

La creatividad japonesa para inventar nuevas y renovadas formas de diversión (muy a la nipona, se entiende) parecería no tener límites.
La falta de tiempo (los períodos de vacaciones son extremadamente reducidos, y el promedio es de una semana anual) y de espacio físico se combate con creatividad.
Si no, basta citar dos ejemplos de entretenimientos que hoy por hoy apasionan al tokiota moderno: los jaulones para practicar el golf, emplazados con frecuencia en las terrazas de los edificios, y que se reducen a modestos drives inn que permiten entrenarse en la técnica de los golpes y los distintos palos, o los ski dome, pistas de esquí artificiales con pendientes escalofriantes que permiten soñar que se está en pleno Aspen, aunque el paisaje circundante sea la bahía de Tokio.
Claro que los 30 millones de tokiotas ocupan sus días y ratos de ocio en otras muchas cosas: el sumo y las ligas niponas de beisbol son pasión nacional; los espectáculos, conciertos, obras de teatro, óperas y ballets no dan tregua en la apretada agenda cultual de la ciudad; los paseos a las zonas montañosas o lacustres son otra opción y brindan la oportunidad de conectarse con la naturaleza y los elementos; los onsen (baños termales) son verdaderos oasis de salud y distensión.
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