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Con sabor a coco y murmullos de mar

Las playas de Tibao do Sul, a 70 kilómetros de Natal, invitan a hacer una pausa de buena vida




NATAL.- Cocada es lo que Liz envuelve en esos pañuelos blancos, húmedos, que acomoda tan prolijos dentro del canasto de mimbre delgado. Sabrosa cocada; fruto de su propia faena moliendo el coco en morteros de madera y bañándolo en caramelo. Artesanal producción de sus manos morenas, que a pesar de los años ahora se mueven ágiles, cortando pedazos de galletas crocantes que se le pegan en los dedos.
Da gusto ver la canasta haciendo equilibrio sobre su cabeza, los pies descalzos entre la arena y la vieja sonrisa ofreciendo el manjar por la módica suma de un real (0,60 peso) el trozo, en las playas de Tibao do Sul.
El golfo cerrado de Tibao; verde y espeso, sumergido en la vegetación que intenta atraparlo todo, con barcas despintadas en el agua, redes y la serena rutina de los pescadores. Y detrás los delfines, inquietos cerca de la orilla a la que llegan en busca de alimento.
En la costa hay que escuchar a los portugueses trabando conversación con Liz, disfrutando como sólo ellos pueden de la cocada y del sabor de su propia herencia. Abunda en estas latitudes el turismo de Europa.
El pequeño municipio de Tibao do Sul está ubicado en el extremo nordeste del país, a 70 kilómetros de Natal, la ciudad de menor población de este sector (700.000 habitantes).
Es en realidad una villa posada junto al mar, que vive de sus frutos y del cultivo de la tierra, levantada principalmente en madera y acostumbrada al aroma salado del agua, desde donde no sólo llega la principal fuente de ingresos, sino también las leyendas que enseñan, los cuentos y las fantasías populares.
Ante los ojos de los viajeros se presenta una seguidilla de playas vírgenes como santuarios ecológicos, con posadas que se elevan a varios metros de altura, a modo de balcones.
Puede que sea por el tiempo benévolo, aunque también por la Fiesta de Santo Antonio que esta noche tiene lugar en las calles del pueblo, que la arena está tan concurrida y el ambiente apacible. Antes de llegar al morro, recién pasado el mediodía, Liz sacudió sus utencilios y regresó al hogar con el éxito brillando en su canasta vacía.

Una bahía con delfines

Quedaron en la costa los cocos fríos, los surfistas, el sonido de los beririmbau animando la atmósfera y los platos de camarones bañados con limón que se reparten por cuatro reales a cualquier hora. Todo con el relajado espíritu de siempre, aunque con las ansias que originan aquí las reuniones públicas, especialmente ésta de Santo Antonio en la que, se sabe, comulgan con regocijo todos los moradores.
Aún el sol abraza la arena y algunos modestos barcos parten para Baia dos Golfinhos (Bahía de los Delfines), donde los mamíferos demuestran con soltura, en un ambiente absolutamente natural y sin peticiones de nadie, aquellas habilidades que hicieron famosos a sus pares academizados de Orlando.
Otras embarcaciones algo más provistas de infraestructura llegan hasta la piedra que otorga el sobrenombre de Praia da Pipa a toda esta zona. Costeando el golfo hacia el Norte, Praia do Curral ofrece la más agreste de las escenas, especialmente si se llega hasta allí por agua. Aquí, las dunas empiezan a ganar altura e interminables montañas de arena son el destino inevitable para los buggies que se agitan resbalando en las laderas.
Los motores se detienen en las cumbres, entre las palmeras, y dejan contemplar las panorámicas más inquietantes del golfo encerrando al pueblo y sus playas.
Cuando cae el sol, la imagen siempre mentada en las películas del horizonte naranja y el galope de los caballos en la orilla es quizá la más tentadora de las opciones en los llanos que se estiran hacia el sur del pueblo. Alguna caipirinha en los puestos que reposan en la arena es otro placer típico que cualquiera puede darse por sólo dos reales la medida (1,3 dólar).
Temprano anochece en el Estado de Rio Grande do Norte que empieza a iluminarse a fuerza de farolas. Hoy más que nunca las calles ofrecen un murmullo constante y la gente se mezcla bajo las palmeras de la Plaza Pública en comentarios de rutina, en sonrisas, y por qué no en vasos de cachaça, pura y fuerte, como más les gusta tomarla.
Santo Antonio, una reunión que cumple con el agradecimiento a quien cuida de los pescadores, deviene en fiesta carente de solemnidades, suelta, con el pueblo entero bailando el forró en saltos pequeños y rápidos, y esa gracia natural de quienes, se dice, llevan la música en el cuerpo.
Van a permanecer allí hasta ver las primeras luces del alba, y entonces aquellos que trabajen con las redes dejarán la Plaza Pública y volverán al lugar donde pasan la mayor parte de sus vidas: el mar.

Datos útiles

Cómo llegar: el aeropuerto más cercano a Tibao do Sul es el Augusto Severo de la ciudad de Natal.
  • El precio de los pasajes aéreos, ida y vuelta, de Buenos Aires a Natal es de 550 dólares, con impuestos y tasas argentinas incluidas. La tasa de embarque en Brasil es de 40 dólares.
  • Desde el aeropuerto de Natal parten vehículos a Tibao do Sul por 17 dólares, aunque si se tiene reserva de hotel, ellos se ocupan del traslado.
Alojamiento: varias cabañas, de excelentes comodidades, se encuentran hacia el norte del pueblo. Una para dos personas cuesta por noche alrededor de 70 dólares.
Paseos: recorrer las dunas en buggy, o bien las playas a caballo, cuesta aproximadamente 10 dólares.
Más información: Oficina de Turismo de Brasil, Cerrito 1350; 4815-8737. Atención de lunes a viernes, de 9 a 14.
En Internet: www.embratur.org.br
Jorge Benedetti

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por Redacción OHLALÁ!


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