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El acento francés de Montreal se marca en su forma de vida

En esta isla confluyen los ríos San Lorenzo y Ottawa, y se contraponen las esencias de dos nacionalidades tan distintas como la francesa y la inglesa




MONTREAL, Canadá.- Al llegar a la isla de Montreal, llamada así por la montaña real sobre la que se asienta, en la confluencia de los ríos San Lorenzo y Ottawa, se tiene la impresión de haber pasado a otra nación o, al menos, al país francés que se conserva en Canadá. "La belle province (Quebec, de la que Montreal forma parte) debería ser un país separado, no una provincia", insiste Jeanne Vignault, un sentimiento que comparten y expresan muchos québèquois.
Al oír hablar a la gente de Montreal se termina repitiendo sus convicciones. Según ellos, llevan la delantera en todo y, al poco tiempo, contagian: esta metrópoli, "la segunda de habla francesa más grande del mundo", es el hogar de 3,2 millones de personas que, por herencia o adopción, se empeñan en mantener sus raíces francesas. Sin embargo, la convivencia con el lenguaje de los negocios, como llaman al inglés, hace que se burlen de sí mismos, llamándose "ranas, porque saltamos de una lengua a otra sin problema", se mofa Jeanne.
Sin embargo, llamarlos franceses es un error también porque se comunican con un dialecto, el joual, que tiene una pronunciación y un vocabulario diferente del que se habla en Francia.
Sus quartiers (barrios) son otra amalgama: también tienen su etnia judía, su zona portuguesa, un Chinatown y las exclusivas vecindades inglesa, Westmount, y francesa, Outremont. En el barrio latino, que abarca la Rue St. Denis y Rue Prince Arthur, cuando apenas despunta la primavera sus bohemios cafés y restaurantes se lucen en las veredas.
Las posibilidades para recorrer Montreal son muchas: al underground y la ciudad subterránea se agrega la alternativa de caminar por sus asoleadas rues. La bicicleta es una buena opción, ya que se dispone de 20 carriles de bicisenda que corren a lo largo del canal Lachine. Los coches tirados por caballos (una hora, 22 dólares) por la ribera del Viejo Montreal o las cabalgatas por el Mount Royal son excursiones imperdibles.
Aunque prefieren hablar de montaña, Mount Royal no es más que una colina de 232 metros. Allí habitan casi un centenar de especies de aves y desde el camino pueden verse -entre otras especies- ardillas, marmotas y mapaches.
Diseñado por el mismo paisajista que creó el Central Park de Nueva York (Frederick Law Olmsted), contiene al lago Beaver, ideal para andar en bote, en verano, o patinar y hasta esquiar cuando se congela. Desde su cumbre puede apreciarse la ciudad y el río San Lorenzo en su vasta extensión; está coronada por una inmensa cruz que homenajea al fundador de la ciudad, Maisonneuve, que había levantado una más pequeña en madera en 1642. En un centro de interpretación se explica la biología existente en el parque.

Costumbres en flor


Montreal también hace gala de su minuciosidad. Si los vecinos no cortan el pasto, lo hace el muncipio, pero les manda la factura; en contrapartida, cada primavera, el mismo gobierno envía flores, en su mayoría tulipanes, a todos los vecindarios para embellecer los jardines. En esta ciudad se plantan 800.000 flores al año y, también, 5000 árboles al cabo del invierno.
No en vano se la llama la ciudad de los 100 campanarios, ya que presume de tener más iglesias que Roma (cerca de 450); las hay de todos los cultos y sectas, hasta una cientista cuyo edificio está en venta.
Se destaca la basílica de Notre Dame, construida en estilo neogótico con interiores en pino, roble y nogal que demandaron casi 40 años, tiempo en el que se instalaron vitraux de Limoges. En su techo se incrustaron 5000 estrellas, no fugaces ya que son de 22 kilates de oro cada una. Entre lo llamativo, también se destaca el árbol de la vida tallado en la capilla del Sacrè Coeur. Allí se realizan festivales y conciertos, como el recordado de Pavarotti en 1978.
Los antiguos quartiers

En tiempos coloniales, las ceremonias militares se realizaban en la Place d´Armes. Cuando llegaron los franceses, la convirtieron en la capital del comercio de pieles. En los siglos XVIII y XIX fue un polo industrial de vanguardia, reflejado en la arquitectura de muchos de sus edificios, como el Bank of Montreal de 1847.
Como en cualquier otra ciudad colonial, los carruajes están a la orden del día, y de la noche, y pasean por este quartier por 22 dólares, media hora por Vieux Montreal, y 36 dólares por una hora desde Saint Denis hasta Vieux Montreal.
El sitio más popular es la Place Jacques Cartier, en la que sus empedrados y cafés recostados sobre las veredas tientan a hacer un alto en el camino.
Enfrente, está el Puerto Viejo Puerto que se extiende a lo largo de dos kilómetros y cuenta con 100 amarras y cinco terminales esparcidas en los 25 kilómetros de costa. Desde el embarcadero Victoria parten botes para realizar el salto de los corderitos, en alusión a los rizos u olas que forma la corriente del río. Saute Moutons ((001) 514-2849607) ofrece excursiones de rafting por 36 dólares.

Arte por doquier


Además, no hay que dejar de visitar algunos de los 30 museos que posee Montreal, como el de Bellas Artes -el más antiguo de Canadá-, el Museo McCord de Historia Canadiense, el Centro Canadiense de Arquitectura y el Museo de Arte Contemporáneo. Este último forma parte de la Place des Arts (un complejo de tres edificios situado entre el Boulevard Maisonneuve y Ste. Catherine W., en cuyas salas actúan grandes nombres de la escena no sólo nacional, aunque se destacan la Orquesta Sinfónica de Montreal y Les Grands Ballets Canadiens.
En estos días aún se realiza el afamado Festival Internacional de Jazz, en el que se presentan más de 2000 músicos actuando en 350 eventos alrededor de la ciudad. Juste Pour Rire, Sólo para la Risa, un festival bilingüe de comedia y la Competición Internacional de Fuegos Artificiales en la Ronde, isla Ste.-Hélène son otros de los acontecimientos de estas semanas de verano.
Una ciudad para abrir el juego
MONTREAL, Canadá.- Montreal parecía adormecida durante la primera mitad de este siglo, pero despertó llena de energía al promediar la década del 60. Por entonces fue sede de la Expo67 y, luego de los Juegos Olímpicos de 1976, cuando se concretó tal expansión que quien no la visita desde hace más de 20 años hoy no la conoce.
  • En el Parque Olímpico, un barrio en el extremo este de la ciudad, está el famoso estadio, que cuenta con un funicular que eleva a los turistas para ver la ciudad desde otra perspectiva. Su torre inclinada de 626 pies de altura está abierta todos los días, hasta las 17. Se ofrecen visitas guiadas al estadio olímpico cada 30 minutos.
  • El Biodôme de Montreal es el único museo ambiental de su tipo (una perfecta recreación de ecosistemas) que permite experimentar las sensaciones que se perciben en una selva tropical, también en la selva Laurentiana, conocer la vida marina del río San Lorenzo y el mundo polar.
Está abierto todos los días, de 9 a 17; en verano, el horario del jueves se extiende hasta las 19; la entrada cuesta 6,45 dólares.
  • El Jardín Botánico y su Insectarium, y las miles de flores del Rosedal son otras de las alternativas.

Un casino de lujo

Un edificio que sirvió como pabellón francés en la Expo 67 fue reciclado y, en 1993, se abrió el juego en la ciudad con la apertura de un casino de nivel internacional. Una construcción futurista que se destaca en la isla Sainte Hélène.
Un rotundo éxito que se demuestra con los 4 millones de visitantes que logra atraer cada año. Ellos prueban suerte en sus 88 mesas de juego y en las 1700 máquinas de azar. Tiene espacio para 5300 personas y abre todos los días, de 9 a 5.
El exclusivo restaurante Nuances, en el quinto piso, ofrece lunchs por 23 dólares y cenas por 23 a 29 dólares a los clientes más distinguidos.
Capital en flor
OTTAWA, Canadá.- Cuando los nazis invadieron Holanda, la princesa Juliana huyó a Canadá. En 1943, cuando estaba por dar a luz, el gobierno hizo una concesión histórica y declaró a una sala del hospital territorio holandés y, por única vez, se izó su bandera en el Parlamento. Así, la princesa Margriet nació con la nacionalidad de su madre.
Cada primavera florece el agradecido regalo de las damas reales. Millones de bulbos de tulipanes enviados desde Europa dan vida a esta capital cada año. Variedades de capullos tempranos, promedio y tardíos, en una amplia gama de colores, son mezclados para mantener la espectacularidad de Ottawa. Tal cultivo se convirtió en un arte que se exhibe anualmente en un festival.

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por Redacción OHLALÁ!

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