

Es una experiencia frecuente: cuando se reserva un pasaje aéreo, el operador logró impresionar con su extraordinario poder asociativo. Mientras a usted podría llevarle varios relojes de arena encontrar una palabra que comience con H, otra con K, una más con J, después con G, H, R, S o lo que fuere, a su interlocutor se le ocurren a boca de jarro. Sin embargo, están entrenados para eso.
Más aún, no sólo un responsable de reservas aéreas sino cualquier piloto, agente de viajes o persona alguna que trabaje en el negocio del turismo aeronáutico deben conocer al dedillo un abecedario mnemotécnico, que identifica cada letra con una determinada palabra.
Un mismo lenguaje
Esta manera de transmitir datos nació en el contexto de la Segunda Guerra Mundial y se denominó modelo telegráfico de la comunicación, porque lo único que importaba, cuando intentaba decirse algo, era que el mensaje no diera lugar a malentendidos.
En una guerra donde participaban fuerzas aéreas de varios países era preciso desarrollar un lenguaje determinado, que significara lo mismo en cualquier rincón del planeta, para quienquiera que lo recibiera.
Así nació el alfabeto de deletreo para radiotelefonía, también conocido como alfabeto fonético internacional.
No sólo los pilotos y controladores de tránsito aéreo lo manejan al dedillo, sino también pueden recitarlo sin repetir, soplar ni dudar los operadores de los servicios de información aeronáutica, los despachantes de aeronaves e incluso el personal que brinda información meteorológica en los aeropuertos.
Antes que ése, hubo otro alfabeto aportado por la Unión Internacional de Telecomunicaciones (ITU), en 1927. Lo cambiaron un poco en 1932 y luego de ser aceptado por la OACI (que siempre tuvo la última palabra en la materia) estuvo vigente durante muchos años, incluso para la aviación civil y el servicio marítimo, que echó mano de él hasta 1959.
Tal vez por la ilusión de soñar con un mundo mejor, o pensando en qué paraíso desearían sanar sus heridas de guerra, ese primerísimo código internacional era mucho más turístico que el actual.
Ciudades en la lista
Entre bombardeos y aterrizajes forzosos, Amsterdam, París, Quebec, Valencia, Zurich, Oslo, Jerusalén, Roma, Nueva York, Madagascar y muchas otras ciudades estaban día a día presentes en los diálogos de innumerables combatientes.
Sin embargo, como surgían variantes locales o sectoriales (el Able Baker, del ejército y la marina; el RAF, de la Royal Air Force; el Able Baker posbélico, de la aviación civil, y el Ana Brazil, que se extendía en América latina), el temor ante una nueva Torre de Babel hizo que la Asociación Internacional de Transporte Aéreo (IATA) tomara el toro por las astas. Solicitó una cita en la OACI y dejó sobre el escritorio una nueva versión unificadora y realmente universal del dichoso alfabeto. Ese mismo, finalmente, con algunos pequeños cambios, es el que hoy rige nuestros trámites, destinos y costumbres aéreas, aquí y en todos los rincones del mundo.
Para que no restaran dudas, en 1959, además, fue adoptado por la Unión Internacional de Telecomunicaciones. De todos modos, en cada país surgieron variantes coloquiales y la Argentina no sería la excepción.
Las agencias de viaje y las aerolíneas comerciales se manejan con su propio código, a espaldas del que rige las conversaciones del resto del personal aeronáutico. La idea rectora de su creación era que todos los usuarios se entendieran rápidamente.
Sin embargo, si se comparan las tres versiones se obtiene un buen ejemplo de cómo debe jugarse al teléfono descompuesto.
Mónica Martín
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