QUITO (El Comercio/GDA).- Cada Miércoles Santo, Quito celebra un particular rito: la batida de la bandera. La ceremonia se inicia al mediodía, con una procesión de seis canónigos que, vestidos con sus caudas negras de varios metros de largo, recorren las naves de la catedral. Abren paso al obispo (en Quito, el arzobispo) que, vestido con una capucha y cauda púrpuras, lleva el Lignum Crucis, un relicario de oro y piedras preciosas, con dos astillas que la tradición considera fragmentos de la cruz de Cristo.
En tinieblas, el obispo llega al presbiterio, toma una enorme bandera negra con una cruz roja en el centro y la agita varias veces sobre el altar. Luego repite la ceremonia sobre el público y al fin bate la bandera sobre los canónigos recostados en el piso.
El arrastre de caudas o La Reseña, como también se denomina al ritual, es imponente, aun para los no creyentes. Según el historiador Vladimir Serrano, Quito mantiene esta ceremonia de Miércoles Santo en América porque fue diócesis sufragánea de Lima y ésta, de Sevilla. "La ciudad española fue sometida a dominio musulmán por 400 años. El sincretismo cultural de ese período se nota en los trajes de los sacerdotes que participan de esa celebración."
Pero no es su único origen. Traída en la evangelización católica por los españoles, la batida de la bandera era una ceremonia fúnebre practicada por el ejército romano. Cuando un general moría, el jefe de la legión batía el estandarte sobre el cuerpo del militar y luego sobre la tropa para transmitirles sus virtudes y fortaleza.
En este caso, la bandera es el signo del reinado de Cristo, enlutado por la pasión y enrojecido por la sangre triunfadora.