Este fin de semana fue lo más pancho del mundo.
Me la pasé comiendo y cocinando.
El sábado me invitaron a un asado por la inauguración de una casa. Unos amigos terminaron de construir en Pilar e hicieron un almuerzo multitudinario.
El viernes Nicolás me había llamado para preguntarme si me parecía muy mal que no estuviera con los chicos en el finde así que los pude llevar (les tocaba pasar el sábado con el padre, creí que iba a tener que ir sola). ¡La pasaron tan pero tan bien! ¡Conté 26 menores de 12 años, imagínense!
Nos quedamos todo el día ahí. De hecho, volvimos recién después de comer, como a la 1 de la madrugada.
Antes de separarme creía que una de las cosas que más me iba a costar iba a ser este tipo de reuniones en las que el 98% de la gente está con su pareja e hijos. Me imaginaba unas escenas de lo más melodramáticas en las que los chicos se me acercaban y lloraban diciendo que ellos también quería estar con su papá.
Flor de Drama Queen.
Lo cierto es que no puedo estar más lejos de ese lugar. No sé qué es pero me siento tanto más fuerte ahora que estoy sola.
Sin ir más lejos, este sábado mismo, el marido de una amiga de hace añares me dice "Cata, sos otra persona. No lo puedo creer. Vos antes eras un embole!".
Lo hubiera abrazado, les juro. Esa confirmación, que vengan y te den el visto bueno, el OK, es tan moralizante.
Le contesté: Gracias Toto, podría ofenderme con tu comentario, pero no puedo sentirme más feliz de que me lo hayas hecho.
Porque imaginate que me voy a ofender, si yo sé que era un garrón importante.