Del Diamante, una laguna de recuerdos
En el imponente entorno cordillerano, una excursión familiar superpuesta con imágenes de aquella guerra que no fue
14 de enero de 2007
LAGUNA DEL DIAMANTE, Mendoza.- El día es diáfano en la laguna del Diamante, en la parte más alta de la cordillera mendocina. El cercano volcán Maipo, con su enorme cráter, se recorta como un hito colosal de la frontera con Chile y los guanacos pastan en las vegas cercanas.
La jornada luminosa y apacible ha revivido en mí el recuerdo de otra gris y soprendentemente fría de diciembre de 1978, en que me disponía a viajar a la laguna, no para pasear acompañado por los dos hijos que entonces ni soñaba tener, sino para hacer la guerra con Chile, como conscripto. A punto de abordar una camioneta blanca, de doble cabina, confiscada por el Ejército a un dueño civil para la aventura bélica. Por el paso que está en la ladera sur del Maipo, rodeando la laguna, debíamos cruzar.
El valle donde se encuentra y la laguna misma son producto de épocas violentas del planeta, cuando sus entrañas vomitaban fuego y lava en gigantescas explosiones que hacían volar el suelo mismo donde ocurrían y dejaban un enorme agujero. La furia se aplacó lentamente y las eclosiones posteriores, menos catastróficas, crearon el volcán, que formó su propio cono de más de 5000 metros. El agujero en el suelo se llenó del agua proveniente de los glaciares cercanos. Y millones de años después un gobierno militar pensaba desatar la violencia humana en el mismo escenario.
Los guanacos pastan tranquilos, aunque advirtieron nuestra presencia. No temen a los hombres, que ahora llegan desarmados tras pasar un control de guardaparques, porque el sitio es una reserva. En la destemplada mañana de 1978 tenía en la cintura una pesada pistola norteamericana que aún no había efectuado su primer disparo y a la que había tenido que sacar de un cajón de madera con inscripciones en inglés y quitarle la parafina que la protegía de la corrosión, mientras me preguntaba si era verdad que una ley de Estados Unidos prohibía la venta de esa clase de artículos a un gobierno dictatorial.
Dos pescadores prueban suerte en las heladas aguas de la laguna con la secreta esperanza de que su técnica y su paciencia tengan como premio unas sabrosas truchas. La imagen se superpone con la de dos sargentos que de lejos corren hacia la camioneta blanca en la playa de maniobras de una unidad militar próxima al centro mendocino. Gritan y sólo cuando están cerca mis compañeros y yo escuchamos las palabras que apenas podemos creer: "No salgan, no arranqués, se paró la movilización, va a mediar el Papa", dicen agitados.
El playón está casi desolado. Miles no han tenido tanta suerte y hace minutos han partido, en camión, en micros, en trenes. Antes, en una suerte de siniestro juego de ronda han recorrido al trote una especie de estaciones de Vía Crucis. En la primera, recibieron las chapas identificatorias, luego el fusil, después, la munición. Un trote más y la penúltima estación es para recibir la ración de combate , un envase de cartón con alimentos. Un salto y a la caja del camión para marchar al frente. La laguna nos espera. Hay que cruzar por allí para atacar una represa hidroeléctrica al sur de Santiago y tratar de cortar el suministro a la capital. "Ustedes son jóvenes, no dejan a nadie, yo tengo familia, mis hijos me necesitan", solloza un suboficial que se quiebra ante el espectáculo.
Veintisiete años más tarde, en la misma laguna, un gendarme registra los nombres de mis hijos y el mío, la patente de la camioneta en que viajamos. Nos indica sitios interesantes para recorrer y recomienda prudencia en la alta montaña. Y me pide un teléfono de algún familiar para avisar en caso de que nos ocurra algo o no volvamos a la hora prevista. El hermoso sitio es también salvaje y está a más de 3000 metros sobre el nivel del mar. No hay que descuidarse.
Paso de viejo
¿Cómo imaginarían los jerarcas de la junta militar de 1978 que podría ser allí un combate? El destino quiso que la unidad en la que estuve enrolado debiera unirse en el ataque a otra en la que estaba uno de mis mejores amigos, también conscripto. Era una tropa de esquiadores. Mi amigo llevaba nueve meses entrenando en la alta cordillera y tenía -lo comprobé- una tan sorprendente como reciente habilidad para moverse en estos sitios. Yo, que me creí afortunado por haber sido destinado a una unidad del centro y que dormí casi todas las noches en la casa de mis padres, pude pagar con la vida esas comodidades.
Una caminata demasiado rápida puede terminar con un desmayo para quien no está acostumbrado a la altura. Mis hijos intentan una carrerita hasta la orilla y en algún rincón de los recuerdos resucita la frase que repetían los milicos montañeros: "Despacio, caminen con paso de viejo para llegar como un joven".
Los que sabían de montaña no abundaban entre los que nos dirigían en 1978 y viendo la impericia general, que se confirmaría en Malvinas, no era descabellado temblar ante la certeza de las escasas posibilidades de volver a ver a los seres queridos.
Debemos llevar en la camioneta carpas y redes de enmascaramiento para armar un puesto de comunicaciones y hacerlo funcionar. El equipo es nuevo y los suboficiales no saben cómo se arma. Tras una hora, la carpa sigue desarmada en el piso. Hasta que aparecen dos colimbas sanjuaninos, que probablemente no sepan leer y escribir bien. Pero tienen una envidiable capacidad para poner el artefacto en pie. Lamentablemente, no vendrán con nosotros.
Mirando la vastedad del paisaje me pregunto hoy de qué habrían servido las redes de enmascaramiento tratando de encubrir una enorme carpa con antenas en un escenario donde es posible distinguir un automóvil a kilómetros de distancia en un día claro. Una ronda de artillería o de morteros, un ataque con helicópteros o nuestra propia impericia en la altura habrían terminado con nosotros con gran facilidad.
Pero hoy no hay ni malos sueños de una guerra que no fue. Un gasoducto cruza la frontera rodeando las montañas de escoriales de lava negra y se interna en territorio chileno para darle la energía que en 1978 debíamos tratar de negarle. Hasta aquí debí llegar con un capitán que había conocido dos días antes como jefe. Fue él quien el día en que se frenó la movilización me preguntó:
-¿Tenés familia en Mendoza?
-Sí.
-Vestite de civil, pero llevate el equipo, incluida la pistola y la munición. Andate a pasar la Navidad con los tuyos. Dejame un teléfono donde te pueda llamar. Si te digo que hay movilización, tenés que estar acá en media hora, porque si no te van a fusilar. Estamos en guerra, pibe.
El Papa que murió hace casi dos años logró evitar la guerra. Y, aunque no se lo reprocho, también impidió que entonces conociera la hermosa laguna. Años después no he podido resistirme a la fascinación de este sitio donde alguna vez me estuvo esperando la muerte.
Datos útiles
La reserva
Unos 200 km al sudoeste de la ciudad de Mendoza, en el departamento San Carlos, la Reserva Laguna del Diamante cuenta con 13.000 hectáreas en un importante sector de la cresta de la cordillera principal de los Andes centrales, junto al límite con Chile. Abarca el volcán Maipo (5323 msnm) y la laguna.
Por ser reserva hay que registrarse con el guardaparques al entrar. Está prohibido ingresar con armas de fuego y animales domésticos. En la laguna se han sembrado truchas para la pesca deportiva. Temporada: de la segunda quincena de diciembre a la primera de marzo.
Cómo llegar
De la ciudad de Mendoza, tomar la ruta 40 hacia el Sur hasta Pareditas, 123 km de asfalto en buenas condiciones. De allí hay dos alternativas, las dos hacia el Sur y las dos de ripio. La ruta 101 (vieja traza de la 40): 36 km hasta el desvío de la ruta provincial 98, donde hay que tomar hacia el Oeste. Luego son 55 km hasta la laguna. Por la variante de la nueva 40 hasta el empalme de la ruta 98, el camino es de similares características y ligeramente más largo.
Los últimos 30 km hasta la laguna son de montaña, transitables con precaución en rodados comunes, aunque es ideal la doble tracción.
La zona es inaccesible en invierno.
Dónde alojarse
No hay alojamiento, pero es posible acampar con equipo para alta montaña. Ocasionalmente, hay quien presta servicio de alojamiento en carpa y comidas.