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Cuando es hora de volver a casa, Tilcara te lo indica




Hace aproximadamente diez años, yo estaba muy vinculado con el músico Ricardo Iorio, componiendo el disco que después fue Peso argentino. Entonces Ricardo tenía una canción que íbamos a incluir en el CD, que se llamaba Tilcara, relataba episodios basados en esa región y decía: De los que a cambio de nada me asistieron.
Una noche, después de un concierto, conocí a Guaira Puca, que luego se convertiría en un gran amigo, un colla nacido en Purmamarca y luchador de la cuestión indigenista.
Y así fue que de una conversación con Guaira surgió la idea de ir a Tilcara.
Por entonces yo tenía una chata noble y potente a disposición, así que llegué a casa de madrugada y le pregunté a mi esposa si quería ir a Jujuy. Y nos fuimos. Juntamos útiles escolares para las escuelas de allá y salimos con Guaira y un compañero suyo, dos indios locos y divinos, a la ruta.
Durante todo el viaje, Puca y su compañero me cargaban, me decían vikingo, amo, amito. Hasta que, más o menos a mitad de camino, paré la camioneta y les dije: Córtenla con decirme amito porque se bajan de acá. Yo no los colonicé. Estoy con ustedes. Y ellos se reían.

Armando El Pirquero

Al llegar a Tilcara dimos con un personaje que ellos conocían, Armando El Pirquero, que tiene una radio comunitaria en su casa y un complejo de viviendas con energía solar, pintadas con tintes ecológicos sacados de su propia tierra. Trabajaba el alabastro con tornos, tenía un taller y le enseñaba el oficio a la gente del lugar. Tuve la sensación de haber conocido a un chamán. Sobre todo porque El Pirquero hablaba poquísimo, pero cada palabra era de un peso, una humildad y una grandeza tremendos.
A los veinte días, mis amigos collas tuvieron que volverse, pero con mi esposa decidimos quedarnos unos días. Una tarde salimos a recorrer los cerros cercanos a Tilcara y un amigo baquiano nos dijo que habíamos llegado a un antigal, como se llama a los asentamientos donde se sabe que vivieron pueblos antiguos.
En este lugar, de maravillosa aridez, con cardones gigantes, comencé a experimentar una angustia muy intensa. Lamentablemente, no estaba disfrutando y, como buen burgués criado en Barrio Norte, pensé que tal vez fuera un rollo mío y hasta sentí vergüenza. Por eso lo mantuve en secreto.
De vuelta en Tilcara, por la noche, nos acostamos y yo no podía dormir. Entonces, a oscuras, le confesé a mi mujer que tenía miedo y le conté la sensación de la tarde en esos cerros. Mi esposa, que es mexicana y por lo general mucho más valiente que yo, reconoció que también estaba asustada.
La noche era de una calma absoluta. Siempre a oscuras y sin movernos de la cama, le dije que tenía ganas de cargar todo en la camioneta. Ella dijo que era mejor esperar, porque cuando pasan estas cosas, las fuerzas se conservan mejor si se permanece quieto. Leí un texto de Castaneda, algunos años después, que frente a determinadas entidades o energías, la mejor forma de defenderse es inmovilizarse, ya que estas entidades o energías se valen justamente de tu desesperación para que salgas corriendo y seguramente algo te pase.
Sabíamos que estábamos en un lugar muy fuerte, por lo que decidimos esperar a que amaneciera. Fue una noche tortuosa, muy difícil, pero mágica al fin. Creo que el lugar nos permitió estar un tiempo y luego nos avisó que ya era tiempo de partir. Nos costó mucho llegar a la madrugada. Y cuando salió el sol, nos fuimos.
El autor es músico y presenta por estos días su nuevo CD, Cachivachel
Por Flavio Cianciarullo
Para LA NACION

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por Redacción OHLALÁ!

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