Hace poco volví de una experiencia única: recorrer el Viejo Continente con una mochila al hombro. Durante ocho meses visité 50 ciudades y 12 países, desde Portugal hasta Polonia. La pregunta obligada cuando regresé a Buenos Aires fue recurrente: ¿cuál fue el lugar que más te gustó? A lo que respondía sin dudarlo: Berlín.
Berlín es una ciudad con un encanto especial, con mucha personalidad. Pasó de su destrucción casi total a manos de los aliados al levantamiento del muro, en 1961, lo que provocó en la sociedad un fenómeno único. Los berlineses son gente con una apertura hacia lo nuevo increíble, ya que durante casi 30 años estuvieron encerrados entre muros.
Tuve la fortuna de conocer a un grupo de berlineses con los que compartí los días que me tocó estar ahí. Todos sabían hablar inglés, algunos algo de español, y me incitaban a que lo hablase para practicarlo.
Me sorprendió pasear un día laboral por el corazón del centro y no ver embotellamientos; luego me explicaron que a causa de su destrucción parcial en la Segunda Guerra Mundial, la ciudad fue rediseñada y hoy es capaz de albergar ocho millones de habitantes. Actualmente hay casi tres millones y medio, es decir que sobra espacio para vehículos y bicicletas, que tienen su propia vía.
Me sorprendió el masivo uso de bicicletas, pero no sólo diurno, sino también nocturno (los jóvenes salían de noche con su bicicleta y la estacionaban fuera de los bares). Además, el ambiente en la vida diaria es muy relajado; casi no se ve traje y corbata, y a media mañana la gente para de trabajar para tomarse su chop de cerveza tirada.
Cada vez que me perdía en las calles, sin pedir ayuda, alguien preguntaba si necesitaba algo o adónde quería ir. Así, mi estereotipo sobre el berlinés serio y frío fue cambiando hasta llegar al de personas abiertas, cultas y divertidas.
En unos de mis tantos paseos me fascinaba reconocer los contrastes arquitectónicos entre lo que fue la parte comunista y la capitalista que el muro dividía.
De un lado, edificios inmensos con colores blancos o grises, todos iguales. De la mano de enfrente, la arquitectura capitalista que conocemos.
Además, hay en pie algunos edificios construidos en la época del nazismo, todos en mármol. Muchos de los que fueron derrumbados se utilizaron para hacer estaciones de subterráneo.
Ni bien pise Berlín, lo primero que quería ver era el famoso muro. Son unos bloques de cemento armado en forma de T invertida, colocados uno al lado del otro. Si uno quiere ver un buen trozo en pie debe buscarlo un poco retirado del centro. Allí pude caminar cuatro kilómetros de muro, tocarlo y hasta firmarlo. Está permitido realizar arte sobre el muro siempre y cuando no se lo dañe.
Su diversidad arquitectónica, su animada noche, su inagotable propuesta cultural y sobre todo su gente hacen que Berlín sea mi ciudad favorita.
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