

BILBAO (El País, de Madrid).- Si se llena a diario, por algo será. Si su libro de reservas se cubre con semanas de antelación, alguna razón habrá. Con toda probabilidad, ningún otro museo del mundo ofrece en estos momentos menús tan atractivos y a precios tan equilibrados. Superados comienzos balbuceantes el restaurante y la cafetería del Guggenheim se han convertido en una referencia obligada en el ámbito gastronómico de Bilbao.
Más allá de los rutinarios bocadillos y las típicas comidas-servicio, tan habituales en los recintos culturales occidentales, aquí se cuida la puesta en escena entre detalles de refinamiento y golpes de imaginación. Es lógico que su cocina, muy ligera, de vanguardia, pero no estridente, haga un esfuerzo por agradar a todos los públicos sin desconectarse de la modernidad.
Los tres cócteles que se sugieren de aperitivo (Guggenheim fizz, negroni de vermut rojo y copa de vino blanco macerado), de perfil neoyorquino, se acoplan al cosmopolitismo del entorno. Después de optar por uno de sus tentadores menús, el cliente asiste a un desfile de fruslerías y platos de fusión, algunos de verdadero nivel. El vasito de crema de calabaza con jugo de naranja es un trago gracioso.
Menú del día
En el restaurante del Guggenheim se destacan sus dos menús (tradición y temporada) que, a precios prefijados, garantizan un verdadero festín. Llama también la atención la categoría de su jefe de sala siempre atento a todos los detalles, e impresionan los modales y conocimientos de Rafael Nieto, discreto pero brillante sumiller.
Anexo al restaurante, cerca de una vistosa barra siempre atiborrada de pinchos, bocadillos y tortillas abiertas, se encuentra un puñado de mesas en las que se sirve un reconfortante menú a precio excepcional. Por 11 dólares, agua y vino incluidos, el cliente elige entre propuestas tentadoras que incluyen una entrada, un plato principal y un postre especial.
Platos sencillos que permiten elegir entre la crema de marmitako o la ensalada de anchoas con patatas, y continuar con el pescado al horno o el codillo de cerdo guisado con pimientos y jugo de carne concentrado. Para concluir, el postre de la casa con crema helada. Nada tiene de extraño que visitantes del museo y clientes llegados de afuera se agolpen para degustar este menú.
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