadena de locales, mezcla de café, heladería artesanal (otro déficit en Queenstown) y chocolatería. El primero lo abrieron en Arrowtown, pintoresco pueblo vecino de Queenstown, desde donde otro matrimonio argentino (Cecilia Allende y Ezequiel Núñez) maneja Destino NZ, uno de los principales operadores turísticos de Nueva Zelanda para el mercado hispanoamericano.
El segundo fue el de Queenstown, en una inmejorable ubicación frente al Wakatipu, lago que no desentonaría nada en Neuquén. Siguió un tercer punto en Wanaka, otra población turística cercana, y un cuarto, apenas meses atrás, en un protagónico lugar de paso del aeropuerto de Queenstown, donde algún argentino desprevenido se asombraría al encontrar alfajores y empanadas tan cerca de suvenires de los All Blacks y kiwis de peluche.
Patagonia cuenta además con una planta de producción propia donde elabora su helado con fierros italianos y tuesta el café. En total tiene 45 empleados, incluyendo algunos argentinos, entre australianos, ingleses, alemanes y de otros países europeos. "Empezamos muy de abajo, pero ahora en el local de Queenstown llegamos a vender mil kilos de helado por día en verano", asegura Alejandro, el aladeltista de Florencio Varela (feliz por el reciente ascenso de Defensa y Justicia), que por estos días encuentra tiempo libre para aprender a pilotear helicópteros.
Y esa es la pequeña historia de por qué en el mejor lugar de Queenstown, capital mundial del turismo aventura, el chocolate es patagónico. Y por qué, desde la cocina, alguna vez se puede llegar a escuchar que alguien grita un gol del Halcón

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