Cracovia, un museo de historia abierto para leer a cada paso
Perderse por las calles de esta ex capital puede llevar tanto a una construcción medieval como a un búnker soviético reciclado o a algún vestigio de la ocupación nazi
21 de abril de 2013
CRACOVIA.– Desde las majestuosas construcciones medievales hasta las edificaciones comunistas; de la rica arquitectura y el esplendor como capital de Polonia en 1038 a la decadencia en la Segunda Guerra Mundial y la barbarie nazi. Esta ciudad
atesora en algunos metros cuadrados una conjunción de influencias sociales, políticas y económicas poco habitual.
La exploración empieza en Stare Miasto, la ciudad vieja, declarada Patrimonio de la Humanidad en 1978. Es casi el mediodía y estamos parados en la plaza medieval más grande de Europa. Solía tener muchos edificios; ahora es un gran espacio abierto para festivales. En el centro sobresale el gran Sukiennice, un antiguo mercado de trueque convertido en feria de artesanías. Al lado de la entrada está María, esperando que sean las 12. Como guía, siempre hace una pausa al mediodía para que los turistas vean y escuchen una curiosidad de una de las iglesias más importantes de Cracovia.
A las 12, entonces, alzamos la vista hacia una de las pequeñas ventanas de la torre más alta de la basílica de Santa María. Por allí se asoma un trompetista y se oye una melodía breve y cortada. Según la leyenda, desde la torre se anunciaba el cierre de las puertas de la ciudad. En el siglo XIII, un flechazo de los invasores dio en el trompetista antes de que terminara la advertencia, y en su homenaje se toca a cada hora esta melodía interrumpida.
Si algún desprevenido se la pierde por mal timing, no tiene más que dar media vuelta para conocer otra perla de la plaza central. Ahí nomás hay una estatua que se erige frente al mercado. No es un rey ni un ex presidente. Es un poeta, símbolo de la riqueza cultural de Cracovia. "Todo polaco aprende en el colegio –y no olvida jamás– los versos de la poesía más famosa de Adam Mickiewicz", dice María, y recita las primeras líneas de Pan Tadeusz (Don Tadeo), publicada en 1834.
En la misma Stare Miasto, inmortalizadas en piedra también hay dos figuras de trascendencia histórica y orgullo polaco. Son el astrónomo Nicolás Copérnico y Karol Wojtyla, más conocido como Juan Pablo II. La influencia del papa se nota con sólo mirar la cantidad de jóvenes con atuendos negros que entran y salen de las tantas iglesias donde se preparan para ser curas.
La plaza central, con su feria, y la basílica de Santa María
El tour avanza por otro ícono cultural de la ciudad, en el que Copérnico y Wojtyla dejaron su huella: la prestigiosa Universidad Jagiellónica, una de las instituciones medievales más antiguas del continente (1364). El Collegium Maius (Gran Colegio) tiene un típico patio rodeado por arcos de estilo gótico. Por dentro huele a tradición; por fuera, el aire estudiantil contagia. Los majestuosos edificios de las facultades están en una zona universitaria rodeada por una cadena de jardines que envuelven el casco histórico. En cualquier época del año invita a sacar fotos. En primavera y verano, puro verde; en invierno, puro blanco.
Siglos atrás, allí mismo estaban las murallas de la ciudad. Hoy, los vestigios de los tiempos de las conquistas se ven en la Barbacana –una fortificación defensiva de ladrillos muy bien conservada– y en el imponente castillo Wawel, la casa del monarca hasta que Cracovia perdió la condición de capital en manos de Varsovia. Con una ostentación similar a la de Versalles, los caprichos del rey Casimiro el Grande están bien mantenidos: distintos e inmensos salones para desayuno, almuerzo y cena, baños del tamaño de un gran departamento, frescos renacentistas (hasta hay un original de Da Vinci)… Todo el lujo con la mejor vista del río Vístula. La entrada a los patios del castillo es gratis y hay tours guiados para los salones. Un consejo para curiosos: mejor no sacar fotos para evitar problemas con los portentosos guardias del castillo.
Comunismo siglo XXI
Si adelantamos varios siglos, el casco antiguo también conserva trazos del régimen soviético que nos muestran cómo se vivía durante el comunismo.
Son algunos rasgos de lo que, a simple vista, cualquiera diría que es retro, y que los polacos llaman perele (de PRL, República Popular de Polonia, el nombre del Estado entre la posguerra y 1989), como bares setentosos o autos antiguos.
Para probar una comida típica hay que ir a un restaurante de los ochenta. El lugar es un comedor gris, de aspecto lúgubre, pero nos lleva directo a la historia reciente.
Como si el tiempo no hubiera pasado, en la entrada hay una pizarra con las comidas y bebidas. En el mostrador, dos señoras de unos 70 años visten los mismos delantales que usaban en el régimen soviético. Uno entra, toma su bandeja, pregunta por los platos (están escritos en polaco e inglés) y pide: de entrada, zurek (sopa de verduras con huevo); de plato principal, pierogi (de masa, con queso, cebolla y carne), y para tomar, kompot (una tradicional bebida sin alcohol de Europa del Este a base de frutas cocidas). ¿El precio? Comunista, apenas 9 PLN (unos 15 pesos).
Si buscamos con atención, también en los bares el tiempo parece haberse detenido. Los más tradicionales son subterráneos. Bajar las escaleras entre paredes de ladrillo es como entrar en una cueva. Al pie, una percha valet; al fondo, una pareja fumando; en la barra, la casa invita un shot de vodka (hay infinidad de variedades de esta bebida); en las paredes, afiches de propaganda soviética y parafernalia de época.
Estos búnkeres también fueron usados como puntos de reuniones clandestinas en las épocas más duras que atravesó toda Polonia en su historia reciente. Y la más tristemente recordada es la persecución, tortura y muerte de judíos (y gitanos, homosexuales, activistas políticos…) por parte de Adolf Hitler y los nazis en la Segunda Guerra Mundial.
Kazimierz y ?la fábrica de Schindler
Otro de los tours que ofrece Cracovia es por el barrio judío: Kazimierz. Está sobre el río Vístula, a 10 minutos caminando desde el casco histórico. Luce gris y deslucido como consecuencia del Holocausto. Tras una época de esplendor, cuando la población judía alcanzó un cuarto de la población (60.000 habitantes), hoy sólo se registran unos cientos. Y de las siete sinagogas, apenas una está activa. El barrio cobró notoriedad cuando, en 1993, Steven Spielberg rodó La lista de Schindler. La figura de Oskar Schindler aún despierta cierta polémica entre los polacos, que cuestionan un retrato demasiado positivo de Spielberg para quien salvó más de mil judíos del Holocausto. Sobre la calle Lipowa está la fábrica-museo. La visita vale la pena, dura unas dos horas y cuesta unos 15 zloty.
Datos útiles
Excursiones
- Mina de sal Wieliczka (Patrimonio de la Humanidad por la Unesco). Se trata de un museo ubicado 135 metros bajo tierra para conocer el trabajo en esta mina. Entrada, 50 zloty (unos 80 pesos).
- Tours de Juan Pablo II. La ciudad ofrece visitas a lugares que cuentan la historia del papa polaco: su casa, el arzobispado y un museo personal. Más datos, en www.inyourpocket.com/poland/krakow
- Dónde comer
Kogel Mogel. Recomendable comida polaca tradicional. Menú por 70 zloty (unos 115 pesos). - Dónde dormir
Hotel Polski, a tres cuadras de la plaza central. Habitación doble, desde 390 zloty (640 pesos). www.podorlem.com.pl