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DURBAN

Es el refugio elegido por los turistas europeos y asiáticos en Sudáfrica; conjuga las playas, con la tradición y el arte zulúes




DURBAN, Sudáfrica.- Take me a picture (tómeme una foto), exigía un hombre repetidas veces, mientras acomodaba su llamativo vestuario delante de la cámara fotográfica. Era alto, de tez muy oscura casi sin brillo, de rasgos duros, nariz pequeña y mirada acribillante. Sonreía, sabiéndose exótico ante nuestros ojos, y volvía a posar sobre la calle costera Golden Mile, donde el tránsito circula de forma inversa, como en el Reino Unido, pero de cara al Indico.
El hombre de la mirada de acero sujetaba con ambas manos los brazos de un frágil carro de mimbre en el que pasea a los turistas, a la rastra, mediante una caminata ligera, descalzo sobre el cemento caliente. Sobre la silla reposaba un descomunal sombrero, pesado, realizado con alambres, plumas, espejos y grandes cuernos que apuntaban hacia adelante cuando salía a la carga con los pasajeros.
Sit, sit (siéntese), continuó pidiendo en un inglés tosco, pero oportuno. Pertenecía a la comunidad zulú, y su idioma resultaba aún más extraño que la falda con flecos y rodilleras de paja que alcanzaban a cubrirle los tobillos. Dejando a un lado la desconfianza de recién llegados, le tomamos unas cuantas fotos que, como era de suponer, tuvieron su costo: las pagamos en rands, moneda local, aunque sus exigencias no fueron elevadas. En cuanto obtuvo el dinero, prosiguió su captura de fotógrafos furtivos y de doncellas con ansias de dar un paseo.
En Golden Mile, la modernidad se conjuga caprichosamente con la cultura africana. La playa está bordeada por un parque de diversiones vertiginoso y piscinas con toboganes. En la avenida asfaltada, por un lado están los puestos de artesanía zulú en los que se exhiben singulares tallas de madera, y enfrente, un cordón de hoteles, algunos de ellos de cadenas norteamericanas como Holiday Inn, con restaurantes de comida internacional a la calle.
A Durban llegan turistas de todo el mundo, principalmente europeos y asiáticos, en busca de arte para coleccionar, restaurantes indios, playas, actividades náuticas, pesca y la posibilidad de adentrarse en las comunidades zulúes, en busca de tesoros culturales, colores y danza tribal. Lo cierto es que una ciudad tan cosmopolita como Durban dispone de muy buena hotelería y restaurantes como para que nadie extrañe su casa.

El arte brilla en Golden Mile


El sol respladece sobre la línea del horizonte, interrumpida por una flota de barcos pesqueros. El muelle se ilumina y un grupo de jóvenes recostados sobre tablas de surf espera las frías olas de la mañana. La intensa luz se filtra dentro de las habitaciones de los blancos edificios que pueblan Golden Mile, y una brisa fresca del mar da aliento a las mujeres zulúes mientras acomodan, pieza por pieza, las artesanías sobre unos lienzos, como todos los días. Sobre un colchón improvisado acomodan sus cuerpos, escondiendo los pies descalzos en vestidos que acabaron por desteñirse, e inician su rutina. Por largas horas hilan collares interminables, tejen manteles al crochet y atienden el puesto con una dulzura poblada de sonrisas. No hablan inglés, pero entienden lo suficiente como para poder vender.
Admiradas por los coleccionistas, las maderas talladas revelan la naturaleza de los nativos, y son tan oscuras como su propia piel. Tallan elefantes, rinocerontes y jirafas de todos los tamaños, cuidando hasta los mínimos detalles como sus rugosidades, formas y hasta captan la ternura de sus ojos. Las figuras zulúes también dan vida a Golden Mile, las mujeres están representadas con cuerpos espigados, vasijas en alto y peinados trabajados. Aunque en realidad ellas tienden a ser robustas y se cortan el pelo a ras de la cabeza. Los hombres aparecen vestidos de guerreros, con falda y escudo de cuero, arcos y flechas. Los rostros repiten frentes descubiertas, miradas profundas, labios carnosos, y una nariz pequeña y chata.
No obstante, las máscaras son las más llamativas, especialmente las de madera oscura. Muchas tienen expresiones fuertes, hasta impresionan, como si tuviesen algo satánico y a la vez venerable.
Golden Mile puede ser un paseo muy provechoso, ya que además de deleitarse con las artesanías, es posible comprarlas con muy poco dinero. Con 50 dólares, puede tener 10 buenas piezas, y de las auténticas, pero cuidado, pesan mucho.
Maybi, que es zulú como todas las mujeres que están en los puestos, vende objetos que talla su padre en Zululand, al nordeste de la provincia KwaZulu-Natal, patria tradicional de los zulúes. Mientras arma con extrema paciencia un collar de mostacillas casi invisibles, cuenta que cada vez que termina la mercadería debe retornar al pueblo por más. Maybi lleva un pañuelo rojo en la cabeza y un vestido blanco holgado sobre su cuerpo regordete. Aunque trabaje desde muy temprano por la mañana hasta pasado el anochecer, sonríe como si éste fuese su único gesto. De la misma forma atiende a quienes curiosean su puesto, y sin inconvenientes les permite tocar las tallas y compararlas todo el tiempo necesario. Maybi añora el verano, porque es la temporada fuerte de turistas, pero igualmente en otoño dice que vende lo suficiente como para vivir bien. Su pulsera de bolitas comienza a tomar forma, combinando los colores de la bandera africana simétricamente, casi sin mirar, y en un tono suave, como si acariciara cada palabra, habla con sus compañeras, todas abocadas a tareas similares. Todavía falta mucho para que emprenda viaje a Zululand, las mantas están cargadas de artesanías.

La pequeña India


En pleno Durban, a unas cuantas cuadras del mar ya no hay hoteles, sino edificios bajos y viejos, tiendas cargadas de letreros amarillos con las ofertas de la semana. Entre las calles Queen y Russel se ubica el Victoria St. Market, más conocido como el mercado indio. La intensa combinación de olores, proveniente del incienso y la gran variedad de especias conduce puertas adentro y, embriagante, se apodera del estado de ánimo como un alimento espiritual.
Como en Golden Mile, todo se confunde, las ropas tradicionales indias de los vendedores con los juegos electrónicos de luchadores japoneses que dividen los locales. El techo bajo y algunas pocas puertas encierran la oscuridad y un murmullo constante.
Los indios se caracterizan no tanto por su tez aceitunada, sino por los párpados que parecen pintados de negro y las narices pronunciadas. Con buenos modales, en el mercado invitan a probar lo mejor de sus especias, desde suaves hasta ultrapicantes. Un hombre que no lograba identificar mi origen, me acercaba un pesado cucharón de bronce colmado de pimienta al limón donde debía pellizcar. Una pizca bastaba para saborearlo. Había variedad de pimienta, ají en polvo, ajo masala, jengibre y algunos de los que desconocía hasta el nombre, como peri-peri en polvo, tumeric, brayami masala, entre una variedad increíble. En potes etiquetados, los colores de los condimentos variaban desde amarillos, pasando por mostazas y anarajados hasta rojos furiosos.
Bajo el mismo techo, también se vendían artesanías zulúes que alcanzaban hasta los dos metros de alto, pieles de felinos colgadas en las paredes, joyas, ropa y muchas curiosidades. En los alrededores, venden naranjas, manzanas, bananas o choclos calientes.

La noche en el Indico


Como en toda ciudad, en Durban hay que saber por dónde circular, tanto de día como de noche. Si se aleja del cordón hotelero de Golden Mile, se encuentra la Durban de los prostíbulos, las máquinas tragamonedas y los reductos no aconsejables. Es preferible salir en grupo y no caminar por lugares oscuros.
A lo largo de la costa hay bares, muy buenos restaurantes, y todas las semanas se organizan fiestas en la playa. Arman una carpa gigante sobre la arena, tocan bandas en vivo y se toma mucha cerveza Castle, liviana y sudafricana. En la playa, las luces son tan intensas que una buena franja del mar resplandece.
Cada hotel tiene un restaurante a la calle, con especialidades que los diferencian. Con poco se come muy bien, con vinos de buena cosecha sudafricana y postres exquisitos. Uno de los restaurantes del Crowne Plaza, de la cadena Holiday Inn, Jewel of India, sirve comida de este origen en un ambiente suntuoso, cuyos decorados y ornamentos tapizan hasta el cielo raso, en colorados, turquesas y dorados, con arabescos que alcanzan la máxima expresión del lujo indio. Los mozos, vestidos con chalecos bordados, pantalones bombilla y túnicas, convierten el menú en una ceremonia especial. Los platos son los de un banquete: panecillos horneados con un poco de aceite, sopa de lenteja picante, pollo, cerdo, y aderezos, todo picante, lo que no impide seguir comiendo.
Aparte de Golden Mile, hay un News Café. Sirven tragos, sándwiches y panqueques. La alegría es hasta las 24.
Gabriela Cicero
El este exótico
Los indios se instalaron en Durban tardíamente, pero su contribución cultural y económica fue muy importante. En 1860, comenzaron a trabajar en las plantaciones de caña y se adaptaron muy bien a las nuevas condiciones de vida.
Muchos de ellos no volvieron a su tierra natal y más tarde se desempeñaron como comerciantes, hombres de negocios y líderes religiosos. Actualmente, KwaZulu-Natal posee la mayor comunidad hindú fuera de la India.
De la mano de la actividad comercial, la cultura fue ganando espacio. Templos y mezquitas, bazares colmados de especias, incienso, ropas bordadas y alhajas exóticas caracterizan parte de su misticismo.
Sus comidas han hecho de Durban un paso obligado. La pimienta es muy popular, tanto que se sirve en todos los restaurantes, desde sitios de primer nivel hasta locales suburbanos.

La herencia colonial

Las culturas y estilos de vida de los colonos europeos tuvieron un impacto profundo en la provincia. Los primeros colonizadores blancos fueron industriales y misioneros originarios de Inglaterra, que a principios de 1820 navegaron por el océano Indico desde Ciudad del Cabo hasta la actual Durban. Diecisiete años después, omitiendo las reglas de los ingleses, llegaron los bóers -de origen francés y holandés- a KwaZulu-Natal, por tierra, atravesando las imponentes montañas Drakensberg en carretas.

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por Redacción OHLALÁ!


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