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Dígalo con mímica

Por Sofía von der Fecht




En una visita a San Petersburgo puedo decir que aprendí a leer ruso con la ayude de una palabra: Mac Donald´s. A través del cartel del local pude descifrar las palabras bar y hotel, y hasta leer el nombre de las placas de famosos y próceres en los cementerios. Hay una ley que prohíbe usar otro alfabeto en los carteles de propaganda, por lo que hasta terminé aprendiendo cómo se escribe Penélope Cruz, viendo los afiches de L´Oréal.
Pero me estoy adelantando: la ciudad es fascinante. Uno tiene la sensación de estar en una gran obra de teatro. Las fachadas de los edificios están siendo restauradas y preservadas. Si uno estudia o escucha lo que dice la guía (que sin ella como extranjero no se sobrevive ni un día por cuestiones idiomáticas), se puede imaginar lo que fue esta ciudad: el centro de un imperio, el reino del zar.
La arquitectura es única, ornamentada, detallada, pero no pomposa. Si uno mira más allá del conjunto puede ver que las carpinterías revelan realidades que hoy nos parecen prehistóricas: tienen carpinterías dobles, ya que el invierno es terrible y la calefacción sigue siendo central para toda la ciudad, y recién la encendieron cuando hubo diez días seguidos con temperaturas por debajo de -10°C.
Observar a la gente es lo único que le queda a un extranjero sin entender lo que dicen: las madres son de porte pesado y con caras serias, ariscas a entablar una conversación. La juventud en general se viste de forma extravagante, de vivos colores, con moños y accesorios por doquier, abrazados y besándose libremente.
A pesar de la revelación de esta nueva generación, no pudieron lidiar con nuestra tropa bochinchera, que entró un día en una proveeduría para comprar algo de comer: no pudimos sacarles una sonrisa en lo que parecía un juego de dígalo con mímica, tratando de explicar la cantidad de fetas de queso que necesitábamos.
Por las noches, caminar por las calles es un espectáculo: en la plaza frente al palacio real se juntan los motoqueros, y en el río siempre hay un juego de agua iluminado al compás de música clásica.
La comida puede ser supercara como muy barata y accesible. En un restaurante se puede gastar bastante en jamones crudos y Strogonoff servidos en panes como fuente y caviar de aperitivo, así como vivir de sándwiches y manzanas a precios razonables. No es raro, por lo tanto, ver el último modelo de BMW y una limusina kilométrica Hummer rosada, como un Fitito o Travi de la posguerra.
En esta ciudad todo es posible. Está como en una etapa de transición envuelta en una atmósfera mística de su legado histórico de zares.

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por Redacción OHLALÁ!


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