Cuevas, luces y maoríes

Después de disfrutar de unos días en Auckland, su linda capital, emprendimos un viaje hacia el interior con la idea de conocer la cultura maorí y explorar las bellezas naturales.

Lo primero en deslumbrarnos fueron las famosas cuevas de Waitomo, ese mundo subterráneo imponente que cautiva a los visitantes. Waitomo significa agua que ingresa en un agujero en la tierra.

Más allá de la magia de este laberinto, con formaciones de piedra caliza que nos trasladan por lugares secretos donde estalactitas y estalagmitas construyeron una obra de arquitectura, el gran encanto es el paseo silencioso a oscuras en un pequeño bote por la gruta de los Gusanos Luminosos. Su verdadero nombre, Arachnocampa luminosa, es una especie de luciérnaga única de Nueva Zelanda, que produce una luz que decora totalmente la cueva en la gran oscuridad.

El premio a nuestro viaje fue llegar a Rotorua y penetrar en las leyendas y tradiciones de la rica cultura maorí. Ahí existe un hermoso museo y un centro artesanal donde realizan trabajos de tejidos y madera los jóvenes maoríes.

La gran plaza y el templo mayor son los edificios principales, y el lugar donde se realiza al atardecer la ceremonia para los visitantes que quieran participar y conocer estos ritos y tradiciones.

El grupo que participa debe elegir un jefe que será aceptado por los maoríes y al que se sigue por la plaza hasta llegar al templo. Hay que entrar sin zapatos, los hombres deben sentarse a la derecha y las mujeres, a la izquierda. El gran jefe maorí nos da las explicaciones de la ceremonia, el porqué de sus bailes, de los instrumentos musicales que utilizan y del sentido final de esta larga representación que respeta a rajatabla los cánones de la cultura. Además, indica cuándo y cómo debemos hablar, caminar, orar, cantar, aplaudir o bailar. Se representan escenas de la vida maorí con sus trajes típicos, sus elementos de trabajo, su música para cada ocasión y finalmente se invita al público a participar en una danza religiosa.

Gracias a mi ubicación en esa segunda fila o primera para las mujeres pude aprender a manejar el cuerpo simultáneamente con las famosas pelotitas danzantes que se manejan con una mano y son de uso exclusivo de las mujeres, y embelesarme con la música y los cantos de estos maravillosos nativos. Todo en ese gran espacio lleno de color y decoraciones especiales realizadas por ellos durante años y representando a sus antepasados y su vida religiosa.

Finalmente fuimos invitados a salir en silencio y visitar un salón próximo donde nos esperaban con su comida típica y su cálida atención.