EL CHALTEN.- El paisano don Rodolfo Guerra extraña a veces las temperaturas más cálidas del Norte.
Pero conviene aclarar que para él, hombre de la cordillera afincado al pie del Fitz Roy, el Norte significa Junín de los Andes. Allí peonaba cuando era joven, en campos donde el viento y las heladas eran habituales, pero no tan permanentes como en esta zona tan imponente por su geografía como por sus vientos y sus tormentas.
Estamos a más de 1000 kilómetros al sur de Junín de los Andes y a casi 3000 de Buenos Aires, recorriendo a caballo lo que bien puede considerarse como uno de los paisajes más imponentes del mundo.
Hoy tenemos suerte y brilla un sol radiante. Sopla un viento inconfundible del Oeste, pero es casi una brisa comparado con los torbellinos que son casi la costumbre. Este año ha sido frío, con mucha nieve y más tormentoso de lo habitual, lo cual ya es decir. Pero don Guerra tiene sus caballos bien preparados y bien comidos para el verano que se anuncia.
Con paciencia y filosofía patagónica espera que lleguen los turistas que se animen a penetrar en la montaña de a caballo. La cordillera de los Andes es verdaderamente ideal para recorrerla en una adecuada combinación de marcha a pie y a caballo.
Hay muchos lugares escarpados en los cuales es obligatorio caminar, pero hay valles y quebradas en los que se avanza a buen paso a lomo de caballo -o de mula- y se pueden encarar así trayectos más extensos y visitas a lugares que necesitan la ayuda de un equipo de cabalgaduras, tanto para jinetes como para transportar el equipamiento necesario para acampar.
En los últimos años se han popularizado muchas travesías andinas en San Juan y Mendoza siguiendo los pasos del cruce de San Martín con el Ejército de los Andes. Y también en Bariloche y alrededores, incluyendo cruces a Chile. Pero son menos exploradas las posibilidades del extremo sur cordillerano, allí donde transitó, a pie y a caballo, el infatigable perito Moreno, en la búsqueda de lagos y montañas.
Paso corto, aliento largo
"El asunto es cargar bien los caballos", dice don Guerra, mientras convida con un trago de vino antes de iniciar una larga jornada de ocho horas a caballo entre El Chaltén y el refugio de la laguna Toro, al pie del hielo continental.
Como se llevan provisiones para varios días, algunos caballos llevan sólo la carga y viajan atados entre sí para ser conducidos por el guía. Cualquier caballo mal cargado puede lastimarse y nadie se daría cuenta salvo que el noble animal cayera al piso.
También hay que mirar con cuidado el camino que se elige para evitar que el caballo hunda sus patas en algunos mallines demasiado blandos. Al borde de la cordillera, la mayor humedad y la baja temperatura habitual forman los mallines, verdaderas alfombras verdes, muy suaves y esponjosas a la vista, pero peligrosas si el caballo se hunde demasiado en ellas.
Picos contra el cielo azul
Como el día es gloriosamente límpido, el Fitz Roy y las agujas que lo rodean sirven de referencia imponente mientras se avanza a paso calmo por zonas en las que se alternan prados y tupidos bosques de lengas. Los picos se recortan contra el cielo azul y parecen invitar a un ascenso a las cumbres, un desafío que, sin embargo, sólo está al alcance de escaladores que se ubican en el nivel de una verdadera Fórmula 1 del montañismo mundial.
En el camino hay que cruzar dos veces el río Túnel, que proviene del glaciar del mismo nombre y va a desembocar en el impresionante lago Viedma. Como todo torrente glaciario, el río Túnel es blancuzco y de fuerte correntada.
Hay que cruzarlo con cuidado y don Guerra da precisas instrucciones: "Una vez elegido el vado, hay que cruzar en diagonal contra la corriente hasta pasar el punto medio del río, donde hay mayor profundidad. Una vez que ya superamos ese punto se gira un poco para llegar hasta la otra ribera caminando a favor de la corriente".
El riesgo es que un caballo tropiece en la primera parte del recorrido y arrastre a otros en la caída. En ese caso, la propia corriente en contra ayuda a levantarse más fácilmente si hay un resbalón.
Al sortear la parte más alta de la colina del Pliegue Tumbado, don Guerra hace un alto para que descansen los caballos. La ocasión es buena también para descansar la vista hasta que la observación se pierde en el horizonte.
Abajo tenemos el lago Viedma, verde turquesa, cuyas aguas se pierden hacia el Este en la meseta patagónica. Al costado, las cadenas montañosas que nos separan del hielo continental que ya se adivina en los glaciares que se ven a lo lejos, en el fondo del valle del río Túnel que debemos recorrer hasta el final.
Varias horas más tarde, ese punto final de la cabalgata se alcanza con la parsimonia del paso corto, pero aliento largo, casi como reza el poema sobre el caballo criollo.
Desaperamos los caballos al borde del río Túnel, con la mole imponente del cerro Huemul por delante y una cascada de más de 200 metros de altura que cae de las nieves eternas de la cumbre.
Al preparar el campamento y el fuego para la comida aparece un zorro colorado extraordinariamente confianzudo, que merodea a pocos metros, esperando, sin duda, que alguien le ofrezca algo para comer. Por supuesto, no violamos la regla ecológica básica de no alimentar animales silvestres para evitar que cambien sus hábitos.
Para nuestra gran sorpresa, sin embargo, el propio don Guerra nos anoticia que el zorro es en realidad una zorra con cachorros: "Siempre le doy comida y la última semana noté que se llevaba los pedazos de carne a su guarida sin comerla, así que debe tener cría para alimentar".
Don Guerra, gaucho de ley y hombre de la naturaleza si los hay, no ha tenido ocasión, todavía, de leer los manuales de Vida Silvestre o Greenpeace.
Cóndores, pumas... y sequoias
Del otro lado del Viedma nos espera otra cabalgata espectacular. La iniciamos en la imponente estancia Helsingfors, un oasis enclavado en medio de una gran curiosidad de la Patagonia: un bosque de sequoias californianas, plantadas por el pionero finlandés Alfred Ramstrom, cuando fundó allí esa estancia, 90 kilómetros al oeste de la ruta 40.
Las sequoias aún están en plena infancia: sólo tienen 90 años y su vida puede llegar a los 2000 o 2500 años. Ramstrom plantaba con visión de futuro.
Desde Helsingfors salimos en ascenso hacia glaciares cercanos con los Susacasa, padre e hijo, actuales propietarios de la estancia convertida en hostería. Cabalgamos todo el día al paso.
Entre los coloridos neneos, matas redondeadas por el viento y con flores amarillas forman una inmensa alfombra como para revolcarse en ella... si no fuera que por debajo del suave color amarillo hay durísimas espinas. Por momentos, en cambio, por senderos más rocosos, en ascenso hacia la laguna Azul, aparece un impresionante estanque interior formado por un glaciar.
En el camino se cruzan arroyos y bosques de lengas, siempre en un silencio sólo cortado por ráfagas de viento y con vistas excepcionales a una distancia casi infinita.
Cada tanto se ven cóndores y águilas en vuelo circular y majestuoso. Y también rastros de algún puma, señor de esa zona del país donde vive mejor protegido que en ningún otro lado. "El último verano, una leona (así se llaman aquí) particularmente feroz mató más de 100 ovejas en estas quebradas -relata Ernesto Susacasa-; y se ve que era una leona que enseñaba a cazar a sus cachorros porque no se comían todo lo que mataban."
Otros lagos
Hay más opciones para quienes quieren aventurarse por la cordillera austral a caballo.
Entre ellas, pocas cosas tan interesantes como recorrer, durmiendo en carpas, la zona del lago del Desierto y los valles cercanos hasta llegar al lago San Martín y encontrarse con el refugio de la estancia La Maipú, de la tradicional familia Leyenda, donde también vale la pena pasar varios días inolvidables en esa región con magia propia.
O bien iniciar las excursiones a caballo al revés, comenzando en La Maipú y bordeando la costa accidentada del lago San Martín, que luego se llama O´Higgins ya que la frontera cruza sus aguas.
Y más al Norte, en la hostería Lagos del Furioso, en el istmo que separa los lagos Pueyrredón y Posadas, lanzarse a la base del imponente cerro San Lorenzo, la cumbre argentina más alta de la Patagonia.
Y aunque para quienes quieren llegar a las cimas, la marcha a pie es obligatoria, para quienes quieran recorrer muchos kilómetros y ver los mil ángulos de la Patagonia, el caballo es un compañero ideal.
Germán Sopeña