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Contrastes por las calles de Moscú

Construcciones antiguas y rastros del comunismo conviven con una ciudad moderna, de las más caras del mundo




MOSCU.- La decisión de ir a Moscú no debería ser considerada sólo desde el punto de vista turístico, sino también desde un punto de vista más conceptual. Es una ciudad-metáfora. Es la representación de las ideologías más intensas de los últimos cien años. Alguna gente con la que conversé acerca de mi viaje me habló maravillas de ella. En tiempo pasado. La adoraban, les encantaba antes de la perestroika.
Amaban a sus artistas, les gustaba la austeridad en cada uno de sus gestos, e ideológicamente acordaban con el sistema comunista. Otros lo habían padecido y habían tenido una experiencia difícil, burocrática, con una especie de guía-controlador. Creo que no hay ciudad en Rusia donde los contrastes sean tan explícitos como en Moscú. Los antiguos monasterios y los ultramodernos edificios conviven junto con los ejemplares de la arquitectura soviética.
Los millonarios circulan en sus autos lujosísimos de marcas europeas al lado de los jubilados que quedaron fuera del sistema.
Un rato antes de aterrizar le entregan los papeles para Migraciones y para la Aduana. Hay que tomarse su tiempo para llenarlos. Tenga a mano su pasaporte porque va a tener que utilizar muchos datos que figuran en su visa. En general están en ruso y las líneas aéreas le ofrecen un formulario adjunto traducido. Una vez que el avión aterrizó comienza una serie de peripecias para las cuales hay que armarse de paciencia. El aeropuerto es un gran tema. Reina un ambiente de desorden. Hay filas interminables. Es el momento de recordar que la paciencia es fundamental. Migraciones resulta un desafío. No están esas cintas fosforescentes que organizan a la gente cuando desciende del avión. No, y al mejor estilo argentino, la gente se cuela.
Pasan, se amontonan. El ambiente se pone tenso. Hay pocas cabinas con funcionarios para la cantidad de pasajeros que llegan. Después de un rato de chapucear un inglés inútil, comienza la resignación. Nadie habla nada que no sea ruso. La funcionaria de turno es lo más parecido al personaje de la empleada pública de Antonio Gasalla, pero vestida de gris y en vez de ¡¡Atrás!!, dice algo que uno nunca va a entender.
Después de aproximadamente quince minutos en los que se intercambian miradas con el pasaporte dan paso. Luego viene la segunda ceremonia (angustiante) iniciática que es encontrar tu valija. Nunca había visto una relación tan desoladora entre la gente y su equipaje. Cualquier inconveniente que surja, uno puede estar casi seguro de que no lo va a poder solucionar fácil. Pero si le pasa como a mí, cuya valija apareció al día siguiente, vuelva a recordar que con paciencia se soluciona.
En Rusia, hay una diferencia enorme entre lo privado y lo público. Lo público es burocrático y continúa todavía con muchos resabios de autoritarismo y gestos militares. Pero una vez en el mundo de lo privado todo es fácil: el hotel, la guía, los mozos. Todos tratan de ser amables en ruso . Pocos hablan inglés. Es imposible conocer Moscú sin un tour o una guía. ¡Olvídese de su idea de arreglarse solo! Hablo de una inversión, no de un gasto.
Sepa bien el nombre del hotel o la calle que busca. Recuerde que el alfabeto es completamente distinto. Una simple anotación puede parecer la solución, pero no lo es, porque por fonética queda claro, pero escrito es un enigma. Sirve preguntar veinte veces y sirve perderse si uno tiene claro que eso es parte de la experiencia de viajar. Con los puestos callejeros uno se puede arreglar para las necesidades básicas. Tomar algo, comer algo y comprar algún souvenir.
Primer día. Es interesante un city tour, mitad en auto y mitad a pie. Durante ese primer día nuestra guía fue Elisa, de 35 años, con una licenciatura en Lenguas. Elisa tenía una mirada irónica acerca de todo lo que mostraba. De Gorbachov dijo que fue "el hablador", mucho para afuera y nada para adentro. Que destruyó el sistema, pero no construyó nada. Ellos padecieron crisis parecidas a las nuestras: sufrieron la de 1999 con el default y los bancos se quedaron con los ahorros de la gente. Muchos rusos prefieren la vieja y tradicional Caja de Ahorro Nacional a los bancos.

La plaza más famosa

La Plaza Roja es imponente, con sus setecientos metros de largo y ciento treinta de ancho. Mientras uno camina disfruta de los edificios, los museos, las murallas y de las construcciones del Kremlin por afuera y de la iglesia de San Basilio y pasa por delante del Mausoleo de Lenin, que es un tema aparte. Justo del otro lado de la misma plaza está El Almacén General del Estado, convertido en lo que podría ser para nosotros las Galerías Pacífico. Pasó de mercado medieval y gran tienda popular a ostentar ahora una gran vidriera de Max Mara, otra de Escada y así sucesivamente, y cafecitos que podrían estar en la Quinta Avenida. No se puede circular por medio de la plaza.
Desde allí, a unas cuadras está la tumba del soldado desconocido y el cambio de guardia.
Si uno va los viernes al mediodía, encontrará a las novias que se sacan la clásica foto con el guardia de turno y luego dejan el ramo. Allí nos esperaba un auto para recorrer la ciudad. Vimos edificios de la época de los zares, de la de Stalin y las nuevas construcciones. Fuimos a la catedral del Cristo Redentor. Pasamos por el Convento de las Doncellas, por la Universidad, por el Monumento a Pedro el Grande y por el maravilloso parque de la Victoria. Luego paseamos al borde del lago donde Tchaicovski se inspiró para componer El lago de los cisnes . Visitamos la Sinagoga Coral y como ya llevábamos cuatro horas paseando, la guía nos llevó a tomar un café cerca de la sinagoga, al Café House, una cadena de bolichitos buenos y de precio accesible. De allí nos dirigimos a un Mercado Campesino, que es una especie de Mercado Central donde se vende de todo. Quesos, frutas, una feria, como las de antes, mitad cubierta y mitad al aire libre. Hay desde caviar hasta un yogur. Desde carne de caza hasta canastos de mimbre.
Ese día nos quedamos en la peatonal Arabat que no es nada del otro mundo, no tiene gracia, prefiera otras peatonales más interesantes donde hay grandes tiendas, pequeños negocitos y más amables. Tenga como punto de referencia la cúpula de alguna iglesia o alguna muralla del Kremlin. Por la ciudad se ven mujeres muy arregladas; maquilladas, peinadas, con sus zapatos de taco y su equipo de jeans y remera, o trajecito moderno.
Si no almorzó o si se le hace la hora de comer puede encontrar restaurantes por cualquier lado. En Moscú se come bien. En el hotel nos recomendaron un restaurante para turistas llamado Godunov, que está frente al Bolshoi, con un show típico de gitanas rusas. Pedir los blinis con caviar y un vasito de vodka resulta una buena opción para empezar. Luego, un lomo Strogonoff y un postre. ¿Cuánto? Alrededor de 40 euros por persona.
Segundo día: nos encontramos con Irina, nuestra guía, una mujer de alrededor de 50 años. Ese día, como Manuelita, la tortuga, hicimos todo, un poquito caminando y otro poquitito a pie. El Mausoleo de Lenin por dentro. No se puede ingresar con cámaras fotográficas ni con carteras abultadas.
Resulta un poco teatral esta imagen del hombre más importante de la historia rusa con las manos y la cara iluminadas como muñeco de cera. Nadie se puede detener.
Otra visita imperdible es al cementerio. Como siempre, la muerte refleja la vida. Y allí los militares, con sus galones tallados, tienen cada uno su busto en hierro o mármol. Y los intelectuales, los artistas, una estatua sencilla, una foto o quizás una figura de bailarina como la de Ana Pavlova. Están ahí muchos de los personajes cuyas obras conocimos en la Argentina. Desde bailarines del Bolshoi hasta autores como Anton Chéjov. Ese día, después de pasear y con todo lo visto en la memoria, fuimos a comer al Café des Artistes, un restaurante en la peatonal Kamerersky. Cocina suiza, mediterránea, nada formal y por 20 euros por persona. Tercer día. Nuestro encuentro fue con Valentina, que nos llevó a visitar el Kremlin, los tesoros, la catedral y la casa de León Tolstoi en un barrio alejado del centro. Un lugar plácido y amable. Es un edificio de madera de 1822. Tolstoi, genio y figura, honra su memoria en esa casa donde hay rastros de su mujer, de su obra y de su cotidiano. Antes de despedirme de Moscú me pareció imposible no probar crêpes en un puesto callejero: mi opción fue uno de crema ácida y salmón ahumado.
Por Any Ventura
Para LA NACION

El metro y el Bolshoi, dos imperdibles

En Moscú, en algún momento hay que parar para reflexionar. Comprar en las grandes tiendas es inaccesible. Son más caras que en las ciudades de Europa del Oeste. Internet en los hoteles es prohibitiva y el teclado va en ruso. Difícil y se pierde mucho tiempo que vale oro (20 minutos: 300 rublos). Hasta que uno le toma la mano al teclado pierde una fortuna).
Es recomendable visitar las estaciones del metro que son maravillosas. Hay que ir con alguien que sepa, una guía, alguien... Uno se pierde y es más caro y más desagradable. El metro de Moscú es una de las bellezas imperdibles del mundo. De las cosas más originales y bellas que he visto. Cada una es una gran obra de arte. Existen más de 160 estaciones, construidas a partir de 1935; las hay con estatuas de bronce como la Plaza de la Revolución y el busto de Carl Marx y otra de Los Jóvenes Comunistas.
Los subtes transportan 7 millones de personas por día. Es una experiencia muy interesante. En algún momento dan ganas de salir al aire libre después de dos horas bajo la tierra.
Nos aconsejaron no tomar taxis y les hicimos caso. Dicen que son de la mafia, que te estafan. En fin...
Una experiencia imperdible es concurrir al Bolshoi. Durante mi estada, se encontraba en reparaciones. Lo lamenté sinceramente y recordaba a Maia Plisetskaia y a Vasilev en el Teatro Colón.
Hay lugares en los que se debe pagar un extra si uno quiere sacar fotos. El salario básico es de 300 euros. Es la cuarta ciudad más cara del mundo. Y se nota. Todo es, más o menos, caro.
Consejos: tener cuidado dónde se cambia dinero. Fijarse bien en la cotización. Hay que llevar pasaporte. Contar bien el dinero antes de sacarlo de la bandeja. Cuando uno sale de Migraciones, hay señores con una gorrita y carritos que cobran 120 rublos por bulto. Si se está en buen estado físico y sin mucho equipaje, realmente no son necesarios.

Datos útiles

Cómo llegar

A Moscú vuelan las principales aerolíneas desde las capitales europeas.

Traslados

Un auto precontratado cuesta, desde el aeropuerto hasta el hotel, 45 euros.

Alojamiento

Un hotel barato (de dos o tres estrellas) cuesta 35 dólares por noche. Uno de 4 estrellas entre 130-210 (depende de la habitación). Los de cinco estrellas, desde 350 dólares.

Cambio

Antes de partir sepa que en Rusia no aceptan dólares anteriores a 1999 ni billetes que no estén impecables (1 dólar 25 rublos, aproximadamente).

Guía

Una guía particular cuesta alrededor de 16 euros la hora y 15 euros la hora de auto.

Gastronomía

En un buen restaurante, un menú completo cuesta entre 20 y 40 dólares.

Museos

Las entradas a los museos cuestan entre 10 y 15 euros.

Curiosidades

Para ir a un baño público, que hay muchos, se debe pagar 15 rublos. En general son sucios.

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por Redacción OHLALÁ!

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