Tan cerca en la distancia, tan lejana en el tiempo , así siento a Colonia.
Siempre vuelvo a Colonia atraída por su encanto. La pequeña y grandiosa Colonia. Allí están la paz que deriva de tremendos conflictos políticos coloniales y la alegría que dejaron sus recuerdos. Dulce y apacible.
Es un placer recorrer sus calles de adoquines, acariciar sus muros ahora silenciosos, pero que conservan en su interior las voces de una época remota.Ver los azulejos que decoraban sus casas, las anchísimas paredes circundantes, los faroles de luz amarillenta que la alumbraban, la puerta de acceso al fuerte con el escudo portugués, las ruinas en la plaza y al pie del faro, fieles testimonios de un pasado conflictivo. La mal llamada Casa del Virrey, ya que allí nunca hubo virrey, pero nos sitúa en esa época y así lo aceptamos. La lindísima iglesia, resguardando en su interior la devoción de los que allí oraron. El encanto de sus posadas y de los pequeñísimos museos, celosos de sus reliquias. El museo indígena, mínima muestra del pasado charrúa. La casa Nacarello, los museos del Azulejo y Portugués. Tamboriles que suenan a través de los siglos, enredándose en las glicinas de la primavera. Esa es Colonia, la linda y encantadora Colonia.
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