

Los hoteles cinco estrellas, son transatlánticos de tierra. También, como los grandes barcos, tienen varios restaurantes, desde los más sofisticados a los menos complejos, a más de 100 pesos o menos de 50 por persona. Que convertidos en euros o dólares son una pichincha.
Parecen un mundo aparte, con salones transformados en confiterías para tomar el té. Hay comedores con muchos mozos para elegir platos y vinos a la carta. Y también equivalentes a cafeterías. En sus terrazas o lobbies presentan un buffet muy surtido, con salmón incluido, donde uno se sirve a gusto a precios razonables.
No me alojo en un hotel de lujo porque vivo en mi casa y cuando salgo no me da el cuero, a menos que sea invitado. Pero siempre los visito. Tanto en Buenos Aires, donde hay varios y muy buenos, como en Europa o Estados Unidos. Y me siento en el medio de una película, en la estela fragante de los ricos y famosos.
No hace falta muchos requisitos. Basta el deseo, la tarjeta de crédito, vestirse a tono porque sólo los ídolos del rock pueden usar el jeans roto y animarse a cruzar el telón de hielo que a veces nos intimida con sus porteros uniformados.
Incluso los hoteles, igual que los barcos, son lugares divertidos que tienen atracciones fuera del programa habitual. Por ejemplo, la creciente importancia que les dan en la Argentina a los festivales gastronómicos internacionales.
Con ellos uno puede viajar sobre un mantel volador aunque no lleve pasaporte, ni mucho dinero para dar la vuelta al mundo en ochenta platos. Y nos largamos a experimentar sabores diferentes o con palitos. Aunque termino pidiendo un tenedor porque no me doy maña y se me resbala el arroz.
Para degustar todo
No basta comer siempre un bife con papas fritas a caballo por rico que sea. Me tientan las semanas de distintas cocinas, muchas exóticas y a veces con espectáculos incorporados porque son promociones culturales, no sólo culinarias. Las vedettes son los cocineros, pero les agregan música en vivo, conjuntos de baile traídos de afuera, igual que artesanos de batik o barriletes chinos. En el Sheraton, por ejemplo, presentan muestras fotográficas y exhiben películas en su auditórium con entrada gratuita, aunque uno no vaya a comer. Es cuestión de estar atentos a estos eventos y aprovecharlos porque a veces uno no se entera o se entera tarde y ya se fueron con las cocinas a otra parte. Porque los grandes cocineros tienen alma de valija, igual que cantantes, tenistas o corredores de autos.
Este año, sin salir de mi ciudad, a través de sus platos recorrí países latinoamericanos (Bolivia, México, Perú), lo mismo que Europa (Alemania, España, Francia, Grecia, Italia). Y luego en Oriente compartí especialidades de China, Corea, Malasia, Marruecos, Tailandia, etcétera, porque son tantas que ya de memoria no los recuerdo.
La mayoría de los ingredientes son locales, pero traen sus especias y sus toques especiales porque a partir de elementos comunes para nosotros logran combinaciones inesperadas. O presentan mezclas nada habituales para nuestro paladar como el kimchi con verduras y picantes.
La gastronomía es la compañera de ruta del turismo, y esto nos ayuda a respetar y disfrutar las diferencias en este vasto etcétera que es el mundo. Y valorar, a través de los fugaces visitantes, a los propios restaurantes de cocinas diversas como tenemos acá durante todo el año. ¡Buen provecho!, como se decía antes..
Por Horacio de Dios
Para LA NACION
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