Con todos los condimentos
Puente entre Asia y Europa, la ciudad turca es destino obligado para los apasionados por la historia, la arquitectura palaciega y también, claro, el regateo, que reina en sus coloridos mercados
1 de septiembre de 2013
ESTAMBUL.- Hay cosas, momentos, que uno nunca olvidará. Aunque pasen los años. Para un periodista que hace unos días volvió a esta ciudad luego de un lustro, el estar sentado en el bar del piso 15 del hotel Conrad, en la terraza, al ocaso, es mágico. La noche está clara y cálida. En frente, el Bósforo y la parte asiática de esta ciudad. Las luces de los barcos que pasan por el estrecho y el llamado de los almuecines convocan a la última oración de la jornada. Estambul tiene sabor a especias. A especias visuales.
Bizancio, luego Constantinopla y ahora Estambul, recibe alrededor de 9,5 millones de turistas al año. Motivos no faltan. La mezcla de culturas y religiones, su historia cambiante y muchas veces trágica, de conquistas e imperios, su geografía; la cantidad de estímulos para el visitante la hacen una de las ciudades más atractivas del planeta. Según datos oficiales, en 2012 viajaron 12.800 argentinos, mientras que en lo que va de 2013, 20.800, en coincidencia con el inicio de los vuelos Buenos Aires-Estambul de la compañía aérea Turkish Airlines.
Mezquitas, catedrales y sinagogas, mujeres cubiertas de negro de pies a cabeza y otras con una remerita y un short, retratos de Kemal Atatürk (el padre de la Turquía moderna) que nos miran desde carteles gigantes hasta los billetes y las monedas, Europa y Asia separadas por casi nada, el regateo de sus comerciantes y el hablar a los gritos del turco en la calle son una variopinta muestra de lo que podemos encontrar en la otrora capital de los imperios bizantino y otomano.
¿Por dónde empezar un recorrido? Por el presente del pasado.
El Bazar de las Especias, un mercado con todos los condimentos - Créditos: Corbis
De Justiniano a James Bond
La península donde se ubica el centro histórico está del lado europeo, rodeada por el mar de Mármara, el Bósforo y el Cuerno de Oro. Allí encontramos la catedral de Santa Sofía, las mezquitas más imponentes y el palacio de los sultanes, Topkapi.
Mandada a construir por el emperador bizantino Justiniano e inaugurada en 537, la catedral de Santa Sofía o Haghia Sofia –traducción en griego de Santa Sabiduría– fue el faro de los cristianos ortodoxos de todo el mundo hasta la captura de la ciudad por los turcos, en 1453. Convertida en mezquita por ellos, lo fue hasta que Kemal Atatürk decidió que se convirtiera en museo. Se respetaron las construcciones hechas por los musulmanes –como minaretes y las fuentes de abluciones en su exterior y el mihrab, en el interior, que indica la dirección a La Meca–, pero se descubrieron y restauraron los increíbles mosaicos cristianos que yacían bajo el cemento que le habían colocado encima. Así vieron la luz nuevamente las imágenes de Dios, Cristo, santos, emperadores y emperatrices. Posiblemente nos encontremos con una larga fila que comienza en una de las columnas, la llamada Pilar del Llanto. Según la leyenda, Justiniano apoyó su cabeza para aliviar su jaqueca. Desde esa época tocar la piedra de una determinada manera tiene poderes curativos.
Apenas al traspasar las puertas de esa sagrada construcción nos quedamos sin aliento. La cúpula de la nave principal tiene 55 metros de altura. ¿Cuántas cosas se habrán vivido desde su edificación? Coronaciones, saqueos –como el vivido durante la Cuarta Cruzada en 1204, maravillosamente descripto por Umberto Eco en su Baudolino–, millones y millones de rezos en los más diversos idiomas. Hoy para ingresar hay que pagar 25 liras turcas (a la cotización actual un poco menos de 12 dólares) y tiene página oficial: http:/bit.ly/SBKwxw
Exterior de Santa Sofía, símbolo de los contrastes de Estambul - Créditos: Corbis
Salimos de Santa Sofía (en turco, Aya Sofya) y caminamos por la plaza que la separa de la mezquita del Sultán Ahmet, aunque es más conocida como mezquita Azul. Si preguntamos su nombre en turco es Sultanahmed Camii. Nos paramos equidistantes de los dos templos y parece que quieren competir por quién se acerca más a Dios. El porqué del azul en el nombre de la mezquita no se refiere a su exterior, sino a los azulejos de ese tono que recubren las paredes del recinto donde se reza. Construida entre 1609 y 1616 tiene más de 20.000 azulejos en setenta estilos diferentes.
Recordemos: está abierta al culto y se debe guardar el debido respeto en cuanto a hablar fuerte o sacar fotos con flash mientras se está en momentos del rezo. Hay que descalzarse para ingresar y no se puede entrar con pantalones cortos. Las mujeres tienen que cubrirse la cabeza y no pueden llevar los hombros descubiertos. De igual manera se entregan kits para ellas. La entrada es gratis. Encontramos en la Web la página http:/bit.ly/17VM8Jj con una visita virtual en 360° del lugar. Al salir, las turistas occidentales vuelven a descubrirse y revelan sus formas frente a otras mujeres musulmanes tradicionalistas. Éstas llevan un chador negro que las tapa de pies a cabeza. Sólo permite descubrir unos hermosos ojos negros, si no llevan también anteojos oscuros. Choque cultural.
Interior de Santa Sofía, alternativamente catedral y mezquita - Créditos: Corbis
Al atravesar las puertas de la mezquita Azul, a nuestra izquierda, está el lugar donde se erigía el hipódromo bizantino, del que sólo quedan unos obeliscos. Seguimos caminando por la traza imaginaria de él y nos vamos a encontrar con la Cisterna Basílica (entrada, 10 liras turcas), una de la serie de depósitos subterráneos construidos por los bizantinos para abastecer a la ciudad de agua potable. En su interior hay 336 columnas y puede visitarse. El lugar está a media luz e invita al misterio. Para los memoriosos, allí se filmó una de las escenas principales de la película De Rusia con amor, con Sean Connery como James Bond. También se produce en la Cisterna Basílica el desenlace del último libro de Dan Brown, Inferno.
El rapto en el serrallo
Intrigas palaciegas, cotilleos, concubinas, favoritas, eunucos negros, sultanas madres, tardes de hastío y noches de pasión obligada. Todo lo que a muchos les surge cuando recorren el harén (o serrallo) del palacio Topkapi, la residencia de los sultanes y sede del gobierno durante el imperio otomano.
El complejo de Topkapi –cuyo sitio oficial es http:/bit.ly/WxaAm– comprende además del harén, donde vivían las queridas, las esposas y los hijos pequeños de los sultanes, pabellones para actividades oficiales, biblioteca, colecciones de objetos de arte, joyas, armas y vestimentas ricamente adornadas. El harén mismo es un laberinto de habitaciones, pasillos y salas de reunión. La entrada al palacio de Topkapi cuesta 25 liras turcas y habrá que pagar 15 liras más si se quiere entrar en el harén. Si se visita el palacio por la mañana se puede almorzar en el restaurant Konyale, con una estupenda vista de la confluencia del Bósforo con el Mármara. Su terraza frente a las aguas es un fuerte imán. Se podría ir con un par de libros y quedarse horas frente a ese paisaje. Por allí mismo pasaron los raquíticos refuerzos que mandaron por barco las potencias occidentales cuando estaba sitiada Constantinopla en 1453, tal cual bien lo pintan el escritor turco Nedim Gürsel en La novela del conquistador y el finlandés Mika Waltari en El ángel sombrío.
Afuera de Topkapi, casi pegado, está el Museo Arqueológico (Web oficial, http:/bit.ly/K5vg9A ). Una joya para los amantes del arte y de la historia. La entrada cuesta 10 liras turcas. Encontramos aquí el Tratado de Kadesh, una tableta del 1269 a.C. donde está el más antiguo acuerdo de paz que se conserva, establecido entre los egipcios y los hititas.
Tour del alma
Una soleada mañana de domingo caminamos por la calle que bordea el Cuerno de Oro, hacia el barrio de Fener. A la izquierda, cada tanto, los restos de una muralla medieval. A la derecha, a lo lejos, cruzando la ría, la torre Galata. Doblamos hacia la calle Sadrazam Ali Pasa y subiendo unos pasos estamos en el Patriarcado Ortodoxo de Constantinopla.
Las puertas están abiertas y tras cruzar un patio está la iglesia de San Jorge. Se está celebrando la misa y se escuchan los cantos interpretados por los sacerdotes de barba y vestidos de negros. Hay turistas venidos de todas partes del mundo así como miembros de la colectividad griega y rusa de la ciudad. A la derecha del iconostasio, en medio de la nave, se alza un trono donde se sienta un pope menudo de barba blanca y capa dorada. Es su santidad Bartolomé, arzobispo de Constantinopla, Nueva Roma y patriarca ecuménico, primero entre pares de los patriarcas ortodoxos y líder espiritual de millones de creyentes de todo el mundo.
Cuando terminó la misa, Bartolomé bajó de su trono y nos repartió a cada uno de los presentes un pan con levadura y un recuerdo.
La iglesia de San Jorge, que data de comienzos del siglo XVIII, fue visitada en 2006 por el papa Benedicto XVI; es además de un lugar sagrado un sitio atractivo para conocer, con su iconostasio dorado al frente que separa el altar de la nave, el púlpito elevado, el trono del patriarca y su serie de íconos antiguos. Hay un recorrido virtual en http:/bit.ly/19GtCGU .
Desde allí se puede ir caminando hasta la mezquita Fatih, o Fatih Camii, en turco. Las callejuelas ascendentes parecen salidas de un libro de Orhan Pamuk. En nuestro destino, una enorme mezquita y centro de estudios islámicos, está la tumba de Mehmet el Conquistador, el sultán que tomó la ciudad de los bizantinos en 1453. Al lado hay un cementerio musulmán.
No lejos de los dos lugares anteriores está la sinagoga Ahrida, en Gevgli Sok, la más antigua y una de las más bellas de Estambul. Se puede visitar si se hace reserva previa en http:/bit.ly/17fac9R o por medio de una agencia de viaje. Vale la pena conocerla.
Si por el camino nos dio hambre, un sándwich de kebab en un puesto callejero puede estar entre 7 y 8 liras turcas. Una gaseosa, 2,5 liras.
Una ciudad que tiene más de 2900 mezquitas activas obligará que sea imposible citarlas a todas. Pero hay una que nunca debemos olvidar, la de Sulyeman el Magnífico (1520-1566), llamada Süleymaniye Camii, imponente como el sultán que le dio su nombre. En uno de sus lados están las tumbas de Suleyman y de su amada, Roxelana. Existe también una madraza, un centro de estudios islámicos, que cobija más de 110.000 manuscritos.
A orillas del Bósforo
El estrecho de Bósforo separa las partes europea y asiática de esta ciudad turca - Créditos: Corbis
Cruzando el Cuerno de Oro lo primero que encontramos es la Torre Galata (entrada 12 liras turcas) de 60 metros, que ofrece una vista espléndida del casco más antiguo de la ciudad. A diez minutos de allí, yendo para el noroeste, está la famosa plaza Taksim (Taksim Meydani); suele ser el epicentro de manifestaciones de todo signo en la parte más moderna de Estambul. Es una zona de oficinas, comercios y restaurantes.
Si hablamos de comer, una buena alternativa es Haci Abdullah, a pocas cuadras de la plaza. Especializado en la cocina turca otomana, los precios son accesibles. Especialidad, cordero en todas sus formas.
Tomemos un taxi y vayamos hasta la zona de Ortaköy, a un paso del puente Bósforo, cuya iluminación cambia de color durante la noche. El barrio tiene al borde de las aguas del estrecho una zona recientemente restaurada con tiendas de regalos, tapicerías y restaurantes. No hay tanta gente como en el Gran Bazar.