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De Egipto a Sudán, mucho más que un trámite, en camioneta, ferry y felucca

En siete meses de recorrido por Africa,una de las etapas más interesantes, pero también más complicadas para el turista independiente, entre maravillas arqueológicas, burocracia y escolta oficial




Después de seis semanas, del desierto y los oasis, de El Cairo y Alejandría, era el turno del Sinaí y el valle del Nilo en este viaje de siete meses por Africa.
En el Norte, el Sinaí es árido y polvoriento, pero al avanzar hacia el Sur montañas y wadis, antiguos ríos secos, entran en escena. Allí nos encontramos con Santa Catarina, uno de los primeros monasterios cristianos, cuyo nombre refiere a una mártir de Alejandría, torturada y decapitada por su fe cristiana.
Según la leyenda, los ángeles transportaron su cuerpo hasta el pico más alto del Sinaí, donde 300 años más tarde fue encontrado en perfecto estado de conservación. En un valle angosto y con aspecto de fortaleza, el monasterio se construyó en el año 330, cuando la emperatriz Elena hizo levantar una capilla y un refugio para los ermitaños que allí vivían, a unos 100 kilómetros de las conocidas playas y el increíble mundo submarino del Mar Rojo.
Una guía de viaje describía un camino directo hasta Dahab entre las montañas. Seguirlo fue una decisión equivocada. Después de 60 kilómetros de magníficos paisajes, un puesto militar nos impidió el paso, ya que, según decían, no estaba permitido circular sin un guía local. “Son órdenes”, respondieron los soldados cuando les preguntamos los motivos, mientras nos retenían los pasaportes.
No nos quedaba más remedio que esperar una, dos y hasta cinco horas. Cuando les consultamos si se trataba de un arresto, nos dijeron que “no, para nada” y hasta nos ofrecieron té. Sin embargo, nos vigilaron atentamente hasta que un oficial de Inteligencia condujo desde Santa Catarina para escoltarnos nuevamente hacia allí y hacernos llenar todo el papelerío que implicaba la infracción de no tener un guía local.
Ya comenzaba a ser frustrante la poca libertad para movernos en Egipto con nuestro vehículo. Aunque los oficiales intentaban ser amables, hasta tal punto que nos ofrecían cenar y pagar el hotel por esa noche.
Al día siguiente, las playas y el mar azul de Dahab serenarían los ánimos. Conocido destino para buceo y snorkel, el lugar es frecuentado por viajeros independientes. Sharm el Sheick, en cambio, se nos presentó más suntuoso, con grandes hoteles y hasta casinos, a pocos kilómetros del Parque Nacional Ras Mohamed.
Desde la superficie, este parque parece sólo un conjunto de bahías y penínsulas arenosas; es en el mar, con su espectacular variedad de corales y peces (mención especial para el pez león, con sus espinas y rayas blancas y rojas), donde reside su encanto. Cinco días de snorkel y playa alcanzaron para renovar el espíritu.

El valle y su historia

Hurgada nos decepcionó. Es un aglomerado de edificios de mil sitilos, que parecen construidos a las apuradas (muchos, incluso, sin terminar) para una creciente industria turística. Lo que no decepcionó fueron los restaurantes ni su menú obligado: pescados y mariscos.
Tanto en Luxor como en los alrededores hay muchísimo para ver.
Al atardecer, la visita obligada es el templo de Luxor iluminado. Fue construido por orden de Amenhotep III, que agrandó el viejo santuario de Hatshepsut en honor de los dioses de Tebas: Amón, Mut y el hijo de ambos, Khons. También otros faraones dejaron su huella con nuevas adiciones. Después, los romanos construirían un fuerte que los árabes llamarían Al Uqsur, Los Palacios, dándole el nombre a la ciudad.
Una larga avenida de esfinges, todavía semienterradas, lo une con el templo de Karnak, que es simplemente gigante. Aquí también varios faraones sumaron santuarios, obeliscos y capillas. Llama la atención que muchas de las figuras en relieve tengan las caras dañadas. Los faraones solían destruir las representaciones y los nombres de sus antecesores, para quitarles así importancia y poder. Recorrer el templo lleva horas.
Con el calor del mediodía suele haber poca gente, pero a las tres de la tarde llegan los tours y Karnak sufre una invasión mundial. La margen occidental del Nilo también rebasa de tesoros de antaño.
El Valle de los Reyes parece un cañón desolado. Sin embargo, hasta ahora unas 30 tumbas, excavadas en la roca, y sus tesoros se han encontrado allí. Por el precio de la entrada se pueden visitar tres, excluida la más famosa, la de Tutankamón, por la que se debe pagar aparte. Adentro, a través de pasadizos se llega a una antecámara que da paso a la sala del sarcófago. Pinturas desvaídas cubren las paredes, e incluso el techo, y es fácil imaginar cómo lucirían esos vibrantes colores hace 3500 años.
El lugar fue inaugurado como necrópolis por la XVIII dinastía durante el Imperio Nuevo. En aquel tiempo, también algunas reinas eran enterradas allí. Pocos siglos después, en 1300 a.C., comenzó la construcción del Valle de las Reinas.
Allí hay pocos turistas, y esa soledad transporta en el tiempo. Sólo tres tumbas están abiertas al público, todas con exquisitas pinturas. Lamentablemente la de Nefertari, la esposa real más conocida en Egipto, está cerrada.
No muy lejos de allí el simétrico Templo de Hatshepsut resplandece bajo el sol del mediodía. Según la costumbre de entonces, además de sus tumbas, los faraones hacían construir templos funerarios algo alejados, que sirvieran al mismo tiempo para proteger y recordar al difunto. El templo de la reina faraón Hatshepsut, con sus rampas y terrazas, es una de las joyas del Antiguo Egipto. Su historia reciente, sin embargo, es cruel. Fue aquí donde en 1997 un ataque terrorista dejó 62 muertos.
Entre Luxor y Asuán la ruta corre por momentos a lo largo de canales, y es posible ver escenas de la vida cotidiana. Mujeres lavando los platos o ropa en el río, carros tirados por burros que cargan pasto para el ganado. Al atardecer, al ser invadido por una espesa bruma, el valle se torna místico.

Convoy hacia Abu Simbel

Asuán es una tranquila ciudad de provincia con bellísimas vistas. Para la mayor parte, es paso obligado en camino de Abu Simbel. Para quien se dirija más al Sur, es el mejor punto para tramitar la visa para ir a Sudán, que se obtiene en 30 minutos. Y también para proseguir viaje, ya que el único puesto de frontera hacia el Sur es el puerto de Asuán (ver recuadro).
Los 300 kilómetros hasta Abu Simbel se hacen en un convoy, que lo único que garantiza es que los posibles atacantes tengan certeza de la hora exacta en la que pasan los turistas.
Además, los soldados, uno en el primer vehículo y otro en el último, instigan a los conductores a correr a 110 kilómetros por hora siendo el límite de velocidad 90. Pero Abu Simbel vale la pena. Acaso el más perfecto y bello templo faraónico, fue construido en 1284 a.C. por orden de Ramsés II para demostrar su poder e impresionar a los habitantes de Nubia. El complejo está compuesto en realidad por dos templos: el mayor, dedicado a los dioses Ra, Ptah y Amón, con cuatro colosales estatuas en su fachada que representan a Ramsés II. El menor está consagrado a la diosa Hathor, personificada por Nefertari, la esposa favorita de Ramsés; también en él cuatro grandes estatuas representan al faraón y dos a su amada esposa. Y los interiores de ambos, entre los más conservados, con finas pinturas en excelente estado, tal vez porque permanecieron enterrados durante siglos. Sólo en 1813 el viajero suizo Johann Burckhardt descubrió una de las enormes cabezas que sobresalían en la arena. Pero una de las características más curiosas de los templos es reciente.
A fines de los años cincuenta, cuando se construía la represa de Asuán, algunos egiptólogos dieron la voz de alarma ante la inminente inundación de Abu Simbel. El salvamento estuvo a cargo de la Unesco, que entre 1964 y 1968 se encargó de partir los templos en grandes bloques para volver a montarlos a mayor altura y así evitar que quedaran sumergidos. Hoy, un imperdible show de luz y sonido revela tanto detalles técnicos de la reconstrucción como la historia de Abu Simbel, de Ramsés II y de la famosa Nefertari. De regreso en Asuán, y una vez embarcado el auto hacia Sudán, esperaba uno de los paseos más amenos del viaje, en felucca por el Nilo.
Las feluccas son tradicionales veleros de madera, hoy utilizados para paseos turísticos. Ver pasar el valle desde el agua es un placer, sobre todo si se cuenta con al menos una noche para dormir bajo las estrellas.
Ahmad, nuestro capitán de origen nubio, aprendió el oficio de su padre, que solía transportar mercaderías en su barco. Y el inglés, de los turistas nomás. Hombre de pocas palabras, rasgo poco egipcio, alternó la tarde entre guiar el barco y cocinar un exquisito pollo a la cacerola. Para el resto, sólo queda relajarse y la charla entre amigos con una botella de buen vino.
Despedirse de Egipto implicaría además de una buena cuota de burocracia, un viaje en ferry tan impactante como innecesario, pero eso será parte de otra historia por contar.
Por María Victoria Repetto
Para LA NACION

Hacia Sudán

Al mirar el mapa, la frontera entre Egipto y Sudán parece una enorme extensión de tierra sólo quebrada por el artificial y alargado lago Nasser. Por lo tanto, sorprende que la única manera de cruzar a Sudán sea precisamente en barco por el lago. Al discutir el tema con militares egipcios, la mejor explicación es que “son órdenes“ para la seguridad de los viajeros. La aduana y la oficina de Migraciones están en Asuán.
Entonces, dejar el país por el Sur implica tener que embarcar el auto en un pontón y viajar en un atestado ferry de pasajeros por precios astronómicos. Los 300 kilómetros por el lago Nasser en un barco viejo y oxidado cuestan tanto como 800 en el moderno ferry que cruza el Mediterráneo de Génova a Túnez.

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por Redacción OHLALÁ!

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