

Esbelto, formal y con acento alemán, Jorge Stein toma asiento en el lobby del Park Tower, un ejemplar de lujo que la cadena Starwood Hotels & Resorts tiene en Buenos Aires, y contesta la primera pregunta mirando a los ojos: "Para mí, yo era la persona más importante del hotel".
No se refiere a sus últimos años como gerente general del hotel, sino a la época en que usaba levita azul, camisa con moñito y una pretenciosa galera de portero. Porque este hombre, que se disputaron los popes de la hotelería mundial, acaba de jubilarse con un cargo máximo, pero comenzó desde abajo, como doorman.
"Sí, para mí yo era la persona más importante del hotel -destaca-, porque daba la bienvenida a todos los turistas, les abría la puerta del auto, les daba la mano, era la primera cara de Buenos Aires que veían, y tenía que ser la mejor dispuesta. Por eso nunca me quité la galera: me daba distinción."
Nació en Koblenz en 1938. Apenas tenía 12 meses cuando su padre marchó a la guerra y no volvió a verlo hasta 1945. Esos años le dejaron imágenes imborrables: la hambruna y la fortaleza de su madre; varios meses debajo del mundo respirando en un sótano; la mochilita repleta de papas y espigas de trigo que canjeaba por comida. Poco después vino la paz y comenzó la escuela; estudió español, griego y francés; se recibió de maestro.
Al decirle que Buenos Aires era la ciudad más importante de América del Sur, un profesor le inyectó el berretín por la Argentina. Entonces, después de perfeccionar su español en Madrid, tomar lecciones de tango y graduarse en Filosofía, en Aachen, en 1965 la curiosidad lo embarcó hacia Buenos Aires. Para él fue como estar en París.
A poco de llegar, una pieza de tango en el Club Almagro lo amarró a los brazos de Cheli Toledo, docente, artista plástica, su gran amor hasta hoy.
Para interiorizarse sobre nuestro país, rindió las equivalencias para ser maestro argentino.
Un amigo le presentó al gerente del hotel Presidente y lo tomaron como portero. Era 1969 y en un aviso de LA NACION leyó que la firma norteamericana de comunicaciones ITT construiría un hotel Sheraton. Envió un currículum. Una carta de cortesía le respondió que lo llamarían cuando lo inauguraran.
Pasaron tres años, el hotel abrió, pero no lo llamaron. Carta en mano, se presentó en el Sheraton. Varios días se paró delante de la oficina del gerente general hasta que tuvo ocasión de decirle que estaba en deuda con él. Un selector de personal norteamericano le entregó la galera y le dio el puesto de portero.
Asistencia perfecta
Durante seis años, a partir de las 6 de la mañana, desafió el frío con tres pares de medias y papel de diario debajo de la camisa. "Siempre en la puerta, porque a mí me parece mal que el portero esté adentro, tienen que verlo." Jamás faltó, nunca se enfermó y pronto se convirtió en el alemán de la galera.
Su diplomacia pronto lo hizo brillar. Al bajar las maletas de un auto, espiaba en la tarjeta el nombre de cada pasajero, lo anotaba en una libretita y en los ratos libres memorizaba los nombres. Una vez lo vieron abandonar su puesto, sujetar la galera y correr con sus piernas largas, para detener a un taxista en plena Avenida del Libertador: el maletín de una pasajera había quedado en el auto.
Aunque allí fue feliz estrechando la mano de Juan Perón, cediéndole el paso a Ricardo Balbín y triplicando su sueldo con las propinas, llegó el día en que lo invitaron a pasar adentro.
De la portería fue a la conserjería; en 1984 ya era ejecutivo y tiempo después lo nombraron sucesivamente gerente general del Sheraton Internacional Iguazú, del Sheraton Montevideo y volvió a la Capital, al Park Tower de Buenos Aires. En 1980, cuando sólo era recepcionista, lo pusieron en un asiento de primera clase rumbo a Boston. Allí le entregaron un anillo de oro, el ITT Quality Ring, que premiaba a los mejores empleados de la empresa. "Estaba Henry Kissinger", dice.
Este self made man estuvo 33 años en la compañía mientras veía a otros quedarse por el camino. ¿Cómo lo hizo? "Saber idiomas abre puertas, pero creo que debo mi éxito a mi formación humanística y al contacto con el prójimo que caracteriza a los docentes. Era insistente, nunca daba nada por perdido. Si alguien estaba disconforme, trataba de solucionar su problema. Cuando fui gerente de ventas me propuse recuperar el mercado japonés y estudié el idioma. En Japón me di el gusto de hablarles a los japoneses en japonés. Siempre quise ser un ejemplo para mis hijos. Tuve una vida de valores: fui transparente y nunca prometí lo que no podía cumplir."
Ahora lo esperan sus siete nietos. Se levanta del sillón, estira su metro ochenta y dos y se va mientras el piano del lobby, en el Park Tower, le brinda una despedida.
Mónica Martin
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