Son albañiles, mozos de restaurantes, enfermeros, conserjes de hoteles y hosterías, empleados de mil rubros que pertenecen a cualquier oficio o profesión que se le ocurra, aunque tienen el corazón mirando al campo. Aunque son pocos, apenas una minoría, los que utilizan el caballo en las tareas propias de la producción ganadera. Estos son gauchos de a pie, aunque nadie pudiera creerlo al verlos tan bien montados, hábiles para manejarlos al trote corto mientras desfilan por las calles del pueblo. Y seguros con las riendas firmes para tenerlos quietitos como granaderos mientras se iza la Bandera y se canta el himno con toda la voz.
Son los principales protagonistas de las fiestas gauchas que se dan en casi todo el país. Si bien las agrupaciones gauchescas tienen sus celebraciones durante todo el año, en vacaciones se suman los forasteros, aunque su único contacto suele ser la Exposición Rural. La canchita de fútbol sirve de escenario para una platea que no abandona el lugar por más fuerte que golpee el sol del mediodía.
La mayoría no son dueños del animal que montan, ni tampoco de los petisos en que los acompañan los hijos y las hijas, todos con sus ropas típicas impecables. Son centauros que han tenido que pedir prestada su otra mitad, porque tener un caballo no es fácil: no hay mucha oferta y hay que mantenerlos.
Un gaucho sin caballo parece una contradicción. Es su otro yo. Por eso los miembros de las entidades que los convocan lo llevan en sus títulos, desde El Corcovo en adelante. Y hacen todo tipo de sacrificios para mantener este tipo de encuentros. La Patria se hizo a caballo y ése es el alma de estas tradiciones que pasan de generación en generación sin perder fuerza. Es un culto natural que muestra la destreza en este equipo de dos que son uno. Desde los más pequeños, que comienzan con las pruebas de sortija, hasta los mayores capaces de montar un potro y sofrenarlo en la Luna, al decir del Fausto criollo.
Lo que vemos es sólo la parte visible del fenómeno, que culmina con música en vivo hasta el atardecer tardío. Lo más importante es el espíritu del gaucho, que de eso se trata, para hacer posible estas fiestas. No son profesionales y en lugar de cobrar, ponen dinero de su bolsillo además del esfuerzo de ellos y su familia, que no dejan de preparar empanadas y otras sorpresas gastronómicas como el asado a la bolsa: carnean un vacuno y colocan sus trozos en bolsas de arpillera junto con ensaladas. Luego se las cose y se coloca engrudo para que el fuego no las afecte y se dejan a la parrilla. El resultado es una delicia. Más si se las acompaña con lo que llaman un balde , vaso grande o una botella de gaseosa cortada al medio con fernet o hierbas maceradas sin alcohol y soda.
Por Horacio de Dios
almadevalija@gmail.com
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