
Cine y literatura en un escenario común: Londres
Pocas ciudades han inspirado tanto a escritores y directores como la capital inglesa. De Sherlock Holmes y Oscar Wilde a Notting Hill o Skyfall, un recorrido por algunos hitos inmortalizados en ficción
30 de noviembre de 2014
"En la tercera semana de noviembre del año 1895, una densa niebla amarillenta cayó sobre Londres. Creo que desde el lunes hasta el jueves no pudimos ni distinguir desde nuestras ventanas de Baker Street la silueta de las casas de enfrente. El primer día, Holmes se lo pasó poniendo al corriente el índice de su voluminoso álbum de recortes. El segundo y el tercero los dedicó pacientemente a un tema al que se había aficionado hacía poco: la música de la Edad Media. Pero el cuarto día, cuando al levantarnos de la mesa del desayuno volvimos a contemplar el espeso remolino pardusco girando y condensándose en gotitas grasientas en los cristales de las ventanas, el carácter impaciente y activo de mi compañero ya no pudo aguantar más aquella monótona existencia. Se puso a pasear incesantemente por nuestro cuarto de estar, en un frenesí de energía reprimida, mordiéndose las uñas, tamborileando en las muebles y renegando de la inactividad.
-¿No hay nada interesante en el periódico, Holmes? -preguntó." (La aventura de los planos del Bruce Partington, Arthur Conan Doyle.)
¿Fueron los insuperables Sherlock Holmes y su asociado el Dr. John Watson quienes inventaron la niebla de Londres o ya venía de antes? ¿Un buen libro nos puede marcar de tal manera que imprime en nosotros una idea que, de tanto atraernos, se hace realidad?
Hay pocas ciudades como Londres. En todo sentido. Es difícil que pueda no gustarnos. Sentarnos a ver los leones hieráticos en Trafalgar Square luego de haber disfrutado de un concierto bajo la luz de las velas en St. Martin in the Fields. O emborracharnos con el bullicio de Oxford Street. Saborear una pinta de cerveza en un pub y luego ir al teatro. Son impresiones, sentimientos imborrables de la que fue la capital de un gran imperio. "Quien está cansado de Londres, está cansado de la vida", dijo el escritor y crítico literario Samuel Johnson (1709-1784).
Pero tuvo su comienzo. Hace casi dos mil años, el historiador romano Tácito, en el Libro XIV de sus Anales, así la nombraba brevemente en el levantamiento de Boudicca, hecho ocurrido en 61 d.C.
"En cambio, (Paulino) Suetonio, con admirable presencia de ánimo, marchó a Londres atravesando por entre los enemigos. Era una ciudad no distinguida con el título de colonia, pero concurrida por la concentración de mercaderes y suministros. Allí dudó si elegir aquel lugar como base de operaciones; pero al considerar lo escaso de sus tropas y que la temeridad de Petilio había sido castigada con una lección más que suficiente, decidió sacrificar a una sola ciudad para salvar al resto, y no se doblegó ante el llanto y las lágrimas de quienes invocaban su ayuda, sino que dio la señal de marcha, admitiendo en su columna a quienes desearan acompañarlo. A los que quedaron retenidos por la debilidad de su sexo, lo avanzado de su edad o lo agradable del lugar, los exterminó el enemigo."
Con los siglos, Londres fue cambiando. De ser una ciudad en las fronteras del imperio romano pasó a convertirse en capital de una potencia mundial. Únicamente los libros no fueron los que reflejaron esta transformación y el estilo de vida allí. En el siglo XX, el cine también fue un instrumento para que recorriéramos con la imaginación las calles de la ciudad cortada por el Támesis. De los tiempos del más grande dramaturgo, aunque filmada la mayor parte en estudios, tenemos Shakespeare enamorado (1998).
Podemos ver el teatro El Globo, escenario de los estrenos de obras como Macbeth, en la zona de Bankside. Pero claro, no son las mismas tablas pisadas por William Shakespeare. El teatro original se prendió fuego y fue reconstruido hacia fines del siglo pasado. En la actualidad pueden verse estupendas representaciones del repertorio shakesperiano.
El paraíso de Victoria Regina
Si hay una época que quedó como el apogeo del imperio británico fue la que Victoria llevó la corona. Los años de Jane Austen, Charles Dickens y Oscar Wilde.
Este último era un amante de ir al Café Royal, en el West End, que abrió sus puertas en 1865 y todavía permanecen abiertas. En 68 Regent Street, cuando entramos en sus salones nos damos cuenta enseguida de por qué era el preferido del autor de La importancia de llamarse Ernesto. El barroco impera.
Las semanas socialmente más activas, la temporada, era el momento de las presentaciones de las niñas en sociedad, de los bailes, del derby de Ascot. Precisamente Oscar Wilde también escribió mucho al respecto, con su humor característico. En la pieza de teatro Un marido ideal explicaba en otros términos esas semanas:
"Sir Robert. Pero usted no me ha dicho aún qué le hace honrar tan repentinamente a Londres. Nuestra temporada ha terminado, o poco menos.
"Señora Cheveley. ¡Oh! ¡La temporada de Londres no me importa! Es demasiado matrimonial. La gente se dedica a cazar maridos o a ocultarse de ellos."
Se tiene la idea equivocada de poner solamente en Transilvania los pasos del hematófago por excelencia, Drácula. Gran parte del libro de Bram Stoker transcurre en Londres y pinta la ciudad de fines del siglo XIX.
"Dejé el coche en Piccadilly Circus y seguí andando hacia el Oeste; pasado el Junior Constitutional descubrí el edificio en cuestión, y tuve la certeza de que ésta era la siguiente madriguera de Drácula. La casa tenía pinta de estar deshabitada desde hacía mucho tiempo. Tenía el polvo incrustado en las ventanas y las contraventanas abiertas. Sus marcos estaban ennegrecidos por el tiempo y la pintura había saltado del hierro."
Las mujeres eran casaderas, mientras que los hombres pasaban sus días en los clubes de caballeros, olvidándose de los problemas domésticos matrimoniales. El club era una institución.
"He leído historias de hombres que, obligados por su cargo a vivir durante largos períodos de tiempo en la más completa soledad, salvo por la visión de algunos rostros oscuros, tomaron como norma el vestirse formalmente para la cena con el fin de mantener su pundonor y no sumirse en la barbarie. Con un espíritu semejante y cierta timidez, procedía a arreglarme en mis habitaciones de Pall Mall a las 7 de la tarde de un 23 de septiembre de no hace muchos años. Pensé que el lugar y la fecha justificaban el paralelismo, incluso para ventaja mía, porque el oscuro administrador birmano bien puede ser un hombre de roma sensibilidad y de índole vulgar, pero al menos está solo en medio de la naturaleza, mientras que yo?, bueno, era un joven distinguido y de buena familia que trataba a gente importante, pertenecía a los mejores clubs y tenía un futuro seguro, y posiblemente brillante, en el Ministerio de Asuntos Exteriores; se me puede excusar una sensación de martirio complaciente cuando, con mi vivo aprecio por el calendario social, me veía condenado a la ajena soledad que Londres presenta en septiembre." (El enigma de las arenas, por Robert Erskine Childers.)
Contrariamente, Gustave Doré y Blanchard Jerrold en su Londres, un peregrinaje (1872) pintaron una ciudad sórdida, con marcadas diferencias de clase.
Unas décadas después, la geografía literaria tuvo exponentes descollantes en Virginia Woolf y, luego, Graham Greene.
En la pantalla
Si quieren ficción, Londres ha servido de escenario en infinidad de películas, donde reconocemos algunos de los íconos turísticos de la capital.
En El Código Da Vinci (2006) vemos por afuera la abadía de Westminster. Digo sólo por afuera, ya que los interiores fueron filmados en otra catedral inglesa. Pero donde sí es real exteriores e interiores es en la peculiar iglesia circular de los templarios de Londres, casi oculta en un callejón que desemboca en Fleet Street.
En la última película de James Bond, Skyfall (2012), el agente 007 cruza Trafalgar Square para entrar en la National Gallery y recibir de Q, el experto armero del servicio secreto de su majestad, una caja con una pistola. Sentados frente al famoso cuadro de Turner, El Temerario remolcado a dique seco.
Debe haber pocos lugares donde las experiencias gastronómicas sean tan sublimes como tomar el té a la tarde en Fortnum and Mason, en el 181 de Piccadilly. La vimos en La mansión Howard (1992).
Y por supuesto, Notting Hill (1999), con Julia Roberts y Hugh Grant, que hizo famoso a un barrio y una librería que existe, a la vez que mostró partes del The Ritz y The Savoy Hotel.
Entre libros y sigilo
Charing Cross Road, entre Tottenham Court Road y Leicester Sq., es el edén para los que aman los libros. Ejemplares nuevos y librerías de viejos. Millones y millones de páginas, hermosas encuadernaciones, mapas antiguos. ¿Qué más puede pedir una persona?
En 84 Charing Cross Road (estrenada en 1987), con Anthony Hopkins y Anne Bancroft, respiramos el halo romántico que puede tener la profesión del librero de excelencia. Lamentablemente, esa librería en particular ya no existe, pero podemos encontrar otras similares, en la vida real y el cine. Si no, ¿qué opinan de la librería que aparece en el segundo de los films de Harry Potter?
Poirot, gran retratista de la ciudad en los años 20 y 30
Hay diversos libros modernos que también describen la vida de los libreros y de los coleccionistas en Londres. Tenemos, por ejemplo, White Chappell, trazos rojos, de Iain Sinclair.
¿Qué más inglés que los policías londinenses, con el tradicional gorro y la característica de no llevar armas de fuego? Si queremos saber sobre el nacimiento en el 1700 de ese brazo de la justicia convendría leer Justicia ciega, de Bruce Alexander.
Ya que hablamos de policías, también hagámoslo de detectives privados. Uno de los más famosos, nacido de la inspiración de Agatha Christie, es el astuto Hercule Poirot, gran pintor del Londres de las décadas de 1920 y 1930.
En La aventura de la cocinera mostraba esas calles típicamente londinenses, ondulantes y con casas casi idénticas: "Dejando con sentimiento para otro día el arreglo de los bigotes, marchamos en dirección a Clapham.
"Prince Albert Road demostró ser una calle de pocas casas, todas exactamente iguales, con ventanas ornadas de cortinas de encajes y llamadores de brillante latón en las puertas. Al pulsar el timbre del número 88 nos abrió la puerta una bonita doncella, vestida pulcramente."
La serie Poirot protagonizada por David Suchet fue filmada infinidad de veces en la sede de la francmasonería inglesa, en un enorme edificio en Great Queen Street, a unas pocas cuadras del Museo Británico, cuyos laboratorios están muy bien descriptos en la novela El coleccionista de libros, de Charles Lovett. Recordemos, por otra parte, el dicho Feliz es el hombre soltero, sin sobrinos y que vive cerca del Museo Británico.
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