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Córdoba posee los misterios del mundo islámico

En el corazón de la ciudad, su famosa mezquita alberga una catedral en su interior y representa un ecumenismo religioso y cultural único




CORDOBA, España.- No hay como extraviarse en ese bosque de columnas, dejándose guiar por las penumbras y los rayos que se filtran a través de tímidas lucernas. No sólo porque es una mezquita -lugar donde postrarse- con la única aljama -sitio de reunión o asamblea- conservada en España tras una larga dominación musulmana, y porque es la más grande del mundo. No sólo porque en su interior la constante son las sombras y los reflejos de algunas lámparas de aceite aún en vigilia.
Tal vez porque en este escenario, más que los visitantes y su visión, es la imaginación la que se pierde y escapa: en el momento en que emires y califas ordenaron construirla para luego ampliar insistentemente su extensión o poder en medio de intrigas de leyenda; al tiempo en que un ejército de laboriosos artesanos la tallaron a cambio de su vida; o en la época de los cinco llamados diarios en que los musulmanes eran convocados a orar.
De todos modos, estando allí es la vista la que se pierde, no hay como observar tanto esplendor: la fastuosa arquitectura islámica de esta mezquita y, como si fuera poco, dentro de ella una catedral con elementos góticos, platerescos y barrocos. Sea cual fuere el motivo que insta a perderse en ella, la diferencia es sutil. Tanto como el resultado del intento mestizo por convertirla y conservarla a la vez. Con todo, la experiencia es incomparable y se debe, sin duda, al embrujo de su extraordinaria combinación cultural.
Desde que la metáfora sobre una vegetación de mármol que hubiese brotado espontáneamente del suelo comenzó a trascender (Téophile Gautier, 1811-1872), parece inevitable pensar en un bosque techado al aludir al interior de la mezquita de Córdoba. Más de 850 columnas sustentan el techo creando un efecto visual impactante.

Mezquita y catedral

Aunque sería mentiroso asegurarlo, parecería que Córdoba nació para el islam (allá por el 711, cuando fue sitiada por los musulmanes y la península ibérica quedó integrada al mundo islámico como el Al Andalus) y, en ese sentido, la mezquita es su máxima expresión.
Aunque por entonces Córdoba tenía más de mil mezquitas y más de ochocientas casas de baños, en un sistema de urbanización tan avanzado que ofrecía calles iluminadas, el templo islámico más grande es el que perduró. Fue levantado sobre una antigua basílica visigoda, encima de un pequeño promontorio a pasos del río Guadalquivir. Se compone de tres partes: la torre o alminar, el patio para las purificaciones y la sala de oración.
De su kibla o muro de orientación a La Meca (ciudad de peregrinación en la costa del Mar Rojo, donde en el 569 de la era cristiana nació Mahoma) mucho se ha dicho al cuestionar su exactitud. Pero, más allá de la religión abrazada o de los conocimientos alcanzados, nadie puede dar por tierra la belleza del mihrab . Un nicho decorado con mosaicos bizantinos, mediante la minuciosa técnica de vidrios ensamblados en púrpura, amarillo, verde claro, azul, blanco y negro sobre fondo de oro, y con zócalos de mármol cincelado, en los que se guardaba una copia dorada del Corán. No en vano los peregrinos daban siete vueltas de rodillas a su alrededor, y terminaron por desgastar las baldosas que se mantienen a sus pies.
No sé si son las cúpulas y arcadas del recinto de la macsura , el espacio existente entre el mihrab y los fieles, generalmente reservado a la oración del califa y sus dignatarios; o los destellos de sus mosaicos producidos por el mecer de tres grandes lámparas de plata; o la tentación de recordar que el suelo antes era de ladrillo de barro cocido y se cubría con alfombras y almohadones de cuero donde se sentaban los profesores a disertar. Unos u otros sirven de excusa; más bien todos los rincones de esta mezquita terminan por delatar que allí siempre hubo un pueblo rezando.
Aun cuando la dominación cristiana subyugó su interior, la obsesión por disponer de un lugar especial para la oración no acabó. Tras la reconquista cristiana de Córdoba, fue necesario adaptarla para el nuevo culto imperante. A través de los años se construyeron una capilla mayor con un gran retablo, un presbiterio, un coro, una sillería y la capilla de Santa Teresa, entre otros. La lámpara votiva del altar mayor o un bello crucifijo de marfil no alcanzan para opacar la pieza de orfebrería más importante que alberga, una Gran Custodia elaborada en plata dorada que pesa más de 122 kilos.
El mestizaje que supone una mezquita con una catedral en su centro también se prolonga en sus inmediaciones. La Judería (barrio judío) es una muestra. Una panorámica de éste y de toda la ciudad se obtiene desde la torre alminar, convertida en un campanario de 93 metros, al que se accede por una empinada escalera. Tal fusión incluso se ve en su cima, donde se ubica la imagen en tamaño natural del patrono de la ciudad, San Rafael.

La Judería

Entrelazados en los naranjos de la Calle de los Torrijos -por donde se ingresa y sale de la mezquita- se exhiben algunos de los viejos talleres, en los que los plateros siguen con la tradición de elaborar obras de orfebrería. Hay piezas por precios diversos, aunque las filigranas y engarzadas se llevan mayor cantidad de pesetas; al cambio, alcanzan o superan los 100 dólares.
En otros rincones de las angostas y adoquinadas calles de la Judería hay talleres más modernos que hasta cuentan con la versión opuesta de las máquinas tragamonedas, aquellas que las escupen: por cinco pesetas, dan un medallón de plata con la imagen de la mezquita.
El estrecho Callejón de las Flores, colmado de geranios que cuelgan de macetas y balcones; las inscripciones en hebreo que cubren los muros internos de la única sinagoga que se conserva en Andalucía, en la Calle de los Judíos; la reproducción de la tumba del gran torero Manolete y la cabeza del toro que acabó con su vida en el Museo Taurino, en la Calle Cardenal Salazar; las serenas fuentes y acequias del Alcázar de los Reyes Cristianos, en las calles Amador de los Ríos y Santa Teresa de Jornet; el monumento a su hijo dilecto, el filósofo Maimónides, en la plaza homónima, son algunos de sus hitos que también merecen ser vistos.

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por Redacción OHLALÁ!

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