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Copacabana, de cara a las islas del Sol y de la Luna

Cerca de esa península, que custodia a Bolivia en el lago, ambas porciones de tierra permiten conocer bien por dentro a ese país, porque respiran leyendas y tradiciones y huelen siempre a chicha




COPACABANA, Bolivia.- En un principio, era la luz..." Pero, antes que la luz, para los incas, fue Viracocha. El dios Viracocha había creado un mundo oscuro. Entonces -dicen- se dirigió al Gran Lago y ordenó que desde lo profundo de sus aguas, allí donde los volcanes hundidos mantienen los fuegos eternos, se gestaran el Sol, la Luna y las estrellas, y que salieran al mundo y trepasen al cielo para dar luz... Y así fue.
Pero la Luna poseía más claridad que el Sol. Entonces, el astro, celoso, tomó un puñado de cenizas y se lo arrojó a la cara, para que empalideciera y pudiese él ocupar el lugar como soberano, entre todas las luminarias del cosmos... Y así fue.

La primera vez


Visitar la isla del Sol, en Copacabana, la costa boliviana del lago Titicaca, es asistir al escenario exacto donde Inti (sol) hizo su primera aparición.
Pisar la isla es, ante todo, pisar tierra sagrada. Además, es asistir a la exaltación del verde y la piedra que se alternan a cada paso. Un sendero marca el rumbo. A los costados, las ruinas: piedra sobre piedra, sobre piedra, perfectamente encastradas, que forman construcciones, como casas pequeñas, con puertas y ventanas, con paredes y pasillos interiores.
Y al llegar al Pilko Caima (ruina), dan ganas de hincarse ante la roca que acunó al sol en su primer día de vida. Desde entonces, lo acuna, cada amanecer, siglo tras siglo...
El sol tiene una cuna

que fue esculpida en la piedra

la isla oculta la piedra

y el lago mece a los tres...

A unos pasos de la cuna solar, la pavura: la piedra de los sacrificios. En cada solsticio de invierno, los incas ofrecían al dios Sol el corazón de una niña virgen.
Se la elegía de entre las ninfas que se guardaban en la isla de la Luna para ser ofrendadas luego, en una ceremonia que se oficiaba sobre esa piedra durante el amanecer del día primero de cada año, que es el 21 de junio, fecha en la que Inti nació y, con su primer rayo, marcó para siempre, el inicio del invierno.
Desde entonces, la isla celebra el nacimiento del Sol, repitiendo el mismo rito. Siempre durante el amanecer, sobre la misma piedra..., pero, al Sol gracias, ya no viven ninfas en la isla de la Luna. Ahora se ofrenda el corazón de una llama.
A partir de aquí, el resto de la visita es relajada y purificante.
Tiempo de darse al murmullo plácido del devenir constante del agua. Sube desde muy abajo de la tierra, no se sabe más, y cae, cae, cae como una música, con un repiqueteo que arrulla, que distiende. Baja, suena, y sigue sonando; va por dos pequeñas acequias de piedra que corren a los costados de una escalera inmensa. Llega y estalla. Estalla otra vez, rompe con gracia y con algarabía contra la piedra grande de la Fuente del Inca..., y suena bien. Alrededor, el lago y el cielo, siempre, siempre.
A muy poco de navegar, desde la isla del Sol se puede visitar la isla de la Luna. Es mucho más pequeña y sólo tiene una ruina para ver. Pero vale la pena subir las escalinatas hasta encontrar el Templo de la Luna: piedra sobre piedra, sobre piedra, que van formando pasillos en zigzag, a techo abierto. Allí vivían aquellas doncellas hasta los 15 años, tiempo de ser ofrenda al Sol.
Luego de recorrer la ruina, y antes de volver, hay que pasar un rato en la playa. Elegir una roca grande, que dé buena sombra, y sentarse a mirar. Ver la impudicia del Sol que hora tras hora, día tras día, siglo tras siglo, hiende a latigazos la calma del lago, y dejarse cegar por el Titicaca y por el cielo, que revientan de tanto azul.

Cuando Copacabana baila


Vienen bajando. Se los oye de lejos. Traen candela; vienen cantando. Son tantos, todo el pueblo está bailando.
Es el atardecer del primer día de febrero y la Virgen de la Candelaria recibe a los peregrinos y recoge flores y rezos. Francisco Tito Yupanqui eligió la madera, y vio la imagen de la Virgen que palpitaba entre las vetas..., y talló. Ella custodia a Bolivia desde la orilla del Gran Lago. Y Bolivia la celebra. Baila Bolivia, baila. La península de Copacabana arde, las calles queman de tanto canto. El cerro Calvario se tiñe de rojo y vibra y retumba, tarde, tambor: son los pies de los indios que tumban la tierra, que bailan, que bailan...
Azules, verdes, naranjas, ponchos y polleras, plumas y sicus, danzas amaraes y mucha música para la Virgen... Dicen que regala milagros desde el siglo XVI. Y espera por candelas encendidas, en la catedral.

Con aire de moros


Cuando pasa la fiesta, Copacabana vuelve a la calma. El asfalto todavía huele a chicha y baile, pero las calles ya están vacías.
Entonces, la catedral luce aún más. Imponente, alza su cúpula moruna y la estampa contra el cielo. Está frente a la plaza y ocupa toda una manzana. La rodea un patio de losas moras, como los mosaicos de la cúpula que, de tan alta, se ve desde los balcones y los patios de todas las casas. Porque en Copacabana todas las casas tienen balcón y patio con canteros y fuentes y luz de farol.
Cuando se hace de noche, los jardines parecen mágicos: un manto de estrellas que se descuelgan del cielo negrísimo y se entreveran con los helechos y las ramas de los rosales.
El rojo intenso de los ibiscos brilla, titila a la luz del farol, y la fuente que suena, que da continuidad, que va hilando los colores con el aire frío de la noche.
Frente a la plaza, en la calle, un montón de tablones, como mesas y bancos y una olla enorme...; huele bien, y sale humo. Algunos hombres, sentados alrededor del fuego, beben algo.
-Un ponche, señorita. -Ella revuelve con un cucharón grande y ofrece. Los hombres hacen lugar, siempre hay espacio para quien quiera amenguar el frío y compartir un vaso de chicha de maíz caliente... en silencio.
Pero el día es otra historia: las calles que rodean la plaza y la calle que baja al lago se convierten en una gran feria.
Todos los negocios abren sus puertas y de las ventanas, los tirantes y los toldos cuelgan ponchos, camperas, suéters, sacos, tejidos con lana de oveja, llama y alpaca.
La más cotizada es la lana de la baby alpaca, así la llaman "para que los gringos entiendan", dicen (gringo es, para ellos, todo turista rubio, alto y de ojos claros, venga de donde venga).
También abren sus puertas y ventanas los bares y restaurantes. Algunos quedan sobre la playa y ponen las mesas en la arena a lago y cielo abiertos. Los otros quedan sobre la calle principal, la misma de la feria.
Calle y feria comienzan en la catedral y bajan hasta el lago. En estos restaurantes, con mesas en jardines con canteros y farol, se puede almorzar o cenar por tres dólares. Siempre pejerrey, arroz y ensalada; pero el pejerrey del Titicaca es el más grande y el más sabroso del mundo, dicen... y siempre sabe a poco.

Honores

Al atardecer, el cerro Calvario se vuelve un altar. Aimaraes y quechuas sahúman la tierra y ofrecen sus ritos a Inti. Forman un semicírculo abierto al lago y al sol; uno de ellos oficia de sacerdote y dirige la ceremonia: enciende fuego en una vasija negra, echa tierra y vino a las brasas y reza en voz alta.
El grupo cierra el círculo. Todos se arrodillan, alzan los brazos, repiten algo.
El que oficia el ritual, en el medio, levanta la vasija, la muestra al sol, y los demás bajan la cabeza. El, unta su pulgar con las cenizas mientras reza, entonces ellos alzan la vista y él les marca la frente con las cenizas. Se levantan, comienzan a cantar, y no paran hasta que el sol se pone. Así, desde siempre, y por siempre.
Y otra vez la noche, y cada uno a su casa con patio y fuente y luz de farol.
Excepto alguno que se queda frente a la plaza, compartiendo una chicha caliente, con quien quiera hacerse amigo... en silencio. Esperando a que el sol nazca otra vez y trepe al cielo, como Viracocha había ordenado, y llene de luz a Copacabana.
Soledad Pita Romero

Datos útiles

Cómo llegar

Hay micros diarios desde La Paz. El viaje dura cuatro horas y cuesta 4 dólares.
Las empresas son: 2 de Febrero, Tel. 377181, que hace seis viajes al día; Manko Kapac, Tel. 350033, que hace tres viajes al día. Las dos compañías están en la Plaza Reyes Ortiz.

Dónde dormir

Hotel Playa Azul. Está en la calle 6 de Agosto, a dos cuadras del lago.
Ambasador, en Bolívar y Jáuregui. Cuesta 2 pesos por día. Es limpio y tiene baños privados.
Residencial Rosario del Lago, en Rigoberto Paredes, entre Avda. Costanera y Avda. 16 de Julio. Estilo colonial.

Alrededores

Una caminata de tres horas y media.
Bordeando el lago Titicaca hacia el Norte, vía Yampupata. Son 15 kilómetros de paisaje de colinas verdes y lago.

Oficina de turismo

Está en la plaza 2 de Febrero.

Cómo ir a la Isla de Sol

Se pueden contratar excursiones de un día entero desde los hoteles o en la playa.
Cuestan alrededor de 8 dólares. También se puede contratar sólo el transporte a la isla y arreglar la fecha de retorno a Copacabana con el dueño de la embarcación.
El viaje hasta el sur de la isla cuesta 3 dólares; al Norte, 5 (si se sale desde la playa de Copacabana); puede costar un poco menos si se sale desde Yampupata. Pero vale la pena contratar la excursión para tener servicio de guía.
Si la opción es pasar la noche en la isla, hay que tratar de negociar el precio o volver con la misma embarcación, pero al día siguiente.

Dónde dormir en la isla

Se puede acampar a orillas del lago o ir a La Posada del Inca, en la villa Yumani.
Hotel Inti Wayna, más conocido como Casa Blanca.
Albergue Inca, cerca de Pilco Caima. Se puede hacer contacto desde Copacabana, Hotel Playa Azul.

Recaudos

Llevar ropa muy abrigada para la noche y traje de baño para el día.
Nunca tomar agua que no sea envasada (ni en La Paz ni en Copacabana).
Para ir a acampar a la isla del Sol hay que llevar cocinilla y provisiones; no hay mucho para comprar y escasea la leña.
Siempre hay que usar pantalla solar potente y sombrero, porque el sol es muy intenso.
En Copacabana hay un hospital donde se atiende de inmediato.

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