El Atuel remonta emociones a granel

Gira la cabeza, se llena la vista con las montañas y abre lentamente sus bracitos como para abrazar al viento.

Ante la pregunta acerca de qué es lo que repite tan incansablemente, responde en voz baja, "un poema de un señor que se llama García Lorca, mi papá me lo enseñó".

Lola nació "acá en el Valle" y está segura de que nunca va a querer irse. Lo que más le gusta, "mirar como pasa el agua y el olor que sale del árbol que está ahí".

El Rincón del Atuel es el nombre con el que se conoce la zona de Valle Grande que se encuentra entre el embalse del lago homónimo y el famoso parador de Doña Nena (hoy llamado Rayuela), ubicado a unos 15 kilómetros en dirección a San Rafael. Todo el trayecto por la ruta 173 viene acompañado de montañas policromadas que adornan el recorrido desde El Nihuil, y que en este tramo comienzan a ceder en altura y dejan el espacio libre para que se despliegue un extenso llano, que será interrumpido recién en la ciudad de San Rafael.

El sol se asoma bien temprano y el día comienza sereno con el sonido del Atuel y el aroma agreste que se desprende de los eucaliptos. Lejos, el relincho de un caballo llega desde los pastizales vecinos.

Bordeando el cauce del río, las coloridas lonas de las carpas se conjugan con islotes de verdes arboledas que se encargan de regar de sombras los paradores (o campings) costeros. Desde la primera hora, algunos kayaks madrugadores se deslizan entre los cerros sobre la espuma del caudaloso Atuel, acercando los encantos naturales hasta el alcance de la mano. El recorrido comienza donde termina el embalse, en el lago Chico, y finaliza, por lo menos para los no expertos, 15 kilómetros más abajo, muy cerca del Rincón del Valle.

En este trayecto, pequeños archipiélagos de juncos se mezclan mimetizándose con una galería de colores que se desprende de las montañas que, en su anhelo artístico, intentan parecerse a esculturas trabajadas a mano.

Idéntica travesía recorren las canoas y el rafting, que parten desde el Portal del Atuel o bien desde el hotel Valle Grande.

Fuera del agua, el secreto es recorrer, y lo recomendable, por supuesto, son las cabalgatas.

El establo del Portal del Atuel es el constante escenario de criaturas temerosas intentando dominar las duras riendas de los ponies, con caras de profundo temor, bajo los divertidos flashes de sus familiares. En tanto, los más grandecitos se largan cabalgando montados en hermosas crines hasta perderse entre los lugares más recónditos del valle.

Con ayuda de un guía se puede llegar hasta una vertiente de agua mineral ubicada en las cercanías de un cerro de ágata, en donde el sonido de la corriente golpeando contra los riscos es una invitación para que se refresquen tanto jinetes como caballos. Muy cerca de allí, una furtiva recorrida por la mística Cueva del Indio se propone inolvidable entre el silencio sepulcral de sus galerías y la certeza de que hace 3000 años moraban en este lugar indígenas huarpes.

En las caminatas por el valle, la sensación de que "siempre hay un poquitito más" alarga las tardes recorriendo sombreados bosques de pinos o descubriendo pequeñas lagunas que bordean el Atuel. Los descansos a orillas del río siempre sacuden la imaginación revelando formas animales o rostros humanos en la lírica irregularidad de los cerros.

Jorge Benedetti