De Dublín a Belfast, con onda verde
Crónica de cuatro días de paseo por las capitales de Irlanda e Irlanda del Norte, para visitar sitios históricos de una y otra, pubs tradicionales y, por supuesto, degustar cerveza y fish and chips
1 de junio de 2014
The Temple Bar, el más famoso de los pubs irlandeses, en una esquina de Dublín
Las separan apenas dos horas de camino en auto, pero siglos de conflicto e intereses encontrados. En este viaje decidí unir Dublín, capital de Irlanda, y Belfast, capital de Irlanda del Norte (parte del Reino Unido), en cuatro días, por una ruta cargada de historia, campiña y buena cerveza. Desde el aeropuerto de Dublín, a 10 kilómetros del centro de la ciudad, hay servicios especiales que ofrecen el traslado hasta la avenida principal, O'Connell street por 6 euros. Recién llegada, con los nombres de los micros turísticos apuntados, para tener más de una alternativa de transporte, dos amables locales me sorprenden con un dato: a 50 metros el bus 16 hace el mismo recorrido por 2,90. Busco las monedas, los sigo y me mezclo entre los dublineses para descubrir la capital irlandesa.
El bus es de dos pisos, como los ingleses, pero amarillo en vez de rojo. Tiene Wi-Fi gratis y lugar para acomodar la valija. Mientras calculo el tiempo de viaje -que será de 30 minutos- descanso la vista en los colores de las puertas georgianas que dan alegría a un paisaje arquitectónico prolijo. Este estilo característico se desarrolló entre 1714 y 1830, durante los reinados de George I, II, III y IV -por eso su nombre-, y aunque el tipo de edificación baja se puede ver por toda la ciudad, llevo estudiado que las mejores fachadas se agrupan en el centro, alrededor de Merrion Square, por Upper Merrion, Merrion Row y Kildare street.
Los puentes de Dublín, para saltar el río Liffey. Al lado, la famosa casa pública Crown Liquor Saloon, en Belfast
De pronto y a lo lejos, desde la ventanilla del bus, puedo ver una punta fina que se eleva. No es un obelisco ni un cohete, sino una estructura metálica llamada el Monumento de la Luz. Con 120 metros es una de las esculturas más altas del mundo y reemplazó a la columna de Nelson -destruida en 1966 por un atentado de la IRA-, convirtiéndose desde 2003 en el emblema moderno de la ciudad. Según me indicaron es la parada donde debo bajar para llegar al hotel.
Aunque el verano está cerca, el clima no parece ser buen anfitrión, y O'Connell street resulta el lugar apropiado para que la lluvia sorprenda. Al tratarse de la segunda zona comercial después de Grafton street, su variedad de negocios son el reparo hasta que pare de llover. Conocidos cafés, tiendas de ropa; puestos de información turística; el edificio de la Oficina General de Correo, una construcción de 1818 que fue testigo en 1916 de la proclamación de la república de Irlanda, y Henry street, una peatonal que conduce a shoppings como Arnotts, Ilac o Jervis son ideales para perderse por un buen rato.
Grafton street, la calle especial para salir de compras en Dublín
El río Liffey divide a Dublín en dos y son varios puentes los que se encargan de volver a unirla: Ha'penny es peatonal y uno de los más fotografiados, en cada escalón hay alguien que busca reflejos en el agua o que apunta con su cámara a los candados que cuelgan entre los hierros blancos, y O'Connell tiene la particularidad de ser ancho y confundirse con una avenida, porque también es un cruce para automovilistas.
A pocos metros de haber cruzado Ha'penny, me sumerjo sin saber en el bullicio de Temple Bar, una zona de pubs donde Oliver St. John Gogarty y Temple Bar son dos de los más famosos. Este breve paseo concentra ruido, música y cervezas. El resultado: grupos de personas sonrientes, jóvenes, otros no tanto y turistas -como mi caso-, que a las 21 están en busca de la cena. En una esquina, un restaurante americano todavía tiene su cocina abierta. Es curioso, pero parecería que en este sector la noche durara hasta más tarde, mientras la gente no para de entrar y salir de los pubs y los taxistas aguardan disimulados sobre las calles paralelas.
El puente de Calatrava
A la mañana siguiente, con el mapa estudiado y ni un segundo librado al azar, salgo hacia Custom House por un camino paralelo al río. Desde el edificio neoclásico, que hoy funciona como el Ministerio de Medio Ambiente, una estructura blanca me llama la atención por su gran parecido al Puente de la Mujer de Puerto Madero. Inconfundible obra de Santiago Calatrava, el puente Samuel Beckett aporta arquitectura moderna a la ciudad desde 2009.
Cruzo el Liffey en dirección a recorrer todo lo apuntado: el antiguo estudio Windmill Lane -donde U2 grabó su primer disco-, hoy convertido en paredes con grafitis dedicados al grupo irlandés; una ruta marcada por las calles que rodean Merrion Square para ver la mayor concentración de puertas georgianas, hasta llegar a la casa de la infancia de Oscar Wilde. Allí mismo, justo enfrente de lo que hoy funciona el American College, está la escultura del autor de El retrato de Dorian Gray, recostada sobre una piedra del parque Merrion Square, con la sonrisa lista para la foto.
A pocas calles de distancia, otra puerta -en este caso celeste y sobre Kildare Street- lleva un cartel que indica que es la casa de Bram Stoker, el creador de Drácula. Desde allí, lo que sigue es un trayecto por los edificios más significativos de Dublín: la prestigiosa universidad Trinity College, que fue casa de estudio para Oscar Wilde y Jonathan Swift; el Ayuntamiento; el castillo; la catedral de San Patricio, hasta llegar a la galería Stephen's Green para tomar un respiro de comercios por Grafton street. Según el mapa, esta peatonal es la que me lleva hacia la búsqueda de Molly Malone, y me hace caer en la desilusión de encontrar la imagen de la mítica vendedora de pescado tapada por trabajos de mantenimiento.
Un dato para no descuidarse es que si bien uno está de paseo nunca debe relajarse de más, porque existe una modalidad de robo muy común durante la espera ante el semáforo. La ocasión se presta para que falsas parejas de turistas, con mapas a la vista, se paren por detrás y nos saquen lo nuestro. Son llamativos los carteles que advierten Cuide sus pertenencias durante el circuito turístico.
La capital del Norte
Con un auto alquilado y una dura adaptación para manejar por el carril izquierdo, desisto del GPS que me recalcula por cientos de direcciones, y le pido ayuda a un irlandés que me indica cómo llegar a Belfast, capital de Irlanda del Norte.
Después de salir del tránsito de la ciudad y pagar un peaje en la autopista que va hasta Dundalk, conducir por la M1 no tiene mayores inconvenientes. Si no fuera por las cabinas de teléfono rojas y los precios de la nafta en libras, no hubiera advertido haber entrado en territorio británico. Mientras el clima parece no definirse entre la lluvia o el sol, a los costados del camino los campos combinan tonalidades verdes y limitados por ligustrinas forman un paisaje casi hipnótico.
El viaje dura dos horas y una vez abajo del auto es cuestión de caminar ligero para seguir y llegar a ver todo: Cathedral Quarter, el barrio más antiguo; restos del muro que dividió por décadas a los católicos de los protestantes; la exhibición del Titanic; el Saint George's Market, y el famoso castillo de la ciudad están entre las prioridades.
A primera vista, Belfast resulta mucho más fácil de caminar que Dublín porque todo parece quedar a corta distancia. Los alrededores de Cathedral Quarter son la parte antigua del barrio, que aún conserva entre sus construcciones un aire de siglos pasados. Después de visitar la catedral tengo suerte que es viernes y el último mercado victoriano de la zona está abierto hasta las 14. En el Saint George's Market los viernes venden antigüedades y ropa, el sábado sólo productos locales y frescos, y el domingo es una mezcla de todo un poco, sumado a la música en vivo de bandas locales.
Me alejo del casco antiguo para dar una vuelta con el auto por dos calles: Falls y Shankill road, donde todavía están los murales que durante décadas mantuvieron en conflicto a Irlanda del Norte. Pintadas nacionalistas, otras pro británicas, manifestaciones católicas y protestantes, que cesaron tras la firma del Acuerdo de Viernes Santo, en 1998, por los gobiernos de Irlanda y Gran Bretaña. En la actualidad, la gran presencia de turistas convirtió a estos muros, que recuerdan a la Berlín dividida, en un nuevo atractivo.
En Bushmills, a 90 km de Belfast, la Calzada del Gigante, un tesoro geológico
Casi sin darme cuenta cambio el escenario de la historia y llego al centro dedicado a la trágica y fascinante travesía del Titanic. Después de 100 años de su hundimiento, y sobre las mismas gradas del astillero Harland & Wolff donde fue construido, Belfast decidió contar su versión de los hechos e inauguró, en 2012, este edificio moderno revestido en metal. La exposición se compone por nueve galerías donde se puede ver cómo fue construido el buque, detalles del viaje inaugural, el hundimiento y los testimonios de sobrevivientes. Documentos estremecedores, entre cartas de sus pasajeros y folletos promocionales, forman parte de la mayor exhibición dedicada a este barco. Resulta imposible salir indiferente de este lugar, y sin dejar de imaginar aquella histórica catástrofe vuelvo al auto para continuar.
El castillo de Belfast está en las afueras, a 15 minutos de camino en dirección al Norte, y hasta ahí llego. Es la tercera fortaleza -edificada en 1870- después de que las dos anteriores fueran destruidas. El primer castillo perteneció a los normandos, en el siglo XII; el segundo fue encargado por el barón sir Arthur Chichester, en 1611, pero un incendio casi 100 años más tarde lo destruyó por completo. Lo único que queda en la antigua ubicación es la marca de nombres en sus calles, como Castle street, porque el último castillo se sitúa un poco más lejos, en Cave Hill, uno de los puntos más altos de Belfast. Esta construcción de piedra arenisca abre sus puertas todos los días, de 9 a 22.30, y al ser gratuito su acceso sólo hay que entrar y sentirse en casa.
Por último, y para los amantes de las series, hay un tour que recorre los escenarios naturales donde se filma Game of Thrones. Con un día más lo podría hacer, pero los planes son continuar camino al Norte para conocer la Calzada del Gigante.
Al día siguiente me despierto temprano y luego de un desayuno típico irlandés con salchichas, huevos fritos, panceta, pan integral y un té negro -como suelen tomar también los ingleses con alguna variación- retomo la M2 hacia la costa. Los 90 kilómetros calculados son interrumpidos por un desvío que no tenía en los planes, pero que tampoco quita mucho tiempo. Los carteles indican que el castillo medieval de Dunluce está cerca; sin dudarlo sigo las señales y me bajo unos minutos para ver, al menos desde afuera, cómo sobre un acantilado las ruinas forman parte del horizonte que se empalma con el mar.
Diez minutos más de autopista y por fin, en la localidad de Bushmills, la Calzada del Gigante aparece a mis pies. La entrada tiene un valor de 8,50 libras; los empleados me preguntan de dónde vengo y me ofrecen un mapa en español. Una senda bordea el mar y guía a través de este tesoro geológico de más de 40.000 columnas de basalto. La actividad volcánica, los cambios de temperatura, más 60 millones de años tallaron este paisaje declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, en 1986. Hay cuatro itinerarios para elegir, clasificados por color según la dificultad.
Por ejemplo, la ruta verde que no requiere gran destreza, o la amarilla que es para excursionistas avanzados. A su vez se puede solicitar audioguías gratuitas en español. Después de avistar la bahía, los acantilados y sentarme en la costa a observar la forma hexagonal de las rocas, ya puedo iniciar la vuelta con la satisfacción de haber apreciado un increíble trabajo de la naturaleza.
El regreso a la noche dublinesa tarda tres horas, y me despido de Irlanda en The Church, una antigua iglesia transformada en restaurante. El altar funciona como escenario para su espectáculo de danza irlandesa y música celta que da comienzo a las 19.30 y dura dos horas. A tiempo para ver el show ordeno un fish and chips, porque es el plato recomendado, y una cerveza negra fundamental para completar esta visita a la tierra del shamrock.
Datos Útiles
Museo de los escritores: está ubicado en el número 18 de Parnell Square y es uno de los ejemplos de casa georgiana que se puede visitar por dentro. Tiene el plus de atesorar riquezas de la literatura, como la primera edición de la novela Drácula, del irlandés Bram Stroke, o una de las primeras copias firmadas del Ulises de James Joyce. Abierto de lunes a sábado de 10 a 17, los domingos abre una hora más tarde. La entrada cuesta 7,50 euros.
Destilería Jameson: un clase intensiva sobre la historia del whisky se dicta en la antigua destilería que funcionó durante 200 años y hoy albergan un museo. Ubicada en Bow Street, Smithfield Village, Dublin 7, la entrada cuesta 14 euros, y abre todos los días de 9 a 18, aunque los domingos también abre una hora más tarde.
Fábrica Guinness: En el edificio histórico de siete pisos, se documenta el nacimiento de esta mundialmente famosa cerveza negra, las fases de su elaboración y todo lo referente a este producto, símbolo de Irlanda. El paseo es acompañado por la guía de expertos maestros cerveceros, y en su terraza -con vista sobre Dublín- el bar es una de las experiencias que brinda este sitio. Con una entrada de 16,50 euros, se puede visitar todos los días de 9.30 a 17.Cárcel de Kilmainham: Es la prisión donde fueron encarcelados y ejecutados muchos de los patriotas que lucharon por la independencia de Irlanda. Por esa razón, esta cárcel está tan comprometida con la historia del país. Ubicada a 3,5 kilómetros del centro, se puede ir con los buses 13 y 40. La entrada vale 6 euros, y abre de lunes a sábados, de 9.30 a 17.30, y los domingos de 10 a 18.