

¿Cuantas veces escuchó la frase a mi nene la playa lo pone nervioso? Muchas, seguramente. ¿Será que hay chicos a los que no les gustan las vacaciones? ¡Hum!, frío, frío...
¿Qué le pasa a un chico cuando viaja? "Toda mudanza genera crisis. Y si el descanso es de 48 horas, no sólo se cansa el chico, sino también los padres. En ese caso, trasladarse es un estrés, y sería más placentero quedarse en casa.
Es bastante común ver en las playas de la provincia de Buenos Aires a personas que siguen en el diario los vaivenes de la cotización del dólar. Son los turistas del fin de semana que no pueden levantar el pie del acelerador. Pero ésas no son vacaciones para nadie", analiza el doctor Osvaldo Menéndez, docente universitario y miembro titular de la Sociedad Argentina de Pediatría.
El especialista confirma que las vacaciones junto al mar son excitantes, en primer lugar, para los chicos: "Si llevamos a un chico a la playa y no puede correr porque se lleva a todos por delante, lo estamos exponiendo a unas vacaciones tortuosas".
Y, en segundo lugar, para los grandes. Durante los primeros días libres cuesta acostumbrarse a no hacer. Y sobre todo, a no hacer bien. Todos los médicos recomiendan dejar la playa a las 10 y regresar a las 16. Sucede, en cambio, que casi todas las familias llegan a la playa a las 11, toman sol al mediodía; almuerzan a las 14 y hacen la digestión con una caminata de 30 km sobre la orilla del mar y con la canícula clavada en la nuca. Hacen todo al revés. Con la libertad de hacer las cosas como nos place nunca debería perjudicarnos ni a grandes ni chicos.
Vivir sin horarios, comer y beber sin restricciones, usar ojotas, podrían ser la epifanía del verano. Fíjese, sin embargo, en los pies de algunos hombres que no han visto la luz del sol durante 350 días y, al segundo de sus merecidas vacaciones, los han convertido en dos inmensas brasas de fuego candente.
O en la cara de amargura de los otros que llegan a la playa convertidos en malabaristas: la correa de la sombrilla cruzada contra el hombro ampollado, cuatro sillitas estratégicamente ubicadas, el bolso con las lonas y los cuatro toallones, la heladera portátil con cinco litros de bebida para el día, la canasta con el termo y los sándwiches, el balde y las palitas de la nena, la colchoneta --ya inflada-- del nene, y el diario que al fin podrá leer sin interrupciones, pero que apenas pisa la arena se echa a volar a los cuatro vientos.
"Holidays significa días de fiesta, entonces uno tendría que preguntarse dónde están esos holy-days, con qué puedo ser feliz. ¿Qué necesito yo? ¿Reencontrarme con mis hijos, con mi familia, o huir? No es casual que las estadísticas informen que la mayoría de los suicidas pone fin a su vida un domingo a la tarde --su día libre-- y que la mayoría de los trabajadores renuncie a su empleo cuando regresa de las vacaciones.
Si me pregunta a mí, yo podría ser feliz en el patio de mi casa, debajo de una palmera o comiendo un asado en el campo", ejemplifica el pediatra.
Cualquiera de estas opciones, probablemente, no tenga adhesiones entre los adultos y despierte en los chicos mayor animadversión que una cuchara de brócoli hervido pugnando por entrar en su boca. Sin embargo, no debería ser así, antes no era así. "Un chico sólo tiene que hacer actividades recreativas, jugar.
Antes, nos daban un frasco con bolitas y nosotros nos entreteníamos una tarde entera. Ahora, en cambio, sólo nos divierte consumir. Estamos criando chicos consumistas porque nosotros también lo somos.
Hay que estimular la creatividad en vez de consumir", recomienda el doctor Menéndez.
¿Qué quiero entonces encontrar en mi tiempo libre? Cuáles son mis días felices? ¿Para quién lo hago? ¿Con quién? Cuando se tenga la respuesta a estas preguntas se sabrá cuál es el mejor lugar para ir de vacaciones. Vaya donde vaya, la premisa del tiempo libre ha sido desde siempre reencontrarse, reunir a la familia. Nunca perderse.
Mónica Martin
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