

CORDOBA.- Cada libro que se restaura pasa por distintas manos de especialistas que van anotando en una ficha el paso a paso de su labor: las horas invertidas en el trabajo, el material empleado, un detalle de la mano de obra. Primero desarman el libro y dan una pincelada seca o con goma en polvo a todas las hojas; luego otra húmeda con metilcelulosa para quitar elementos adheridos a ellas (cola, insectos, etc). Si las páginas están muy amarillas, se las lava con agua y una solución de óxido de calcio.
Se secan y después reconstruyen las páginas rotas, con un papel japonés o alemán, pero sin dejarlas como nuevas, para no distorsionarlas. No intentan disimular las partes agregadas al texto porque consideran que un libro es un elemento orgánico. Perecedero como el hombre, un lifting puede mejorarlo, pero nunca asegurarle la vida eterna, una cualidad que los monjes benedictinos sólo reconocen al Creador. Luego lo prensan y conservan a una temperatura que oscila entre los 18 y 21°C, con una humedad ambiental del 55 / 65 %, no más, porque de lo contrario las bacterias echarían a perder su trabajo minucioso. Lamentablemente, no brindan cursos de restauración de textos.
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