

SAN FERNANDO DEL VALLE DE CATAMARCA.- Para entrar a la Puna catamarqueña hay que pedirle permiso a la Pachamama. Ella recibirá las ofrendas de los viajeros en las apachetas, esos montículos piramidales de piedra, erigidos a los costados de los caminos andinos. El tributo puede ser una piedra, algo de vino o aguardiente para beber, un cigarrillo encendido o un puñado de hojas de coca, de las que se usan para coquear. Antiguamente se la invocaba en quechua -Pachamama es el nombre incaico con el que se denomina a la Madre Tierra-, pero hoy quedan pocos que lo hagan en ese idioma.
Una vez realizado el ritual y hecho el pedido, el viaje continuará por los senderos sinuosos de la Puna, atravesando ríos, dunas y valles hasta llegar a estas vastas soledades donde las nubes apoyan sus contornos en el horizonte y los volcanes se incendian al atardecer.
Antofagasta de la Sierra es la capital del departamento homónimo, casi 28 mil kilómetros cuadrados con una de las densidades poblacionales más bajas de la Argentina, apenas un poblador cada 100 kilómetros cuadrados.
El recorrido desde San Fernando del Valle de Catamarca se inicia en la ruta nacional 38 hasta la intersección con la ruta nacional 60, pasando por la localidad de Aimogasta, en la provincia de La Rioja; luego empalma con la ruta nacional 40, y más tarde con la ruta nacional 43 hasta Antofagasta.
Durante 585 kilómetros, de pavimento al principio y ripio después, se atraviesan las villas de Londres y Belén; y los poblados de Corral Quemado, Puerto San José, El Eje, San Antonio, Barranca Larga y El Peñón, entre otros.
Son doce horas de camioneta 4x4, o quince en el colectivo El Antofagasteño, aunque pueden ser más, muchas más, debido a la repentina crecida de un río, la falta de combustible -hay que llevar bidones-, o la pinchadura de un neumático.
A veces, sólo a veces, nada de esto ocurre. Y entonces hay que agradecer a la tierra, la madre de la eternidad, como escribió Fernando Barrientos. Y conseguir hojas de coca para acostumbrarse a la altura sin apunarse.
Soy tu verdad
Aunque parezca increíble, el culto a la Madre Tierra todavía está vivo en los pueblos andinos, a pesar de que sus fiestas vayan desapareciendo poco a poco. Antes de la Conquista, los indígenas, en su extrema lucidez, retiraban de ella lo que precisaban y no más, porque podía vengarse.
En las palabras de Cinthya Pizarro, antropóloga y docente de la Universidad Nacional de Catamarca: "En la Puna aún subsiste la conciencia de unidad del hombre con la tierra. Esta da la posibilidad de vida; entonces, hay que alimentarla. Agradecer, dar de comer y pedirle permiso, señalar los animales y verter su sangre para después adornarlos con chimpas -flores de lana o papel- con las que también se decoran las tumbas, son actividades que implican un ritual. La noción de la Pacha, la energía creadora de la tierra, está presente en los ciclos de transformación".
Coquear es la manera natural de evitar el mal de las alturas o soroche, también llamado apunamiento, que se produce por la escasez de oxígeno. Hasta saber cómo reacciona el organismo conviene cuidarse con las comidas, el alcohol y el tabaco; y evitar correr o agitarse.
Los síntomas van desde un simple dolor de cabeza y nuca hasta náuseas y vómitos; pero no siempre aparecen.
Las hojas de coca se venden en bolsitas verdes en todos los almacenes apenas se empieza a subir. Con los dedos, se toman algunas y se colocan en la boca sin masticar, formando el acollo o acullyco, un bollito, junto con una pizca de bicarbonato de sodio para que la planta suelte su jugo. Con el mismo fin se utiliza el té de coca o de puspusa, entre otras hierbas de la zona.
Despacio, para no apunarse
Antofagasta de la Sierra, a 1906 kilómetros de Buenos Aires, es la base para todas las excursiones. Posee luz artificial de 7 a 24, y un solo número teléfonico (03835- 471001/02). El pueblo se levanta en una depresión del terreno -rodeado por paredones de piedra de 100 m de altura-, producto de la presencia de dos ríos. Al Sur se yergue el Torreón, hito natural y vestigio arqueológico que caracteriza y señala la villa, cubierto -tristemente- por graffitti políticos.
Para alojarse, funciona una hostería provincial y algunas casas de familia ofrecen cuartos y comida.
Una milanesa de llama con ensalada cuesta $ 1,50 en lo de Cirila de Reales; las empanadas y las pastas caseras de Elisa de Rodríguez dan que hablar; y Pasquala Vázquez es reconocida por su estofado de cordero y su capacidad de curar: fue enfermera durante 30 años. No hacen falta direcciones: sólo hay que preguntar y está todo muy cerca.
Los tiempos son lentos, pero lentos en serio -si se apura, se apuna-, y las calles de tierra albergan el intenso calor del día y el frío de la noche. El año escolar va de septiembre a mayo, a causa de las bajas temperaturas del invierno.
El cielo todo lo rige. De día, el sol implacable; al atardecer, el viento de la Puna que todo lo lleva; de noche, las infinitas estrellas y la soledad.
Las construcciones de adobe y de piedra, y los paredones y corrales de pircas contrastan con algunas casas de material que se cuelan aquí y allá.
Entre los paseos más conocidos, se destacan el Pucará de la Alumbrera, un asentamiento indígena levantado con sedimentos volcánicos a la vera de la laguna Antofagasta, a 8 kilómetros de la villa. Y el Campo de Tobas, con petroglifos en el suelo, que se pueden apreciar perfectamente y hasta pisar, si uno se descuida. Lamentablemente, el sitio es tan virgen desde el punto de vista turístico que aún no fueron trazados senderos de circulación. Todavía se encuentran restos de cerámica indígena e ínfimas puntas de flecha de obsidiana en el suelo.
Otra posibilidad es visitar el Real Grande, a 28 km, famoso por sus paredes de hasta 70 metros de altura donde se conservan representaciones rupestres; el salar de Antofalla por la Quebrada del Diablo; el Chorrillo; el campo de piedra pómez; el desierto de Carachi Pampa; el volcán Galán con el Salar del Hombre Muerto y la Punta de la Peña.
En la fiesta de la Virgen de Loreto, el 10 de diciembre, van bajando de los pueblos los santos patronos vestidos para la ocasión, los misachicos, acompasados por el tum-tum de los copleros y sus cajas.
Cuentan que la imagen de la Virgen estaba en la mina de Incahuasi, explotada hasta la década del 50, y en su camino hacia Antofalla se quiso quedar en la villa. "Antofagasta de la Sierra y su gente -concluye uno de los paneles del Museo del Hombre- continúan viviendo cotidianamente el difícil romance entre el hombre y el desierto... una estirpe que supo conquistar la montaña y acercarse al cielo."
Por Silvina Beccar Varela
Para LA NACION
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Datos útiles
Cómo llegar
El pasaje de avión hasta San Fernando del Valle de Catamarca cuesta $ 260 de ida y vuelta, aproximadamente.
Desde allí hasta Antofagasta de la Sierra se puede ir en camioneta o en ómnibus. El Antofagasteño, que sale los viernes a las 8 y vuelve los lunes de Antofagasta cuesta $ 50 cada tramo y tarda 15 horas.
Alojamiento
Hay 150 plazas disponibles en Antofagasta. La hostería cuenta con 18 habitaciones y cuesta $ 15 por persona, en base doble con desayuno. En las casas de familia -hay 22 en total y 4 que trabajan con turistas-, el alojamiento con desayuno cuesta $ 10.
Dónde comer
En la hostería, el almuerzo o cena completo -sopa, plato y postre con bebida (agua o gaseosa)- cuesta $ 7. En las casas de Elisa de Rodríguez, Pascuala Vázquez y Cirila de Reales se puede comer locro, empanadas, pastas caseras, milanesa de llama, estofado de cordero y asado, entre otros platos regionales.
Paseos
Contratar un guía por el día sin vehículo, a los paseos de la zona cuesta $ 60. Aníbal Vázquez -guía de montaña profesional- y Ernesto y Santos Soriano son algunos de los lugareños que guían los paseos. No conviene adentrarse solo en el desierto; hay diversas huellas y hasta los baquianos se pierden.
Es conveniente llevar un guía y un tubo de oxígeno.
Si lo que se contrata es una excursión con vehículo 4x4 incluido, hay que contactar a Raúl Enrique Reales.
El paseo por el día al Volcán Galán pasando por el Salar del Hombre Muerto y las minas de Incahuasi, un recorrido de 370 km aproximadamente, cuesta $ 300 por persona, sin comida.
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