Cuando la fantasía se hace realidad
Quizás ella misma no lo pueda creer, pero lo cierto es que la ahora cantante Iliana Calabró debe salir custodiada por patovicas debido al amor de sus fans
12 de enero de 2007
MAR DEL PLATA.- Algunas veces, un hecho casual -absolutamente casual- puede desentrañar un misterio que parecía eterno. Y es posible que suceda en el momento menos esperado; por ejemplo, cuando se regresa al hotel pasada la medianoche, luego de una cena amable. Lo cierto es que existe ese breve instante en el que algo se descubre como al azar, pero que a uno le hace sentir que encontró la fórmula de eso que va a salvar a la humanidad, o al menos a la gente más querida. Algo así como despertar de un desengaño.
La escena sucede en Corrientes y Rivadavia. Antes de volver al hotel, una distracción, la búsqueda de un café, porque para descansar hay tiempo. Pero luego una distracción todavía mayor, e imprevista. Y es en ese preciso momento en el que uno descubre que hay cosas que es imprescindible ver para creer. "Si me lo cuenta mi mejor amigo no lo creo", dijo otro sorprendido que no pudo cruzar la calle porque, simplemente, quedó paralizado.
Vale la pena confiar el secreto: en Mar del Plata la irrealidad se hace palpable. Y entonces se entiende todo. ¿Por qué, año tras año, llegan aquí decenas y decenas de miles de turistas con un entusiasmo envidiable y un espíritu no menos que generoso? Porque hacen realidad algo que para ellos no existía sino en su deseo. ¿Y qué es lo que desean? Eso que ven como el mundo real, sólo que a través de una pantalla de TV.
Cuando Iliana Calabró sale del teatro, decenas de personas viven en carne propia esa irrealidad. La cantidad de gente que espera a la ahora cantante obliga a cruzar la calle. Y se escuchan alaridos, varios "aguante Iliana" (¿qué tendrá que aguantar?), palabras de cariñosa admiración, aplausos, le piden que sea fuerte (¿?) y no se trata de una escena preparada para alguna cámara oculta (bah, de eso uno nunca puede estar seguro).
No hay exageración en el relato. Rodeada de patovicas, luego de saludar y recibir gritos de distinta intensidad, dobla la esquina rumbo al estacionamiento Piola, perseguida por sus aguerridos fans. Y son verdaderamente entusiastas. Uno corre con un cochecito de bebe (con niño incluido) por la calle, para no quedar atrás; una mujer, con una niña dormida en brazos, intenta llegar a la nueva estrella de la canción popular quién sabe para qué, porque no lo logra, y algunas parejas de jóvenes encuentran divertido sacar fotos a ese cúmulo de gentes en la que siempre se destaca la cabeza rapada de un patovica.
No hace falta golpear la cabeza contra la pared para despertar. No es un sueño. Tampoco se trata de un cuento de verano. Sucede, simplemente. Como en la televisión.