

A BORDO DEL INFINITY.- Recostado sobre uno de los muelles del puerto de Ushuaia, el Infinity se distingue desde lejos. Enorme y altísimo, salta a la vista con su robusto perfil blanco y azul, que sobresale entre las otras naves que comparten estancia en la ciudad más austral del mundo y que a su lado apenas parecen los hermanos menores.
No por nada es uno de los cruceros más modernos y lujosos de la Celebrity Cruises, y es el que todos los años realiza la extensa travesía de 14 días entre Valparaíso y Buenos Aires, con escalas en Punta Arenas, Ushuaia, Puerto Argentino, Puerto Madryn y Montevideo.
Ushuaia será nuestro puerto de embarque en esta verdadera ciudad flotante. Y una vez a bordo comienzan los aprestos para zarpar. Como parte de una de las tantas rutinas que se irán sucediendo durante todo el viaje, a las 17 en punto la nave comienza a moverse. Mientras una fina garúa nos despide de la ciudad, el Canal de Beagle se abre ante nosotros rodeado por los picos nevados del extremo sur de la cordillera de los Andes.
Es fácil acostumbrarse a la vida embarcado. Mientras la embarcación apenas evidencia un leve movimiento, las horas transcurren sin prisa y los casi 2000 pasajeros parecen agradecer tanto sosiego y tranquilidad. Venidos de todas partes del mundo, aunque la mayoría son europeos y los argentinos apenas superan la decena, tienen ciertas característica en común: el promedio de edad supera los 55 años y todos parecen estar aquí como parte de unas larguísimas vacaciones todo incluido.
Es que es imposible abstraerse de la cantidad de actividades que ofrecen estas verdaderas ciudades flotantes, en las que es posible realizar casi de todo: desde practicar algún tipo de actividad deportiva, hay piletas de natación cubiertas y al aire libre; un circuito aeróbico sobre cubierta de 300 metros de longitud, un par de aros de básquet, una jaula para probar el swing de golf y un completísimo gimnasio, cine, teatro, casino, tres restaurantes, biblioteca, videoteca, sala de Internet con tarifa altísima, bares y hasta un moderno spa que ofrece una batería de tratamientos impensada para un barco y cuyo costo arranca en los cien dólares.
Escala esperada
En la madrugada del segundo día a bordo, la silueta añorada de nuestras islas Malvinas aparece a la distancia. Bastarán apenas unas horas para que, cerca de las 8, el Infinity fondee en la bahía Stanley. Mientras un sol tímido intenta entibiar un poco el helado ambiente malvinense, la ansiedad va ganando terreno: son muchas las ganas de desembarcar en este pedazo de tierra casi inhóspito pero que encierra tantas sensaciones para los argentinos.
Puerto Argentino aparece como un caserío bajo distribuido a lo largo de una franja costera de pocos kilómetros. Decenas de casas pintadas de variados colores contrastan con el suelo de negra turba y el gris de la roca; por delante, sólo un mar en constante movimiento, agitado por el fuerte viento que suele soplar aquí con fuerza poco habitual.
En el muelle de desembarco de Puerto Argentino todo es movimiento. Una decena de combis y otros tantos ómnibus esperan estacionados la llegada del pasaje para transportarlos en algunas de las varias excursiones que se ofrecen por los alrededores de esta pequeña ciudad.
Las calles húmedas y casi desiertas invitan a una recorrida a pie. Son poco más de un kilómetro y medio hacia un lado y el otro, y algo más de ocho cuadras hacia arriba las que conforman el núcleo urbano de esta pequeña ciudad, capital de estas islas en las que viven 2000 habitantes en forma permanente. El recorrido se acaba rápidamente y son realmente pocas las cosas para ver. Sin duda, estar aquí tiene más que ver con los sentimientos que con la curiosidad turística; al menos para los argentinos.
Tras unas cuantas escalas en los bares de la ciudad, con The Globe como punto fuerte, un típico pub donde se juntan todos los extranjeros de paso, llega la hora de embarcarse una vez más.
La vuelta se hace difícil y una especie de melancolía se hace presente. Mientras Puerto Argentino se pierde en el horizonte, el buque bordea las islas en su camino hacia el continente. El avance es veloz y vertiginoso, mientras el recuerdo de las islas se aferra de forma permanente.
Poco más de una hora una más tarde, y cuando la noche comenzaba a asomarse sobre esta zona del Atlántico Sur, una fortísima ráfaga de viento helado sacude la embarcación y hace que los pensamientos de quienes aún permanecemos en cubierta vuelvan a la realidad. Con furia inusitada, el viento golpea y el frío obliga a refugiarse en el interior.
Durante la próxima jornada, el temporal de viento, normal en la zona, nos acompañará a sol y sombra como una especie de presencia imposible de dejar atrás, y habrá que acostumbrarse a caminar, comer, leer, sentarse, andar y hasta dormir con una leve inclinación lateral hacia el lado derecho del crucero. Pero, extrañamente, y gracias a la moderna tecnología sólo eso será lo que se sienta a bordo.
Madryn y después
Tras casi 36 horas de navegación, el amanecer sorprende al Infinity en medio del golfo San José, frente a Puerto Madryn. Y ahí, como en el resto de los puertos que aún quedan por tocar, se repetirá casi la misma rutina que en las escalas anteriores: mientras el barco termina de tomar amarras, los grupos de pasajeros se irán agolpando cerca de las puertas de salida para descender de la nave ni bien las autoridades del puerto autoricen el desembarco; con paso firme, se dirigirán a las decenas de ómnibus que esperan llevarlos a las varias excursiones programadas -los avistamientos de ballenas y los tours a las pingüineras y loberías son las opciones preferidas-, mientras que otros, quizá los menos pretenciosos, optan por salir a recorrer la ciudad a pie y dedicarse al shopping, o contratar los paseos directamente en tierra, mientras que algunos pocos se quedarán a bordo a descansar, o disfrutar de los servicios que ofrece el crucero casi con exclusividad.
Cuando promedia la tarde, los contingentes de pasajeros comienzan a regresar con paso apurado a la embarcación. Y una vez más se repetirá otro de los rituales: el barco levará anclas, tocará tres veces la bocina, girará en redondo, recorrerá un poco la costa y se encaminará rumbo a mar abierto, mientras la mayoría del pasaje se agolpa en las mesas del Ocean View Caffe para dar cuenta de una suculenta merienda mientras contempla el paisaje.
Montevideo aparece como próximo destino, al que llegamos tras casi 40 horas de navegación y durante las cuales velozmente iremos dejando atrás todas las ciudades de nuestra costa. La vista desde el mar de Necochea, Miramar, Mar del Plata o Pinamar son un placer, mientras el barco avanza plácidamente sobre el oscurísimo azul. Ya pasado el amanecer, el agua va cambiando de color hacia un verde que con el correr de los minutos se irá tiñendo de marrón hasta quedarse de ese tono tan particular que caracteriza al Río de la Plata. Recostada contra el fondo, la capital uruguaya invita a recorrerla a pie, opción preferida por la mayoría de los pasajeros.
Al día siguiente, la travesía llega a su fin. Buenos Aires aparece frente al enorme crucero y nos recibe con la tranquilidad característica de los domingos por la mañana. Para la mayoría, es sólo una escala más en un viaje de descubrimiento por América del Sur; para pocos, es volver a casa; pero para todos es, sin duda, el final de una inolvidable travesía.
Por Diego Cúneo
Enviado especial
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Fotos: Archivo y Diego Cúneo
Datos útiles
- Fechas: el primer viaje de esta temporada del Infinity zarpará de Valparaíso el 21 de diciembre y desde Buenos Aires el 4 de enero.
- Tarifas: en las cabinas más económicas el precio arranca en U$S 1799 (con impuestos y tasas).
- Importante: los pasajeros argentinos necesitan llevar pasaporte para desembarcar en Malvinas.
- Informes: Organfur, Paraguay 610, 22°, 4108-5200, www.organfur.com
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