
La abreviatura del nombre parece un mensaje de texto en un teléfono celular: QM2. Un símbolo que une el siglo XXI con los 160 años de tradición británica de la Cunard. Es un hotel cinco estrellas o más, porque tiene hasta planetario. Con la presencia de un capitán impecable en su uniforme blanco de tintorería. Y que puede decidir la maniobra de este palacio flotante con un Joystick, pariente de los que usan en los juegos electrónicos y en el cockpit de la Ferrari de Schumacher.
Para el recuerdo es difícil tomarse un primer plano con el transatlántico de fondo. Los dos juntos no entramos en pantalla. Por eso los pasajeros se toman la foto en la puerta de embarque con un gran cartel de Queen Mary II en las pasarelas de acceso.
Entre los grandes
Lo primero que asombra es el tamaño dentro de la carrera acelerada en los astilleros por barcos cada vez mayores. Desplaza 151 mil toneladas, casi el doble del anterior Queen Mary que en 1936 con 81 mil toneladas era el número uno. Desde 1966 está anclado en Long Beach cerca de Los Angeles como hotel de gran lujo. El sucesor tiene de proa a popa 345 metros, la distancia entre la avenida Corrientes y la diagonal Roque Sáenz Peña, con la manga de más de 41 metros, tan ancha como las avenidas Libertador o Alem. De la quilla a la chimenea hay 72 metros, triplicando al Obelisco.
Por sus dimensiones sólo pudo hacer escala en Río de Janeiro o Montevideo y en Ushuaia, el único puerto argentino en la travesía de 38 días de Nueva York a Valparaíso. No todos sus pasajeros hacen el viaje completo porque pueden tomar etapas parciales.
Circo de muchas pistas
Desde afuera impresiona con su casco negro porque la mayoría de sus colegas son blancos. Y la sucesión de sus 14 cubiertas, la mayoría con balcones porque el 78% de los camarotes son exteriores. Desde adentro el asombro es aún mayor. Un recorrido parcial, corriendo una hora a toda velocidad detrás de una guía, fue sólo una muestra. Para una visita completa hacen falta 6 horas como mínimo. En realidad, los 2620 pasajeros tampoco lo conocen todo a la hora de hacer deportes, comer y tomar un trago, bailar o ir al spa usando sus 22 ascensores.
Estos cruceros enormes son circos de muchas pistas donde ocurren muchas cosas al mismo tiempo. Cada uno organiza su propio menú según sus intereses personales, con los cambios que determina el estilo de vida que no es el mismo que en el Queen Mary anterior. En aquellos años, los viajes eran más largos y reservados a millonarios que tenían todo el tiempo de sobra para disfrutarlos. Hoy son más jóvenes y, aunque tengan dinero, están apurados hasta para divertirse.
Uno de los aspectos más interesantes son los paneles gráficos, desde donde nos sonríen Clark Gable o Gary Grant, Carlitos Chaplin con Ona O´Neill y el Gordo y el Flaco. Pasear por las cubiertas interiores es una inmersión en la memorabilia de los ricos y famosos, y un curso de lo que significa la navegación desde Cristóbal Colón en adelante.
Esta fiesta incluye espectáculos en el Teatro Principal, con acústica de sala de conciertos; Illuminations, el único planetario flotante; la galería de tiendas (Hermès, Harrods, Chopard, H. Stern o Dunhill), y lugares para comprar o alquilar smokings. Uno puede ir a la biblioteca con 10 mil volúmenes para leer junto a la ventana o navegar en Internet en espacios cómodos y a un costo de 50 centavos de dólar el minuto, 30 dólares la hora. Hay cinco piscinas interiores y exteriores, y por supuesto gimnasio con las máquinas que se le ocurran, y hasta un putting green para practicar golf.
El casino mantiene el estilo de alta gama y es curioso que las tragamonedas acepten hasta 5 centavos. Hay varias discotecas con DJ atentos a su mezcla para que el ánimo no decaiga. También, cursos para aprender desde cocina hasta fotografía. Lo que sobresale es la apuesta en dos rubros que tienen creciente importancia entre los que lo tienen todo: los restaurantes y el spa.
Buena mesa y spa
En el QM2 hay diez restaurantes a elección. Uno para los ocupantes de suites, exclusivo. Otro donde uno puede pedir que le preparen un plato especial al chef a partir del ingrediente que se nos antoje, desde langosta o un buen bife. Y más. El spa ocupa dos pisos y 24 camarotes. El surtido abarca ocho páginas de programas, desde un masaje convencional hasta reflexología y shiatzu, entre otros.
También hay cursos pagos para aprender a comer mejor y más sano. Lo que me llamó más la atención son los que incluyen el blanqueo de dientes en sólo 75 minutos, arreglos completos de dentadura (pueden llegar a 12 mil dólares) o gimnasia para embarazadas. Supongo que hasta podrían hacer mantenimiento con cirujanos plásticos para rejuvenecer.
Los chinos, bailarines
El lugar más lindo para bailar está en cubierta con ritmos tropicales y la animación de un cantante caribeño capaz de sacudir hasta las piedras. Los que más movían el esqueleto eran parejas de jóvenes chinos. No sólo de arroz viven en su país. Desde el merengue hasta el cha cha cha sin cansarse. Con una sonrisa a lo Mona Lisa. Quizá pensando que esta revolución cultural jamás se le hubiera ocurrido a Mao.
Por Horacio de Dios
Para LA NACION
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