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Cómo mover las piezas para ir de la Argentina a Moscú

Un maestro de ajedrez recuerda las vicisitudes de un viaje




Transcurría 1956. Período de agitación política y, cuando no, tribulaciones económicas que naturalmente alcanzaron al ajedrez. Por entonces, esta disciplina intelectual disfrutaba de una sólida tradición en nuestro medio, con hitos de relevancia histórica, como el match por el Campeonato Mundial entre Capablanca y Alekhine en 1927, y el Torneo de las Naciones, en 1939.
El prestigio internacional del ajedrez se encontraba avalado por un campeonato mundial juvenil, obtenido en Copenhague, en 1953, y nada menos que tres vicecampeonatos mundiales por equipos, conseguidos sucesivamente en las Olimpíada de Dubrovnik, 1950; Helsinki, 1952, y Amsterdam, 1954.
Por eso resultó inesperada y sorpresiva la cancelación de la participación del equipo nacional en la nueva Olimpíada de Moscú 1956, donde aspiraba a defender sus laureles, arduamente conseguidos.

Sin fondos

En una última reunión de apelación, que tuvimos con el militar que oficiaba de interventor del Comité Olímpico Nacional se nos confirmó que los recortes presupuestarios hacían imposible el viaje. En ese momento se me ocurrió una irresponsable inspiración, amparado en mi condición de benjamín de la troupe , y le dije al interventor: -¡Pero señor, piense que no le estamos solicitando los siete pasajes, más los viáticos que figuran en el pedido original! Eso lo tenemos solucionado. ¡Sólo nos faltan dos pasajes y el equipo puede viajar!
El interventor garabateó a mano una orden de dos pasajes y se despidió.
De regreso al departamento del viejo Najdorf, donde con Julio Bolbochán y Raúl Sanguineti hacía un mes que el equipo se estaba preparando, robándoles algunas horas a las obligaciones y muchas al descanso, el mismo Najdorf me dijo:
-¿Qué hiciste Oscar, si no tenemos nada?
-Miguel, hace un rato nos faltaban siete pasajes y los viáticos. Si renunciamos al capitán, a los suplentes y a los viáticos, sólo nos faltarían dos pasajes y podría ir el equipo mínimo de cuatro jugadores, ya que es una obligación moral y deportiva defender nuestro vicecampeonato.
No fue sencillo, y los mismos jugadores debimos financiar los pasajes faltantes, con la promesa de la Federación de un eventual reintegro.
Paralelamente, el maestro Bernardo Wexler, un suplente forzosa y dolorosamente desestimado, recomponía sus aspiraciones merced a la promesa de una colecta en el Club Boca Junior, donde era profesor.
El resto de los costos se recaudó entre amigos y favorecedores del Club Argentino de Ajedrez, y el desinteresado aporte personal del doctor Alfredo Espósito, fuerte maestro nacional y gran amigo.
El calendario y las reservas aéreas llevaron a enviarnos a Najdorf y a mí como inmediata avanzada, mientras se solucionaban los últimos problemas.
Fue la primera vez que medio equipo olímpico estuvo en Ezeiza con bártulos y parientes, esperando la confirmación del viaje, ya que el mismo podía fracasar hasta en el último momento, por fuerza de la realidad, frustrando una osada maniobra basada sólo en imponderables.

En lista de espera

Pero la confirmación llegó a tiempo y la desmembrada delegación alcanzó Viena, paso obligado para el arduo traslado a Moscú, ya que la Guerra Fría estaba en su apogeo.
Con valijas y todo, dada la premura del caso, nuestra avanzada se presentó en Aeroflot, la compañía aérea soviética, para tramitar la conexión más inmediata, ya que el tiempo apremiaba. Los empleados nos ofrecieron figurar en una desmesurada lista de espera, para las dos semanas subsiguientes, pues los vuelos estaban atestados.
Fueron, además, tan amables como incorruptibles, frente a las diferentes formas de seducción ensayadas por el maestro Najdorf, el más audaz y experimentado miembro de nuestra magra delegación. La entrevista terminó.
-Bien, les comunicaremos nuestro paradero cuando estemos instalados, pues debemos viajar en cualquier caso.
-¿Pero cómo? ¿No tienen reserva de alojamiento?
-No, porque no sabíamos si viajábamos.
-¡Entonces no van a conseguir nada! Viena está repleta; ¡hay que reservar con meses de antelación!
Tenían razón, y nuestra delegación terminó en el pequeño departamento de los empleados de Aeroflot, una simpática y amable pareja, colaborando en inflar unos colchones de emergencia, para pasar la noche. Cuando se acomodaron en el pasillo ofreciendo su única habitación a los huéspedes, palpamos tanto el componente cultural europeo como la enorme solidaridad que impone pasar por la extrema crisis de una conflagración bélica.
Al día siguiente Najdorf sacó un as de la manga, consiguiendo contactar a una señora Reicher, que había jugado en la Olimpíada de Buenos Aires, en 1939, y guardaba un buen recuerdo del país y sus habitantes, sobre todo los que compartían su amor por el ajedrez. Apenas instalados en la nueva hospitalidad, hubo que abocarse a la prioridad absoluta del viaje a Moscú, pues era inminente la inauguración del torneo.

Recursos de un maestro

Aeroflot se mostró impermeable a todo tipo de argumentación. Allí fue donde el gran maestro Najdorf hizo honor a su estilo combativo, agrandándose en la adversidad. Fuimos a la embajada soviética, donde el viejo entró hecho una tromba. Cuando apareció el primer secretario le dijo: Venimos a darle la oportunidad de evitar a su país un papelón internacional. Esta tarde, en una conferencia de prensa, vamos a denunciar a la Unión Soviética de bloquear el acceso del equipo argentino a la Olimpíada, debido a que es el subcampeón. El secretario pidió unas horas para consultar con Moscú. Más tarde nos entregó una orden para Aeroflot.
Nuestros amigos y originales anfitriones, los empleados de la compañía, susurraron su admiración y el dato anecdótico de que habían bajado del avión a dos militares de alta graduación.
Arreglamos el viaje para el resto del equipo y llegamos a Moscú a tiempo para jugar la primera rueda, con un tablero menos, ya que el maestro Pilnik, enterado de la cuestión, había llegado desde Reikjavik.
El cuarto punto quedó, por cortesía del equipo indio, nuestro ocasional rival, para ser disputado oportunamente. Cuando se completó el equipo, nuestra representación pudo dedicarse a disputar la Olimpíada en su más alto nivel técnico, cosa en apariencia sencilla, después de las peripecias vividas. Pero es probable que nada sea gratis, pues el equipo que fue a defender su título de vicecampeón sólo pudo obtener ¡un cuarto puesto! Pero este duro y tal vez merecido revés a nuestras aspiraciones fue compensado con la medalla de oro que conquistó Raúl Sanguineti como mejor Quinto Tablero, incorporándose de pleno derecho al ambiente internacional, y a la flor y nata de nuestro juego-ciencia.
Por eso debemos considerar positivo el saldo de este auténtico viaje a la criolla.
El autor es gran maestro de ajedrez desde 1955. Ingeniero civil desde 1962. Fue campeón mundial juvenil de ajedrez en Copenhague 1953 y campeón argentino 1953-1985-1992.
Por Oscar Panno
Para La Nación

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