
El film Blade runner (1982) es, sin lugar a equívocos, uno de los iconos de la cultura de masas de estos años. Un policial negro filmado magistralmente por Ridley Scott, cuya acción transcurre en Los Angeles, una ciudad que para el año 2019 es una mezcla multirracial de estilos de vida, recorrida por gente que habla un idioma que es mezcla de inglés, japonés y chino.
Y en el mundo opresivo y nocturno que muestran las imágenes del film, todo está invadido por la tecnología, que ha alcanzado el prodigio de fabricar réplicas humanas, las mismas que dan lugar a la historia, que se abre camino entre la intrincada discusión de la existencia.
Cinéfilos y entendidos cuentan que las imágenes de esa cinta están en parte inspiradas en un rincón de Tokio en el que la industria de la electrónica, la computación y, última tecnología, reinan. Ese lugar es Akihabara.
En sus calles, las grandes pantallas de video que ofrecen paraísos turísticos cuasi ultraterrenos o anuncian el lanzamiento de tal o cual innovación remiten, como en un déja vu del oficial Decker (protagonista de la aventura cinematográfica) al mundo de ficción que imaginó el escritor Philip Dick y que filmó Scott.
Sueños Hi-tech
Hasta Akihabara, por supuesto, se llega en el metro (se debe tomar la línea Hibiya) o en tren (línea Yamanote, a dos paradas de la estación Tokio), y ni bien se transponen las plataformas el ambiente se torna comercial.
La estación en sí misma constituye un pequeño shopping, con pequeños locales que ofrecen ropa, juguetes, artículos de cuero y todo tipo de manufacturas, y en donde curiosear y revolver la mercadería es cosa frecuente.
Akihabara está compuesta por calles y avenidas que dan paso a miles (sí, miles) de negocios de todos los tamaños y apariencias imaginables: hay tiendas de departamentos de varios pisos que encierran todos los adelantos en materia de audio, video y artículos para el hogar. Y también se encuentran, uno al lado del otro, una infinidad de pequeños negocios que no por su tamaño les van en zaga a los más grandes en cuanto a oferta tecnológica -algunos se especializan en herramientas, repuestos, artículos de ferretería, implementos de informática o sofisticados juguetes.
Las tentaciones, claro está, aparecen una atrás de otra en este inmenso bazar, y si se dispone de tiempo y paciencia pueden encontrarse buenos precios y no pocas curiosidades: lavarropas pequeñitos, robots para uso doméstico o navegadores satelitales.
Hay ofertas para todos los bolsillos, pero hay que tener cuidado, ya que muchos de los productos están diseñados para el mercado local y pueden resultar inútiles en un destino occidental.
Tal es el caso de los muy pequeños teléfonos celulares que están a mano en las góndolas de los locales y muchos de los cuales cuestan menos de diez dólares: únicamente son compatibles con el sistema japonés de telefonía móvil. La misma recomendación sirve para los CD de videojuegos, que no son compatibles con los sistemas de video de otras latitudes.
Otro dato para tener en cuenta es que a los comercios de este barrio llegan por igual aquellos artículos recientemente lanzados al mercado (más caros) y los mismos productos, pero en sus versiones de años anteriores, que pueden resultar llamativamente más baratos.
Sólo se trata de tener paciencia para hurgar y algo de habilidad en el regateo.
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