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Cuatro días por una Venecia más íntima

Por Juana Giordano




No es la primera vez que visito Venecia. Sin embargo, quizá porque las personas no sentimos siempre de la misma manera y la visión de las ciudades está teñida por nuestras emociones, esta vez La Serenísima y yo nos relacionamos de manera distinta..., y nos hicimos compinches.
Llegamos con mi amiga Cecilia a la estación Santa Lucía poco antes del mediodía y en el vaporetto recorrimos el Gran Canal hasta la plaza San Marco. El cielo nublado, los tablones angostos sobre los cuales debimos desplazarnos con nuestras valijas, el legendario Florian cerrado, mejor dicho tapiado con tablones…, todo contribuía a la percepción de una ciudad húmeda, decadente, a la manera de esa joya que se guarda en el alhajero como recuerdo de pasadas glorias.
Sin embargo, rápidamente un nuevo sentimiento reemplazó al inicial generado por la animación de la calle Larga de San Marco, bulliciosa y muy concurrida; lo mismo que Spadaria, donde se encontraba nuestra coqueta habitación. La cercanía de la plaza San Marco nos hacía sentir en el corazón de la ciudad.
Como en enero oscurece tan temprano salimos para aprovechar las horas de luz. Negocios elegantes en torno de la plaza, iglesia de S. Moise, calle XXII Marzo, iglesia de S. Maria del Giglio, teatro La Fenice. Con nuestras entradas para el concierto en el bolsillo, volvimos a la plaza y entramos en la iglesia de San Marco, donde la influencia bizantina nos levantó el telón sobre otro tipo de arte y aguijoneó nuestra insaciable curiosidad.
Fuimos caminando a la Chiesa dei Frari y a la Accademia di San Rocco. La idea era ir en vaporetto, pero el vendedor de tickets nos dijo que fuéramos caminando lo cual era realmente posible y valió la pena. Cruzamos el puente Rialto y caminamos por ambas márgenes del Gran Canal: Fondamenta dei Vini y Fondamenta dei Ferri. La primera más turística, la segunda con su mercado de frutas, verduras, embutidos, más local y auténtica. La fachada de la iglesia dei Frari me pareció recortada a tijera, con un canal que le lame los zócalos y un puentecito desde donde sacar la foto.
Luego paseo en el vaporetto N° 2 hasta Troncheto, la parte industrial de la ciudad, y desembarco en San Zacarías.
Lo que más me sorprendió fue el barrio cercano a la iglesia de Madonna dell’Orto: otra Venecia. No lo componen palazzi, sino casas sencillas, despintadas, solitarias. Recomiendo no perderse Campo dei Mori y cruzar Ponte dei Mori. También Fondamenta de la Misericordia, que conduce al gueto. Silencio, más aún si es sábado a primera hora de la tarde, paredes descascaradas, poca gente. Sin embargo, algunos restaurantes sacaron sus mesitas a la vereda. En Campo del Ghetto Nuovo puertas y ventanas cerradas, quietud, silencio.
El largo, larguísimo regreso comenzó en Fondamenta della Misericordia y continuó por callecitas desconocidas hasta que desembocamos en una calle más ancha y con mucho movimiento. Lo más simpático fue perdernos varias veces camino a San Marco. Sábado avanzada la tarde: mucha gente por las calles céntricas. Contraste con el paisaje anterior.
El día terminó con el esperado concierto en La Fenice: la orquesta del teatro dirigida por Eliahu Inbal interpretó composiciones de Dvorak y Janulyté. A pesar de la voracidad por atesorar en la retina la arquitectura de tan bello teatro quedó atención suficiente para apreciar la impecable interpretación.

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