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Cinco estrellas, más o menos




Cuando la conserje del hotel cinco estrellas porteño me entregó la cuenta, noté que además de la comida, Internet y una golosina del minibar, figuraba un cargo extra de doce dólares por una película de la que no tenía ni noticias.
"No, disculpe, pero no miré ninguna película", dije al devolver la factura. "No se preocupe. Voy a chequearlo, enseguida regreso", me respondió antes de desaparecer tras una misteriosa puertita trasera.
Pero al rato volvió convencida: "Acabo de revisar el sistema y efectivamente usted vio la película".
Se desarrolló entonces el siguiente ping- pong de un lado al otro del mostrador:
-Mire... No vine al hotel para ver una película e irme sin pagar. Realmente en ningún momento compré ninguna película.
-Pero el sistema así lo indica. Y no tengo otra forma de corroborarlo.
-Sí, tiene la mejor forma posible de corroborarlo: se lo estoy diciendo yo. ( Match point )
( Breve silencio ) -Bien, señor, por esta vez el cargo se le bonificará como una cortesía del hotel.
-Muchas gracias.
***
Por qué el famoso sistema diría que había visto una película no lo sé. ¿Se habría activado el cargo simplemente por sobrevolar los canales pay-per-view en zapping rasante? ¿O se habría facturado... porque sí nomás? Lo que sí sospecho es que la inexactitud informática debió afectar antes a otros huéspedes. Así que la conserje habrá notado antes el error. Y, sin embargo, intentó disimularlo... hasta donde pudo.
Como sea, el incidente me recordó por alguna razón una contrastante escena en otro cinco estrellas, pero de San Pablo, Brasil: L´Hotel. Al llegar, conocí al impecable gerente de Relaciones Públicas, que me dio su tarjeta. "Qué problema. Acabo de notar que olvidé las mías. Y lo peor es que esta situación se va a repetir los diez días que durará este viaje de trabajo cada vez que me reúna con alguien", me disculpé, preocupado. El gerente, un profesional de la distensión y el cambio de tema en el momento justo, supo quitarle cualquier tipo de incomodidad al asunto...
Al día siguiente tenía sobre la cama de mi habitación, en el elegante hotel a metros de la Avenida Paulista, dos cajas con cien tarjetas personales cada una, con todos mis datos y un diseño, si bien genérico, convenientemente discreto y funcional. Llamé a la conserjería para agradecer y pedir la cuenta de la imprenta, pero contestaron amablemente que se trataba de un obsequio y me suplicaron que les avisara si podían ayudarme en algo más. Desde entonces, en cada oportunidad que alguien pregunta por un hotel en San Pablo, la recomendación es obvia.
Está claro que las estrellas son sólo un indicador. Podrá sonar a lugar común o a eslogan un poco básico (de hecho, así suena), pero no es menos cierto: la categoría de un hotel se mide a través de otros detalles que no figuran en ninguna carpeta ni sitio de Internet.

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por Redacción OHLALÁ!

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