PEKIN.- Guan es de una pobreza completa y sin esperanza como la latinoamericana, pero a diferencia de nuestros míseros, una cosa le confiere un aire casi de felicidad y de vida realizada: sus dragones aéreos.
Para empezar, hay que entender que lo que entre nosotros se llama cometa, sólo tiene la cuerda de parecido con lo que los chinos designan con el mismo nombre. O más bien con un nombre que tiene la evocación que le falta al nuestro: fang feng zheng, literalmente, elevar música al viento (el zheng es un instrumento musical chino).
Después hay que ver a Guan, con su barbita y sus gafas. Con minuciosidad sistemática dedica casi todas las tardes de su vida a este oficio que en China es masivo, disponiendo sobre el suelo de la plaza Tiananmen en las tardes de viento los setenta metros de cola de los dragones que fabrica en su casa.
Por último, hay que ir con él al hutong, el callejoncito pequinés, donde vive en dos cuartos sin calefacción, ni baño, ni cocina, ni agua corriente, como otros miles de pequineses, y verlo sacar del exiguo espacio que comparte con su mujer y su hijo, de cajas de cartón, de bolsas de polietileno, de envoltorios fabricados por la laboriosa inventiva con que la pobreza atiende a los desechos, los milagros de colores que concibe sin planos ni papel ni previsiones y se tarda meses en convertir en cometas.
En estos veinte metros cuadrados hay una cama y un armario, una mesita y unos bancos bajos. Y docenas de cometas. Colgadas en las paredes, guardadas donde debía haber ropa o electrodomésticos, en lugar de adornos o floreros. Guan gana setecientos yuanes (algo menos de cien dólares) trabajando en un restaurante.
El resto del tiempo, el resto de su vida, es cometero. Como todos los chinos es sistemático. "Atar, pegar, pintar y elevar": ésas son las cuatro etapas en que se divide el proceso de fabricar una cometa. Guan hace águilas y golondrinas. Pero, sobre todo, dragones.
Se jacta de que uno de sus dragones es el más grande de Pekín. La cabeza tiene un metro de alto, la cola setenta y dos de largo, y ciento una piezas de bambú, plumas y seda.
Seda y bambú
El material es simple y barato. Bambú rajado, de construcciones; cola, tela sintética, seda, icopor, pinturas de publicidad, plumas de gallo para los elementos de la cola, trocitos de latas de sardinas para unir las junturas.
Delgadas tiras de bambú se doblan al calor de un mechero de alcohol para ir dando forma a la estructura básica de la cometa, la cabeza del dragón. Guan tiene dragones de todos los tamaños. El mayor le tomó dos años. Las tiritas se van pegando hasta formar una cabeza de dragón abstracta y vacía. Tela sintética y seda se pegan una a otra. "Con la seda hacia afuera, para resistencia al viento." Enseguida se adhieren a la cabeza. Se le ponen ojos, lengua, dientes de icopor. Todo se pinta. Y luego se emprende la cola: innumerables círculos de seda con tiritas de bambú a ambos lados rematadas por plumas de gallo. Pegados uno tras otro por decenas de metros levantan al cielo, atada a una cuerda de nylon como para pescar tiburones, una cabeza de cualquier tamaño si tienen el largo adecuado. Elevar estos colosos es toda una especialidad. Primero se van soltando al aire los elementos de la cola y sólo cuando ya vuelan seguros se les ata la cabeza.
Los pequineses se dedican por miles a este pasatiempo. Las tardes de viento Tiananmen parecen tachonadas de estrellas de seda de colores. Hay asociaciones de cometeros informales en todos los barrios y una de toda la ciudad. Los chinos se paran en los sitios más insólitos, al borde de una autopista, por ejemplo, para elevar cometas. A abuelos y nietos les basta una brizna de viento para tentarlos. Parte de la educación de casi cualquier niño es la destreza para armar una golondrina y atarle una cuerda para que vuele.
Guan dice que especialistas como él hay un puñado. Llama a sus cometas obras permanentes. Si se cuidan duran siempre. Cuenta -práctico como todo chino- que en los últimos dos años ha vendido siete. "A extranjeros." Pide excusas por lo reducido del espacio en su casa. Pero no bien se lanza a hablar de las cometas entra en una suerte de suspensión en la que pobreza, casa minúscula y callejón mísero, parecen tan lejanos como el propio Guan cuando su cabeza de dragón lo mira desde cien metros de altura. Paciencia china con la cual este fabricante minucioso adorna su pobreza.
Dos nombres, una duda
PEKIN.- Hasta la creación del sistema pinyin la escritura del putonghua (mandarín) utilizando el alfabeto romano era realizada basándose en diferentes criterios: preferencia del autor, métodos Wade-Giles o Lesing.
En los primeros libros sobre la Ruta de la Seda, por ejemplo, algunos escritores bautizaron el oasis de Dunhuang, con el nombre Tun-huang, y otros Tuen-houang.
La hora del reemplazo
El antiguo nombre de Pekín fue reemplazado por el de Beijing en 1958, cuando las autoridades adoptaron al pinyin para la realización de documentos oficiales. En poco tiempo, el nuevo sistema había demostrado ser más eficaz.
Viajando por China se descubre que pocas personas saben qué quiere decir Pekín, no tiene idea de dónde está localizado ese extraño lugar.
En cambio, si se habla de Beijing, aunque la entonación no sea buena, comprenden que se está haciendo referencia a la capital. El pinyin brinda a quien no es chino una pronunciación más aproximada a la original en mandarín.