
PAPEETE (El Nacional, de Caracas).- El espíritu de Gauguin es omnipresente no sólo en la capital de las islas de la Polinesia Francesa. Todo aquel que admira su obra lo advierte más allá de estas referencias.
La naturaleza que inspiró su estética sobrevive al progreso, más allá de los hoteles vistosos y de los cambios urbanísticos que transformaron Papeete y sus tierras vecinas, y queda en evidencia en los colores vivos del agua, las montañas y las frutas.
Su huella aún está presente en el cuerpo voluminoso, el cabello largo y las piernas perfectamente contorneadas de las tahitianas; en su piel esculpida en barro, que debe su suavidad al aceite de monoi (coco) y que perfuma el tiaré (gardenia típica de este lugar). Sin duda, el mejor producto nacido en la Polinesia fue el mismo Gauguin y, a su vez, es ella la más perfecta creación a la que diera vida este pintor de utopías.
Desde esta óptica, todo allí es hermoso, porque en las islas la belleza se nutre de lo autóctono y lo natural, para adoptar parámetros diferentes, que no son los de la búsqueda de la perfección absoluta y desprovista de espontaneidad que caracteriza los entornos urbanos.
Fue una apuesta de vida para Paul Gauguin encontrar el paraíso. Panamá, Martinica y tantos puertos lejanos no saciaron las expectativas de quien creyó hallar en el paisaje y las costumbres de los habitantes de la Polinesia Francesa la razón de ser de sus creaciones más sublimes.
¿Fue Tahití un edén para el atormentado pintor de raíces francesas y peruanas? En la ficción que nace de la pluma de Mario Vargas Llosa en su libro El Paraíso en la otra esquina, se entiende que esa utopía -ese lugar perfecto donde él y su envidiado amigo Vincent Van Gogh soñaron establecer su Casa del Placer- sólo podía cobrar cuerpo del otro lado del mundo, lejos de la civilizada Europa, entre los atolones de naturaleza volcánica del Pacífico Sur.
Después de 100 años
Después de 100 años de su muerte, en el archipiélago de la Sociedad -uno de los 13 que integran la Polinesia Francesa- se celebra la vida y obra de quien fue más tormento que orgullo para la pacata sociedad de esta colonia. Gauguin no es más un nombre impronunciable, sino un atractivo de muchos quilates para los viajeros del mundo que aún persiguen la idílica visión que eternizó su diestro pincel.
Ia Orana Monsieur Gauguin (Bienvenido señor Gauguin) es el nombre de la exposición que dio fe de la transformación creativa que experimentara uno de los más sublimes artistas posimpresionistas, bajo el influjo de los vientos polinesios.
Piezas extraídas del parisiense Museo de Orsay, de colecciones privadas y del patrimonio propio del Museo de Tahití (en Punaauia) son parte del homenaje tardío al pintor, que vivió en Papeete desde 1891 hasta 1901. A propósito de la exhibición, su imagen se reproduce en pendones que adornan el puerto de Tahití.
Perfiles de un paraíso
No todo forma parte de la vida artística de Paul Gauguin, en la Polinesia Francesa. El turismo tiene un particular relieve por estos lares.
Así es como Moorea también sugiere ser un paraíso como el que creyó encontrar el pintor francés. Esta isla es la más visitada, después de Tahití. Se trata de una pequeña porción de territorio, con apenas 132 kilómetros cuadrados y un solo camino que va por la costa. Da la vuelta completa a la isla y tiene apenas 60 kilómetros.
No son pocos los que llegan en ferry. Por supuesto todo es muy caro aquí, hay que pensar que nadie va a gastar menos de 500 dólares por dormir, pero otras opciones más económicas, como camping o arrendar un bungalow, son buenas alternativas. Lo más importante es la playa. En Moorea hay dos zonas de playa, Hauru Point y Temae. Todas son sucursales del paraíso.
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