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Derrotero para llegar a destino

Un vuelo que no da tiempo a pestañear




Las embarcaciones deportivas, conducidas por skippers experimentados, pueden ir y volver a la isla Martín García en una navegación que, encarada con mucha prudencia, no suele deparar contingencias complicadas.
De todas maneras deben descartarse, de plano, situaciones hidrometeorológicas adversas, como vientos moderados a fuertes de cualquier sector, muy especialmente si son del primero o segundo cuadrante. Tampoco es aconsejable encarar la derrota si la visibilidad no es óptima, o sea, con niebla o neblina, precipitaciones o, simplemente de noche o al atardecer.
El camino más transitado, especialmente por lanchas con pescadores deportivos, recorre los Pozos del Barca Grande (ver, con carácter obligatorio, las cartas del SHN H-118, 130 o 5089). El mismo transita por zonas muy embancadas, de escasa profundidad, como lo son al este del pasaje entre las islas Lucha y Zárate (una extensión de alrededor de cinco millas náuticas), para entrar finalmente en las grandes y sorprendentes profundidades de los Pozos.
Dejando a la isla Oyarvide por estribor al subir hacia Martín García, la corriente en contra se hace sentir con fuerza, razón por la cual hay que disponer de una buena planta motriz. El tramo final, entre estas dos últimas islas, y en dirección al muelle de desembarco en la isla, no ofrece dificultades.
Lamentablemente las marcas marítimas, señalando la presunta vía de comunicación acuática más segura, dejan muchísimo que desear porque, en rigor, se trata de simples postes de alumbrado que se enclavaron en el fondo, pomposamente denominados pilotes, sin luces ni indicaciones certeras que los identifiquen. En algún momento, cuando se colocaron, marcaban la vaguada más profunda disponible, por lo cual todo se reducía a navegar junto a ellos, dejando a uno tras otro como jalones.
Pero el fondo del río, movedizo e impredecible, dejó ahora a algunas de esas precarias balizas poco menos que en territorio seco, lo que hace desaconsejable orientarse sólo por medio de ellas.
Asimismo, el muelle de la isla, despojado de toda defensa, es agresivo y, al ser utilizado por las lanchas de pasajeros, obliga a los navegantes a dejar fondeados a sus barcos en las inmediaciones y a hacer pie en tierra por medio de chinchorros.
En la isla Oyarvide hay un pequeño arroyo, con una boca de entrada algo embancada, que da protección precaria, pero efectiva, con el fin de poder pasar la noche al amparo de cualquier situación meteorológica por dura que sea.
Conclusión: no conviene ir nunca solo, sino junto con dos o más barcos navegando en estrecho contacto visual y radial, y mejor aún si se dispone de un líder comandado por alguien con experiencia en la zona.
El paisaje agreste de las islas, los embancamientos que afloran por doquier, y el increíble panorama de la ciudad sobre el horizonte, sumados a la belleza de la propia isla hacen que en la experiencia de visitarla con embarcación propia valga la pena de arriesgar alguna que otra varadura lo que, en general, no arroja mayores consecuencias, dado que el fondo es blando, con predominio de arena y fango. En cuanto a las aguas, por toda la zona son limpias y desprovistas de contaminación.
Alberto Enguix

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