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El arte de comer en los museos

Mientras en el Thyssen-Bornemisza hay platos inspirados en cuadros, la cafetería del Prado es ideal para un tentempié y el Centro Reina Sofía ofrece un restaurante de primera, por su decoración y menús sofisticados




MADRID.- A la hora de disfrutar el doble y gastar lo menos posible, en especial en euros, una buena apuesta en Madrid es el Triángulo del Arte. A distancia peatonal y paseando por el Madrid del Borbón Carlos III, el mejor intendente que tuvo la capital de España, están tres de los museos más atrayentes del mundo. Y además podemos comer en ellos como sucede en la mayoría de las grandes ciudades. Volviendo a Madrid, hay muchas maneras de organizar esta recorrida. La mía sigue el juego de palabras que aprendí en Nueva York: chic and cheap, es decir, elegante y barato.
Comienzo siempre por el Thyssen-Bornemisza, en el Palacio Villahermosa, que se amplió hace poco fusionando dos edificios vecinos sin olvidar que lo pequeño es hermoso. Su historia parece tomada de la revista Hola . El barón Hans Heinrich Thyssen-Bornemisza, que tenía la gran colección de la familia desde 1920, con el agregado de sus propias adquisiciones, se casó en 1985 con la modelo Carmen Cervera, que había sido Miss España. Gracias a la influencia del eterno femenino se trasladaron esos tesoros desde Suiza, y comenzó a germinar la idea de un museo para que se quedaran para siempre en España, sin litigios sucesorios. A su vez, ella se convirtió en una conocedora y coleccionista, en especial de pintura española del siglo XIX.
El gran escritor Jorge Semprun, ministro de Cultura de Felipe González, contribuyó en el parto de esta creación, que aumentó la estada promedio turística por lo menos en un día, porque nadie se va sin pasar por el Thyssen. Hoy están sumadas ambas colecciones, con cerca de mil obras, en dieciséis salas que, en orden cronológico, deslumbran desde el siglo XIII hasta finales del XX.
Llego por la mañana y, aunque haya estado varias veces, hago una visita general. Luego me detengo en la tienda porque, como todas las de su tipo, es para mirar mucho y comprar algo.
No me pierdo el catálogo que me permite volver a recorrerlo desde mi casa cuando viajo con la imaginación, sin pasaporte. Y luego hago un paréntesis para comer. Si es verano en la terraza del Mirador, cafetería-restaurante informal de precios razonables. Incluso hay platos inspirados en cuadros, de Modigliani, por ejemplo. Panza llena, corazón contento. Y quedo en forma para la segunda recorrida, deteniéndome toda la tarde en las piezas que más me interesan. Día completo, y hora de irse de tapas por Madrid, porque no sólo de pintura se alimenta el alma, aunque sea de valija.
Al día siguiente, luego de haber comprado el abono especial para visitar también los otros dos lados del Triángulo del Arte, pagando tres veces menos que haciéndolo por separado, sigo la experiencia en el recién ampliado Museo del Prado que realizó el español Rafael Moneo.
Por supuesto que es extenuante de sólo pensarlo, comparable en extensión y calidad con el Louvre, o el Metropolitan de Nueva York. Es difícil elegir entre Velásquez, Goya y un gigantesco elenco estable de la gran pintura. El lugar es enorme, menos la cafetería que alcanza para un tentempié de autoservicio sin pretensiones.
Hay que ir por partes, diría el descuartizador. Con algunas sorpresas que pueden ser divertidas. Por ejemplo, lo que ocurrió cuando un cuidador le pidió a una señora que le diera el pecho al hijo en el baño y no en público. A ella le salió la Carmen que tienen todas las españolas bajo la piel, y organizó una tetada colectiva de madres en la sala de la Maja desnuda. Y desde entonces lo hacen en todo el museo si el nene tiene hambre.
Mi despedida es el Centro Reina Sofía con su flamante anexo. Por supuesto que vuelvo a ver el Guernica, tantas veces no alcanzan, y otras cosas de Picasso, Dalí y sus colegas. Distintos y complementarios al estilo español. Prefiero sacar el abono y no ir los fines de semana, cuando la entrada es gratuita, pero para ver un cuadro hay que esperar que el de adelante decida moverse.
Antes de salir del lugar me regalo una buena comida en el restaurante de Sergi Arola, el cocinero catalán, de 37 años, más famoso de la actualidad, con su propio blog en Internet y ganador de dos estrellas Michelin. Al mediodía se elige entre ocho platos combinados, desde 16 euros, casi el menú del día del Corte Inglés. Y por la noche, con menú sofisticado y entrada independiente, porque el museo está cerrado, desde 40 euros.
El restaurante es una obra de arte en sí mismo por la decoración, con luces indirectas y lámparas inalámbricas que por primera vez se usan en España. Otro toque de Jean Nouvel, último Premio Pritzker, que amplió el Reina Sofía y prestó especial atención, como buen francés, a la comida. Está en lo justo, porque es también nuestra cotidiana visita al arte, así en este Triángulo como en toda la geometría humana. Para luego, en la primavera madrileña, dar vueltas por las terrazas de Atocha, con sus mesas en la calle para celebrar la trasnoche.

Datos útiles

Dónde comer

  • Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía : su restaurante Arola Madrid, Argumosa, 43, en su nueva ala, cuenta con un diseño minimalista y menús desde 16 hasta 40 euros, al mediodía y la noche, respectivamente. Más, en www.museoreinasofia.es y www.arola-madrid.com
  • Museo Thyssen-Bornemisza:

    El Mirador ofrece menús inspirados en artistas, por 25 euros. www.museothyssen.org

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por Redacción OHLALÁ!


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