
Dejamos atrás la ciudad de Amman, sus colinas, la zona industrial, los cultivos de espléndidas berenjenas, verduras, bananeros (sic) y tomates, comida nacional de los jordanos.
Más adelante, la contundencia del desierto, algunos campamentos de beduinos ya modernizados con pequeños acoplados-tanque y sus infaltables camellos.
El terreno se aplana, el color marrón claro es la única paleta que deslumbra, iluminada por un sol abrasador. A 80 km al Sur giramos al Este, a los 20 km vemos a lo lejos unas colinas, más cerca, anidada entre ellas, la antigua ciudad de el-Kerak.
En la cima alargada de un cerro de mil metros, una posición dominante desde la cual se divisa al Este, el Mar Muerto y el valle del Jordán, y al Oeste, el desierto, está la fortaleza erigida por los cruzados en la primera mitad del siglo XII, el Crac de Moab, consolidada y ampliada bajo la dominación árabe.
Los muros, que se encuentran bien conservados, apabullan por la contundencia de su tamaño. La explanada interior, de 200 m por 100, conserva varias construcciones de gran magnitud. De gran interés son los dos niveles de construcciones subterráneas, excavadas en un suelo pedregoso, habitaciones, depósitos, cocinas, todas con estrechas ventanas hacia el exterior de la fortaleza, para la defensa y la luz, los orificios en el techo, alineados en los dos niveles, iluminan los corredores.
Seiscientos caballeros y sus familias, acompañados de la mesnada que los triplicaba, vivieron y resistieron, vanamente, en el 1183 el asedio de Saladino, entregándola luego de ocho meses.
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