CULEBRA (The New York Times).- Mientras remaba en mi kayak por encima de un arrecife de coral en el que abanicos de mar púrpuras y amarillos ondeaban con pereza, de pronto algo emergió abruptamente delante de mí. ¿Un buzo? No, era una tortuga carey, que pareció estar tan sorprendida como yo, aunque no tan fascinada. La tortuga tragó aire, flexionó sus patas-aletas, con tanta gracia como los pelícanos pardos que revoloteaban y se abalanzaban sobre las algas marinas desde tres metros de altura.
Navegaba frente a las costas de Culebra, una isla puertorriqueña de 30 km2, tranquila aún a mediados de enero. Durante los días de 27ºC, con mi familia podíamos elegir entre seis playas espectaculares, en las que a menudo compartíamos una franja de arena de 1,6 km de largo con un puñado de bañistas o ninguno en absoluto. Durante las noches frescas y agradables, desde la cabaña que habíamos alquilado veíamos a la distancia las luces de enormes cruceros que se dirigían a la cercana isla de St. Thomas. Nos sentíamos afortunados de estar en esta isla sencilla y apacible, a 27 km de la costa nordeste de Puerto Rico.
Pese a estar aparentemente fuera de los circuitos habituales, la encontré de la manera más fácil: buscaba un lugar para celebrar los 30 años de nuestra hija y puse en Google las mejores playas, y me aparecieron varias listas de las 10 mejores que incluían Playa Flamenco en Culebra, de la que nunca había oído. No era difícil llegar: un vuelo directo a San Juan, seguido de un cruce rápido en ferry o avioneta hasta la isla.
Su reputación entre los viajeros que buscan un lugar tranquilo parece crecer, por lo que se agregaron vuelos este año. No cuenta con grandes emprendimientos ni infraestructura, en parte por sus modestas dimensiones y porque el turismo pudo tomar posesión de ella sólo después de que las protestas de los lugareños pusieron fin, en 1975, al uso que la marina estadounidense le daba como campo para prueba de armamentos.
Algunos historiadores sostienen que Colón recaló en Culebra en su segundo viaje de 1493, y la tradición local dice que era un escondite de piratas que acechaban el comercio caribeño. En 1909, el presidente Teodoro Roosevelt creó el Refugio Nacional de Vida Silvestre de Culebra, parte en la isla homónima y otra parte en los islotes de los alrededores. En años recientes, las opciones de alojamiento se fueron ampliando, e incluye un camping en playa Flamenco, un número creciente de pequeños hoteles y pensiones, y una vasta selección de cabañas en alquiler.
Con unos pocos clics encontramos una lista de cabañas de dos o tres habitaciones por alrededor de 200 dólares diarios, aunque debido a los estrictos controles edilicios en las cercanías de las playas, muy pocas están cerca del mar. Elegimos una en las colinas del interior que ofrecía una hermosa vista de Culebrita, una isla deshabitada hacia el este en la que se alza un faro, y de St. Thomas en las islas Vírgenes en el fondo. Estaba asentada sobre pilotes entre bosques de acacias y tamarindos, en un paisaje sorprendentemente árido, con un deck que ofrecía estrellas espectaculares las noches despejadas.
En un jeep oxidado
Nos habían advertido que tendríamos que alquilar un vehículo adecuado para movernos -incluso para trepar el camino de tierra hasta la casa-. Entonces en la inmobiliaria nos sugirieron a Jerry Beaubien de Jerry's Jeeps, que afablemente nos ofreció un modelo bastante baqueteado. Nos marcó los puntos principales en un plano de la isla y nos habló de los clientes que venían todos los años desde hacía dos décadas, que alquilaban el mismo vehículo en cada viaje. Aun con el incremento de turistas nuevos, dijo, Culebra sigue siendo un lugar tranquilo donde pocos conductores se molestan en trabar el auto. El problema más grande que tenían eran los clientes que perdían las llaves haciendo surf.
El jeep oxidado que alquilamos demostró su temple en los caminos de la isla, en la que pronto memorizamos los lugares con más baches, y en especial en los accesos a las playas, que descendían abruptamente, en tramos de tierra, todos poceados.
Pero la recompensa de nuestro viaje fue evidente en cuanto pisamos esas playas. Famosa, con razón, playa Flamenco, una curva de 1,6 km de arena blanca y aguas turquesas que atrae a multitudes y tiene el único centro comercial: media docena de puestos que venden batidos de mango, burritos con arroz y frijoles, y toda clase de mariscos, desde ensalada de moluscos hasta brochettes de tiburón. Un isleño nos contaba que llegan en el ferry camionetas llenas de turistas que van a pasar el día, y aun así Flamenco no está contaminada.
Todos los días probábamos una playa nueva, a veces dos. Zoni Beach, en la ventosa costa norte, era ideal para saltar sobre las olas en los bancos de arena blanca, y luego refugiarse a la sombra de los árboles y arbustos a leer. Playa Larga, también en la costa ventosa, tenía depresiones de arena que parecían bañeras en la plataforma poco profunda de un viejo arrecife. Tamarindo y Melones eran fantásticas para hacer snorkeling, y pronto supimos cuáles eran los mejores lugares para observar las tortugas, mirar los azules eléctricos y amarillos de los peces tropicales y explorar los fabulosos bosques de coral que se asemejan a cerebros gigantes y astas de reno. Varios comercios en la única localidad de la isla (conocida en los planos como Dewey, por un comandante naval del pasado, un nombre que al parecer se usa poco) alquilan equipos para snorkel y kayaks estables para el océano a tarifas razonables.
Las ondulaciones del terreno ofrecen vistas sorprendentes de la gran bahía protegida de la isla y del océano, en cada recodo del camino, con las únicas imperfecciones de la señalización que extrañamente nos informan en español que estamos ingresado en una zona de peligro de tsunami o saliendo de ella. Ningún tsunami causó daños en Culebra en la modernidad; parecería que un empresario que vende carteles capturó la atención del gobierno.
Abierto algunos días
A nadie se le ocurriría visitar Culebra por su vida nocturna, pero un puñado de restaurantes dispersos por la pequeña ciudad sirve excelentes mariscos y especialidades puertorriqueñas. Dinghy Dock tenía las mesas en el agua, con cardúmenes de tarpones merodeando el muelle en busca de cabezas de pescado que los clientes les lanzaban, y hermosos murciélagos pescadores planeando sobre el agua después del anochecer. El risotto con langostas en El Edén fue especialmente memorable, como el guiso de cabra en Susie's. Los dos abrían sólo algunos días de la semana, y pronto aprendimos a llamar primero. La actitud sosegada de Culebra hacia el comercio se resumía en el cartel pintado en un negocio de regalos que nunca lo vimos trabajar: Abierto algunos días -decía-, cerrado, otros.
Nuestro último día en la isla, el viento amainó lo suficiente como para ir en kayak uno o dos kilómetros por las aguas agitadas hasta Cayo Luis Peña, una pequeña isla con colinas al sudoeste que forma parte del refugio de vida silvestre. Siguiendo el consejo de Ken Ellis de Culebra Bike Shop, que alquila todo tipo de cosas, probamos el equipo de snorkeling en un par de caletas tranquilas y recogimos cáscaras de coco vacías en la playa, hicimos un picnic a la hora del almuerzo y luego regresamos a Culebra, remando de playa en playa, haciendo un par más de escalas para bucear. Un empujón final para volver a casa, con enormes olas que golpeaban contra la proa de los kayaks y un temporal que sacudía el agua, nos dejó felizmente exhaustos. En la casa, con unas cervezas frías en el deck, mientras el faro de Culebrita comenzaba a titilar, planeábamos en voz alta cuán pronto podríamos regresar.
Scott Shane
(Traducción de Andrea Arko)
Playas que son una bomba
En el pequeño museo histórico de Culebra, abierto sólo los fines de semana, se proyecta un documental en el que los oriundos recuerdan los días anteriores a la electricidad, las invasiones anuales de hasta 7000 marinos (en una isla cuya población aún hoy es de alrededor de 2000 habitantes), accidentes con municiones que mutilaron y mataron a isleños, y la exitosa campaña para expulsar a la armada norteamericana. Los efectos residuales perduran más de cuatro décadas después; mientras estábamos allí, un equipo cerró Flamenco durante un día para desarmar una bomba que había aflorado en la arena. Culebra quizá sea el único lugar en territorio americano en el que un vehículo ocasional exhiba un sticker en el paragolpes con el nombre de Nixon, en gratitud por la decisión del presidente Richard M. Nixon de poner fin a los bombardeos militares anuales.