No fue fácil tomar la decisión de visitar Colombia, pero luego de mucho cavilar, y ante los consejos desalentadores de propios y extraños, decidimos ir igual. Y acertamos. Colombia nos recibió con los brazos abiertos, dándonos una acabada idea de lo magnífico que es su territorio y su gente. Nuestro recorrido nos llevó por Barranquilla, Santa Marta y San Andrés, pero sin duda nuestro corazón quedó en Cartagena.
Esta mítica ciudad, a orillas de un revuelto mar Caribe entre lagunas y ciénagas, fue fundada por Pedro de Heredia el 20 de enero de 1533 sobre un antiguo asentamiento de pescadores turbacos llamado Calamarí. De allí que la que hoy se conoce como Cartagena de Indias en sus comienzos fuera San Sebastián de Calamarí.
Cartagena sorprende al viajero con sus dos caras. La moderna de enormes rascacielos y hoteles en los barrios de Bocagrande, Laguito y Castillogrande, pero sobre todo con su faz antigua, con su excelso casco histórico el cual engarza como una esmeralda entre las murallas que la protegen desde 1643 y que rodean íntegramente la ciudad vieja. También es aconsejable visitar los históricos barrios de Getsemaní y Manga sobre la bahía de la Animas, puerto natural de Cartagena, y aprovechando el viaje ir al cerro de la Popa, punto más elevado desde donde se tiene una hermosa vista, y el fuerte de San Felipe.
Sin duda, lo más jugoso se encuentra dentro de las murallas. Angostas callejuelas transitadas por carruajes, edificios coloniales intactos pintados de los más diversos colores con hermosísimos balcones coloniales que chorrean flores.
Aconsejamos comenzar el recorrido del casco histórico penetrando las murallas por la Boca del Puente, principal ingreso a la ciudad, el cual soporta la famosa Torre del Reloj, símbolo y carta de presentación del corralito de piedra, como llaman los cartageneros a su ciudad.
Una vez penetradas las defensas, como alguna vez lo hizo sir Francis Drake, es aconsejable caminar desde la hoy plaza de los Coches (originalmente República del Ecuador) bajo la atenta mirada de don Pedro de Heredia, hacia la plaza de la Aduana para luego adentrase en las pequeñas callejuelas que nos llevarán a través de la ciudad y harán que el visitante retroceda 500 años en el tiempo.
Las maravillas se suceden: la iglesia de San Pedro Claver, el edificio del hotel Charleston, el teatro Heredia, la plaza de Santo Domingo, lugar ideal para tomar un café y ver cómo las palenqueras ofrecen sus frutas y dulces de coco a los paseantes. Otro imperdible es el espléndido convento de Santa Catalina, convertido en hotel de lujo, pero abierto al visitante.
Esteban Belasio