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El burrito griego y el cordobés




Cuando me casé fui de luna de miel a Villa Carlos Paz, Córdoba. Allí compré uno de esos típicos burritos hechos de pañolenci y se lo regalé a mi flamante esposa. Es rojo y luce ataviado con lazo y boleadoras. Desde que regresamos está en la cómoda y sobre él se junta un pertinaz polvillo, motivo por el cual cada tanto se lo cepilla. Los años parecen pesarle menos que a sus dueños.
Tiene unos ojos y una mirada muy expresivos, está contento con su destino: ser un adorno. Yo le hablo, pero no pronuncio las palabras. Sólo las pienso y eso es suficiente. Le cuento algún problema y le pregunto cómo ha estado todo durante mi ausencia. Entonces me brinda un parte pormenorizado acerca de si ha sonado el teléfono, si ha llegado correspondencia, si alguien tocó el timbre, si escuchó el silbido del afilador o si el viento sacudió las ventanas.
Con esto de hablar sin hablar debo tener mucho cuidado, porque como todos saben, a los que hablan solos se los considera chiflados y cuando te ponen una etiqueta nadie te la saca. De modo que yo procuro -a veces con poco éxito- que las palabras se formen sólo en mi cerebro y no sean moduladas por mi lengua.
Envíe sus relatos de viaje, fotos, consultas, sugerencias y búsquedas de compañeros de ruta al Suplemento Turismo, diario la nacion, vía e-mail a LNturismo@lanacion.com.ar. Para una óptima recepción y publicación del material, los textos deben ser de unos 3000 caracteres y las fotos, de hasta 3 MB
Ahora bien, resulta que en 2011 mi señora y yo hicimos un crucero en el que visitamos varias islas griegas, entre ellas Santorini, perteneciente al grupo de las Cícladas en el mar de Creta. Por la acción de su volcán y de sus terremotos, actualmente tiene forma de anzuelo y es una de las más bellas y fascinantes del Mediterráneo. Es pura roca, con apenas unos pocos metros para desembarcar, y ahí nomás comienza la colina con sus casas blancas coronadas de cúpulas celestes, igual que el agua que las rodea. Para subir a lo alto donde se encuentra su capital, Fira, desde la cual se observa un panorama inigualable, hay un medio de elevación y también puede ascenderse con mulas, de modo que en las tiendas abundan, como algo típico del lugar, estos animalitos hechos de tela o cuero, cargados con un atadillo de leña y provistos de un cencerro.
Entonces pensé en traerle uno al burrito cordobés para que le haga compañía. ¡Qué amistad han hecho! ¡Qué felices se los ve! Uno junto al otro, tocándose el hocico, allí están, paraditos, juiciosos, velando el orden de la casa y el sueño de sus moradores. El griego le cuenta que en su tierra natal están los vestigios de una de las civilizaciones prehistóricas más antiguas y el argentino habla de los pueblos originarios que habitaron en la región de su provincia: los diaguitas, calchaquíes, huarpes y quilmes. Todos hábiles agricultores, alfareros y tejedores. Además siempre agrega algún comentario sobre el paisaje serrano, sus ríos de piedra y sus arroyos cristalinos, y las mil aventuras que hubiera vivido de haber sido un asno de carne y hueso, y no una artesanía.
Los dos tienen la mirada dulce y el oído atento. El griego es castaño y un poco más corpulento. El cordobés, más pequeñín, parece hallar protección en su amigo de allende los mares y tan encumbrada prosapia.
Ojalá tuviera yo la capacidad de Baldomero Fernández Moreno en cuyas poesías los objetos cobran vida. Porque los dos burritos ya no son materia inerte. Los seres de esta casa les hemos transmitido un soplo vital y su mirada es cada día más brillante.
También los objetos tienen destino y tienen historia.
Antonio E. Martínez

No se pierdan

Este verano tomé la decisión de visitar un maravilloso país que, desde hace algún tiempo, rondaba en mi mente. Aproveché la coincidencia del verano austral con Argentina, y me embarqué rumbo a Johannesburgo. Me alojé en Pretoria, capital administrativa de Sudáfrica, y logré palpar el transcurrir de la historia de un país plurinacional. Luego me dirigí al Parque Krugger, con objeto de avistar animales en su hábitat, en su estado silvestre, cumpliendo así un sueño que tenía de niño. Proseguí el viaje a la ciudad de Durban, que podría definirla como una porción de Asia en África, por las diferentes comunidades de aquel continente que allí viven. Y finalmente concluí el viaje en Ciudad del Cabo, the mother city, como la llaman los sudafricanos, que resulta claramente una porción de Europa en África. ¡Es simplemente extraordinaria! Moderna, pujante, respetuosa de la diversidad, con postales panorámicas diseminadas a lo largo de la ciudad y la península. Imperdibles son las visitas a Robben Island, donde se encuentra la prisión en la que Mandela estuvo preso, el ascenso por teleférico a The Table Mountain, y finalmente el recorrido por la península en el que se pueden avistar babuinos y alcanzar el Cabo de la Buena Esperanza y el Cape Point, ambos con paisajes majestuosos. Por último me gustaría recomendar tomar el tren de línea, desde el centro de Ciudad del Cabo hacia Simon's Town y visitar tanto este pueblo como Fish Hoek, sitios con interesante arquitectura victoriana, y con playas cuyas aguas poseen temperaturas agradables. En cuanto al costo de vida: ¡muy accesible! ¡No se lo pierdan!.
Ricardo Lacava

Compañeros de ruta

Estados Unidos. Busco compañeras de ruta mayores de 55 años, interesadas en realizar un viaje a Nueva York, Boston, Washington y otras ciudades de Estados Unidos, en septiembre de este año. Cuento con mucha flexibilidad para acomodarme a las sugerencias que me hagan. aleli1954@hotmail.com

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