Las típicas peleas entre mis padres, cuando viajábamos en familia, eran sobre propinas. Que le diste de más , recriminaba mi madre; que no , retrucaba mi padre; que no es cuestión de ir repartiendo billetes a absolutamente todo el que se cruza en el camino ; que no seas amarreta , y así.
Ahora, cuando viajo sola, no puedo evitar recordar esos pequeños cruces rutinarios cada vez que tengo que dar una propina. ¿Cuánto dejo? ¿Estará o no incluida en el servicio? ¿Se ofenderá si le dejo o, por otro lado, estará especulando con cuánto le dejo?
Obviamente, no soy la única que se plantea semejantes dilemas. Se han escrito innumerables páginas y blogs sobre el tema, capítulos en guías turísticas, apartados con consejos de agentes de viajes, y hasta listas de las costumbres propinísticas , país por país.
En reglas generales, casi todos coinciden en los porcentajes y montos que hay que extender para agradecer un servicio. Un dólar para maleteros, unos 20 para el conserje de un hotel (si uno se quiere asegurar una respetable atención), unos 2 por día para la mucama de la habitación, entre un 10 y 20% en la cuenta de los restaurantes, y la lista sigue (taxistas, porteros, valet parkings..., todos figuran en el ranking).
En el caso del restaurante conviene fijarse si el servicio de mesa está incluido o no en el menú. En Estados Unidos, el tip (acrónimo de To Insure Promptness , o para asegurar prontitud ) representa casi la totalidad del sueldo de los mozos, y por eso se lo carga automáticamente en la cuenta en más de una ocasión. En muchas otras, cuando se firma el ticket de la tarjeta de crédito, no falla el suggested tip (propina sugerida), una forma elegante de asegurarse una recompensa poco mezquina. A lo que a veces se añade incluso otro ítem, el de additional tip (propina adicional, una suerte de gratificación extra), cosa que si uno anda distraído tal vez termine dejando doble propina.
Hay propinas con códigos propios, como aquella ficha que se alcanza al croupier después de un golpe de suerte, la que se deja a un caddie de golf, la que reciben los quinieleros que han vendido el número ganador, el porcentaje que se suma sin consulta previa en la cuenta de los cruceros (para repartir entre los miembros de la tripulación que atendieron al pasajero).
También hay excepciones a la regla, además de particularidades muy particulares de cada país. El caso más notorio sea tal vez el de Japón, donde la propina no sólo no es obligatoria, sino que directamente se la considera una ofensa.
La revista Condé Nast Traveler publicó recientemente una guía sobre los hábitos de propinas en 25 países ( Etiqueta de propinas , la llamó). Así, por ejemplo, señala que en Marruecos la entrega de dinero deber ser manejada con absoluta discreción, en lo posible deslizando el billete de una palma a la otra, cuando llega el ineludible apretón de manos.
En Irán, por otro lado, recomienda dejar pequeños obsequios en los hoteles -una remera, una gorra con la inscripción de algún equipo de fútbol-, que serán incluso más valorados que el efectivo. También en Yemen, dice la publicación, si se visita la casa de algún líder tribal, lo aconsejable es dejar libros o crayones para los chicos. Y si esto no es posible, lo mejor es entregar dinero al hombre de la casa -jamás a una mujer- y decir que es para los niños, a modo de no ofender.
Según una encuesta de Expedia.com, los norteamericanos, rusos y japoneses son los más generosos del mundo a la hora de entregar propinas. En el otro extremo de la lista figuran los alemanes, los franceses y los israelíes.
Lo mejor, ante la duda, es dejar siempre alguna compensación. Salvo casos como el mencionado de Japón, o como el que le sucedió a un colega el año último, cuando viajamos a Costa Rica para la inauguración del hotel de una importante cadena internacional.
Llegamos tarde a la noche, después de un largo viaje, y nos dejamos arrastrar a nuestras respectivas habitaciones por un séquito de empleados del hotel. "El botón que me acompañó rechazó la propina, y eso que se tomó un buen rato para explicarme cómo funcionaba cada detalle de la habitación", me comentó extrañado al día siguiente mi compañero.
Deberían pasar un par de horas para que descubriera, durante el acto de inauguración, que aquel supuesto botón que aparecía sonriente junto al mismo presidente de Costa Rica, que había cargado la valija del periodista al hombro y se había negado a recibir propina, no era ni más ni menos que el gerente general del hotel.